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Arte, Cultura y Espectáculos

Desnudos para ver desnudos

Los museos de las grandes capitales se han lanzado a una competencia desaforada por dar la nota. El más reciente ejemplo: la Royal Academy de Londres que para promocionar una exposición ha invitado a un colectivo nudista a visitarla como Dios los trajo al mundo

Un colectivo nudista en la visita privada a una exposición de la Royal Academy of London. Foto: Getty
Un colectivo nudista en la visita privada a una exposición de la Royal Academy of London. Foto: Gettylarazon

Los museos de las grandes capitales se han lanzado a una competencia desaforada por dar la nota. El más reciente ejemplo: la Royal Academy de Londres que para promocionar una exposición ha invitado a un colectivo nudista a visitarla como Dios los trajo al mundo

Hay quien dice que el arte desnuda el alma, que así en frío es una cursilada del calibre insta-poeta para pintar las aceras del Madrid de Carmena. Lo que está claro es que el arte se puede crear desnudo (como dicen que escribía Rimbaud sus poemas) y se puede disfrutar como Dios nos trajo al mundo si la ocasión es propicia. Muchas de las grandes obras de arte que conocemos se hicieron «solo para sus ojos», para la alcoba del príncipe o el cardenal de turno. El desnudo era una prerrogativa de la nobleza, por eso allá donde hubiera más de dos ojos había que tapar las vergüenzas, léase la Capilla Sixtina.

Hace tiempo que el desnudo es la norma, más que la peligrosa excepción que fue, y a nadie le ofende un Apollo del Belvedere en un museo o un flácido cuerpo freudiano (de Lucian) en la televisión. Así que no nos vamos a poner estupendos porque un grupo de nudistas semi-rollizos haya paseado y se haya fotografiado por la Royal Academy of London, entre otras obras ante la copia del Hércules Farnesio, tan fornido él como un «viceverso» de discoteca, enviada desde Roma a Londres en 1790 a imitación del original griego encontrado en el siglo XVI en los Baños de Caracalla.

Es parte de la promoción de la nueva exposición «The Renaissance Nude» en la institución, e, insistimos, no hay por qué echarse las manos a la cabeza si no fuera porque, vestidos o desnudos, los museos de las grandes capitales se han lanzado a una competencia desaforada por dar la nota, por «petarlo» a toda costa. El Louvre es pionero en vender su alma al mejor postor: ya sea Beyoncé, que previo pago de su importe tuvo todo el museo a sus pies para rodar un videoclip; como Airbnb, la empresa de apartamentos turísticos que les abonó 200.000 euros para que dos agraciados cenaran con la Mona Lisa (sí, esa que usted solo pudo ver entre cabezas de japoneses) y durmiera en el interior de su pirámide.

Hemos visto de todo ya: entradas gratuitas para mujeres con tacón en Rusia, visitas privadas y exclusivas a tal o cual colectivo... Señala con ironía británica «The Daily Telegraph» que la exposición de la Royal Academy «podrá ser visitada (usualmente vestido) hasta el 2 de junio». Los nudistas, por mor de estrategias promocionales, ya la han podido ver gratis y solo para sus ojos. Usted y yo, que no militamos en el nudismo o que, vaya a saber, no somos Beyoncé, somos la fiel infantería que llena los cada vez más intransitables museos de las grandes capitales europeas, los que damos «like» a la primera ocurrencia de los estrategas museísticos y, por supuesto, pagamos lo que se debe a la entrada para que no digan que fuimos a París y no vimos a la Mona Lisa entre un bosque de cabezas.