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Kiko Veneno: "Yo lo que quiero es conectar con la gente, no vivir de las rentas"

El músico publica «Sombrero roto», un libro disco en el que, utilizando sonidos contemporáneos, se vuelve a arriesgar, fiel a su ética creativa
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El músico publica «Sombrero roto», un libro disco en el que, utilizando sonidos contemporáneos, se vuelve a arriesgar, fiel a su ética creativa
Vuelve Kiko Veneno dando una lección. A sus 67 años presenta «Sombrero roto», un disco que a partir de un viejo verso suyo arranca una aventura llena de riesgo, aunque él lo niegue. Hace 42 ya, en la deliciosa «Los delincuentes», Kiko cantaba: «Me quiero asegurar / que mi sombrero está bien roto / y los rayos pueden entrar en mi cabeza». Era el debut de «Veneno», un trabajo rompedor, iconoclasta y surrealista, y cuyo espíritu parece pervivir como una llama en el creador maduro. Pues por el sombrero lleno de agujeros se filtran en la cabeza del catalán nacido pero criado andaluz todos los sonidos contemporáneos, una valentía que demuestra humildad, ganas de aprender, de buscar la manera de influir y participar de su tiempo. Pero si los mayores deben escuchar el álbum y tomar nota de las agallas de Kiko, más deben hacerlo los jóvenes: porque no vale con ser contemporáneo, también conviene ser profundo. Y él sigue escribiendo como los ángeles. José María López Sanfeliu ejercita las ganas de vivir, pero eso no impide que con seguridad haya escrito la canción de amor más hermosa de su trayectoria, «Obvio», y su «spanglish» más vacilón, «Miss You». «Soy feo y sin salero», dice de sí mismo. Pero sabe más que los ratones «coloraos».
–No soy el primer sorprendido, claro. Pero este trabajo no es lo que cabía esperar de Kiko Veneno.
–Me encanta que lo digas. Sorprender debe ser una de las propuestas esenciales del arte. Y es verdad que somos todos seres rutinarios porque lo único que tenemos seguro en la vida es el cambio permanente. Así que buscamos lo seguro, desde que somos niños, repitiendo una y otra vez lo mismo. Sé que la gente no se lo espera, aunque en mi creatividad siempre he intentado buscar cosas nuevas.
–Es cierto que usted ya ha abierto caminos en el pasado, pero a estas alturas, con una trayectoria adquirida, ¿no le preocupa la recepción?
–Claro que me preocupa. Si logra buena acogida, tendré conciertos y, si no, no intervendrá en la vida de la gente, que para mí es lo más importante. Yo quiero conectar con la gente aunque tenga 67 años. Y bueno, con la edad que tengo yo, no tengo miedo, aunque siempre eres consciente de que haces lo que debes hacer, lo que crees. Pero el éxito siempre ha sido y siempre será llegar al público. Y eso no está en tu mano cuando trabajas en una obra. Lo que suceda luego...
–El sonido es muy contemporáneo. Trata de llegar a la gente con un lenguaje actual.
–Claro, yo publiqué dos discos de éxito que son el de «Veneno» y «Está muy bien eso del cariño». Y tienen un sonido muy definido y en su época fueron novedosos, y yo quiero esa contemporaneidad, no puedo vivir de las rentas de lo que ya he conseguido sino conectar con lo que se hace ahora. Ese es uno de los propósitos fundamentales del disco, uno de ellos. Porque el otro es hacer un álbum alegre, ser un trabajo chispeante que refleje ganas de vivir, luminosidad, alegría. Y eso sí que era una premisa.
–¿Por qué?
–Pues quizá porque el mundo esté muy oscuro, muy siniestro, como las pelis de Batman. Nuestro mundo actual está lleno de puertas oscuras y me da pena escuchar a los jóvenes cantar cosas tormentosas. Creo que tenemos déficit de alegría y de luminosidad.
–¿Qué es lo que más oscuridad le hace sentir?
–Pues el mundo está en un proceso de 7.000 millones de seres humanos que demuestran una inconsciencia tremenda de maltrato al medio ambiente. Y el tráfico de armas y los locos entrando en las escuelas para matar a niños; y ahora hay quien dice en España que las armas están muy bien. Pero es algo que puede comprender hasta un chaval que cuantas más armas, más violencia, y hay adultos que lo dicen. Eso me genera una oscuridad tremenda. Y la mentira y la propaganda también. Creo que el problema es que lo sabemos y tenemos la sensación de que este mundo no lo podemos parar.
–¿Y un disco qué representa en ese mar de oscuridad?
–Bueno, si eres músico y puedes transmitir la alegría tienes la obliación de hacerlo. Y el arte, como transmisión de la vida, es una visión fraternal, es la búsqueda de la belleza y, por tanto, una creación que trata de navegar sobre las miserias del mundo. Tenemos que intentarlo, yo lo hago. Hay que intentar hacer esto más humano.
–El tema más conmovedor del álbum habla de amor.
–Es que, que yo sepa, es lo único que importa. Lo demás es todo subsidiario.
–Y también escribe de la soledad. «Ojalá» habla de eso.
–Bueno, es la soledad de Mowgli en «El libro de la selva», que en su versión moderna es la soledad en el centro comercial. Hay un paralelismo, con una salvación en forma de pantera negra. También «Vidas paralelas» va sobre esa tristeza porque trata de dos personas que nunca se van a encontrar, y es una condena a estar solos y de nuevo una lectura sobre un mundo oscuro que nos obliga a luchar mucho para poder vivir nuestra vida.
–Cumplida una edad, dejamos de tener curiosidad por lo nuevo. ¿Escucha música actual?
–Sí. No es como cuando era joven, que me llevaba los discos a casa y los oía mil veces, porque ahora ya los discos no te cambian la vida. Pero sí que me interesa cómo están cambiando los procedimientos, cómo llegan las canciones a hacerse conocidas, de qué manera los sonidos nuevos reemplazan a los viejos. Muchos músicos jóvenes no saben tocar ningún instrumento y eso es interesante. Tienen una perspectiva y un universo poético nuevo. Y yo trato de estar al tanto porque es la vida actual. Hay que escuchar lo que surge y a mí me da esperanza, me da ilusiones y sobre todo una nueva perspectiva. A veces no me atañe el mensaje, pero yo tengo que ser consecuente con mi discurso sobre la creatividad que trato de desarrollar y por lo tanto hacer caso al arte y la luz que vienen.
–Es una actitud menos frecuente de lo que debería en músicos veteranos.
–Pues para mí es lo más normal del mundo. La juventud de uno se disfruta y se pasa, pero deja secuelas. Experimentas la aventura y la emoción y eso se queda para toda la vida. Sentir lo valioso que es vivir y buscar la belleza no se abandona nunca.
–Canta que «yo quería ser español». No sé si la madurez permite comprender qué es eso.
–Esta frase es de mi hijo Adán, que ha hecho el libro que va con el disco, y cuando era un niño un día, en esas frases que se dicen buscando el lenguaje y sin pensar en el significado, la empezó a repetir: «yo quería ser español y tirar una naranja al agua». Eso fue en el 81 o el 82 y siempre la tuve en la cabeza. Me surgió ahora no sé bien por qué. Pero me parece que expresa una paradoja muy interesante aunque él lo decía sin ninguna intención política. Yo quería desdramatizar el hecho de ser español o ser de un sitio. Que está muy bonito ser de un país y reconocerte en tus raíces, pero hacer de eso una discusión política ya es otra cosa. Me da mucha pena y me parece infantil, porque, como decía Ferlosio, ya no se trata de mostrar que eres español, sino de demostrar que lo eres. Ese tipo de acontecimientos políticos que suceden en torno a algo tan sencillo como ser quien eres y querer a tu país, pues lo quiero poner en solfa. Es una tragicomedia lo que pasa en España y en el mundo en general, pero no me quiero reír de los sentimientos de nadie, pero sí de los que quieren monopolizar lo que constituye ser catalán, español o europeo. Yo me limito a vivir, sin tantas pamplinas. Son trucos para distraernos de lo esencial.
–El libro es como un manifiesto creativo por persona interpuesta.
–Completamente. Lo hizo mi hijo con un colectivo artístico al que pertenece a raíz de muchas conversaciones qu ehemos mantenido en nuestra vida. Él sabe cómo entiendo yo el oficio y el proceso creativo y ha plasmado muchas de mis opiniones porque las conoce bien y otras que se parecen mucho a lo que pienso. Trata sobre el camino de crear algo de la nada.

