Literatura
D’Annunzio: "Dadme un remedio que me aturda, que me aniquile"
Su apasionante e íntimo nocturno "Nocturno", publicado en 1921, revive gracias a una nueva edición
«Vuelo porque libera mi mente de la tiranía de las cosas insignificantes». Son palabras de[[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/literatura/80-anos-misteriosa-desaparicion-saintexupery-padre-principito_2024073066a8f4f98ec920000147f417.html||| Saint-Éxupery]], quien hizo de su condición de aviador una mística existencial, un elevado modo de vivir que marcó su literatura según una estética de la libertad personal y el compromiso civil. Por otro lado, la aeronáutica cobrará a principios del siglo XX una dimensión vanguardista, representación de la modernidad de la técnica, símbolo de esa fascinación por las máquinas y la velocidad que haría exclamar a Marinetti que «Un automóvil es más bello que la Victoria de Samotracia».
Además, la aviación, con motivo de la Primera Guerra Mundial, se erigirá en un formidable instrumento bélico conjuntando la pasión aventurera, el pilotaje, el riesgo del combate, la fascinación por la muerte y el valor personal. Son numerosos los casos de escritores vinculados a la aviación; basta recordar a Roald Dahl, integrado en la Real Fuerza Aérea británica durante la Segunda Guerra Mundial, y al estadounidense James Salter, piloto de combate en Corea.
El escritor Gabriele D’Annunzio (a la izda.) fue un destacado héroe militar durante la Gran Guerra. En este contexto sobresale la figura del novelista, poeta y dramaturgo Gabriele D’Annunzio(1863 -1938). Fue un destacado miembro del Decadentismo, movimiento artístico de estetizante manierismo; héroe militar durante la Gran Guerra; activista político de adscripción nacionalista que desembocará en ideólogo del fascismo mussoliniano; Duce en 1919 del Estado de Fiume, territorio de la actual Croacia, reivindicado entonces por Italia; condecorado adalid de hazañas bélicas; y, sobre todo, un popular poeta representativo de colectivas aspiraciones históricas y símbolo de una identidad nacional. Su original personalidad no puede resultar más atractiva: impetuoso, seductor, extravagante, fantasioso, temerario, visionario y teatral.
A su más conocida obra literaria se suma ahora la edición de un conjunto de prosas de carácter íntimo: «Nocturno. Cuadernos de guerra de un aviador entre tinieblas». Publicada en 1921, la oscuridad que sugiere su título es reflejo de una dramática circunstancia personal: en enero de 1916 sufre un accidente aéreo; aparentemente ileso, disimulará para seguir luchando, lo que acaba revelándose como una grave dolencia ocular que le produce una ceguera temporal. Es en el período de convalecencia, en el palacete veneciano Casetta Rossa, durante el que escribirá esta obra que combina crónica bélica, diario retrospectivo, lírico descripcionismo, balance vital, formulaciones políticas, planteamientos militares y sentimientos muy íntimos.
Hallamos aquí conmovedoras referencias a los compañeros muertos en la batalla: «Una a una cayeron las últimas águilas de la batalla. En el mismo fondo de la laguna donde se había precipitado Giuseppe Miraglia, en una mañana apacible del pasado septiembre, también Luigi Bologna se destrozó las alas y los huesos». Rememoraciones como esta entroncan con un muy querido mito d’annunziano, el de Ícaro, representación de la heroicidad del sacrificado en gloriosa D’Annunzio: «Dadme un remedio que me aturda, que me aniquile». Su apasionante e íntimo «Nocturno», un clásico publicado en 1921, revive gracias a una nueva edición muerte desde las alturas. Es precisamente la muerte protagonista de estas prosas, a medio camino entre la arrogancia vanguardista, el postureo estetizante y el anhelo de inmortalidad.
Destaca aquí la minuciosa anotación de estados de ánimo y la situación del cuerpo convaleciente: «Tengo en el ojo una ampolla de forma ovalada, como otro ojo de fuego débil. Pero veo allá lejos, reflejado en el espejo, el gran muro de glicinas; y en el fondo de mi cerebro mi glicina triste comienza de nuevo a florecer. Entra el aire. Adivino que conoce la primera luz de la luna, como el heno huele más al ser segado. Por todo el cuerpo extenuado ella me toca como los dedos que embalsaman. Cada uno de mis placeres es desgarrador (...) Sufro. El olor de las rosas sube. Y adivino que sube la marea. Sufro. Dadme un remedio que me aturda, que me embote, que me aniquile».
Hipersensibilidad, desasosiego, delicadeza y percepción del propio cuerpo marcan estas palabras, que son también un ejercicio de reflexión sobre el sufrimiento humano y el paso del tiempo. Las mujeres que lo amaron La madre del escritor muere en 1917 y a ella está dedicado este libro: «Al amor, al dolor y a la muerte de mi madre dedico estas páginas escritas con sangre». De entre las mujeres rendidas a los atractivos de D’Annunzio sobresale Amélie Mazoyer, cuyo seudónimo es «Aélis» y que supondrá un bálsamo para sus atormentados cuerpo y espíritu: «Es casi el anochecer. La luz se hace apacible. Esa piedad sin peso que lleva el nombre de Aélis ha abierto la ventana más lejana y me ha permitido un vasito de agua con el borde de oro». No falta el sensible sibaritismo de una exquisita cotidianidad.
Y un tono de arraigado lirismo impregna variados temas, entre los que destacan los recuerdos de juventud, las mujeres, los camaradas caídos, las aventuras bélicas y las ensoñaciones eróticas. Nos encontramos frente a una ejemplar edición a cargo del escritor y editor Javier Jiménez, autor también de un utilísimo prólogo. Y una excelente recuperación de un clásico que aúna aviación, vida, esteticismo, arte y literatura.