Las líneas que la imprenta añadió

De la cabeza de Kiko Veneno, esa que cubre un sombrero con agujeros, han salido algunos discos que son ya parte del ADN de nuestro mapa sonoro. Por ejemplo: tiene ya 42 años, y es anterior a la democracia, pero «Veneno» (1977) puso patas arriba las orejas de una generación. El álbum precedió a «La leyenda del tiempo» de Camarón, en el que participó Kiko y no por casualidad, sino por aquel trabajo mágico que tiró abajo las puertas y abrió las ventanas de la casa del flamenco. En sus escasos 36 minutos de universo delirante, Kiko Veneno se acompaña de dos hermanos gitanos de ilustre apellido, los guitarristas Rafael y Raimundo Amador, de 16 y 17 años, que también representaban una disidencia del flamenco puro. Lo que le sucedió al disco es que levantó las iras de la ortodoxia flamenca y que fue ignorado de primeras por el resto del público (es decir, todo el país). Pero no fue tan en vano: el tiempo lo puso en su lugar. Sin embargo, tuvo que pasar el tiempo para que llegara otra joya, «Échate un cantecito» (1992). Kiko pagó una resaca por la falta de trascendencia con su trabajo, pero esta vez la gloria llegó a su tiempo. Con este álbum, su mezlca de lírica popular de espíritu fronterizo estaba perfectamente destilada. «Superhéroes de barrio», «Echo de menos» o la inmensa «Lobo López» dan forma a un universo propio. Después llegaría «Está muy bien eso del cariño» (1995), que siguió modelando la fórmula y sin perder de vista algunos álbumes del siglo XXI como «El hombre invisible» (2005) y el desapercibido y melancólico «Dice la gente» (2010).