Cine
"Disco Boy": coreografías de guerra, maniobras de danza
Giacomo Abbruzzese retrata la soledad del inmigrante en una película magnética protagonizada por un soberbio Franz Rogowski, el actor de moda en Europa
Es italiano, suele rodar en Francia y, cuando se sienta en un cine madrileño a charlar con este diario, hace gala de un español dignísimo que habla de una filmografía capaz de buscar dinero hasta debajo de las piedras para contar historias realmente interesantes. Giacomo Abbruzzese, director de la interesante “Fame” (2017) y uno de los alumnos aventajados de Peter Whitehead -y por consiguiente, de Thomas Quincey- en aquello del terrorismo como una de las bellas artes, estrena esta semana la magnética “Disco Boy”, protagonizada por el actor europeo de moda, Franz Rogowski (“Passages”).
“La primera idea me vino hace doce años, cuando en una discoteca del sur de Italia me encontré con un chico que me inspiró. Me interesaba cómo alguien con el cuerpo que uno asocia a un militar podía moverse en la pista de baile como alguien cree que se movería un bailarín. Me sorprendió cómo dos cosas tan aparentemente opuestas podían convivir en la misma persona. Investigando más, descubrí que ambas cosas coinciden en la disciplina, en la necesidad de llegar al final del día agotado”, confiesa un Abbruzzese que aquí nos cuenta la historia de un inmigrante irregular que se cuela desde su Bielorrusia natal en Francia, perdiendo a su colega de expedición por el tortuoso camino de espinas en el que se ha convertido Europa.
Cicatrices de élite
“Poco después de aquel encuentro en la discoteca me vi en Kiev, presentando un cortometraje (“Fireworks”) sobre unos eco-terroristas que quieren hacer explotar una fábrica siderúrgica y lanzan fuegos artificiales contra ella el día de Nochevieja. Estaba allí invitado de manera un poco clandestina y fue una aventura extrañísima. Me encontré con muchos chicos que habían entrado en la Legión Extranjera por los papeles y otros que fantaseaban con ello”, continúa el relato el italiano, que se sirve de esa experiencia para volcarla en un Rogowski entregado a la causa y que construye un personaje de esos difíciles de olvidar, roto en soledad y depresivo en su huida hacia delante, que incluye volverse un bailarín expresionista en cuanto pisa la pista de una discoteca o alistarse en el controvertido cuerpo de élite. “Vi que era gente que leía libros, veía películas y soñaba con escapar de su realidad mundana. No eran en absoluto diferentes a mí. La única diferencia era el pasaporte que tenía cada uno y las puertas que ello abría”, completa el director.
Pero “Disco Boy”, como díptico sobre la soledad del inmigrante, se complementa con la perspectiva de Jomo, aquí un Morr Ndiaye que hace de insurgente en el corazón de África y cuyo nombre es impreso en una de las balas que el protagonista ha de disparar como miembro de la Legión Extranjera. El enfrentamiento, y su absurdo, terminan articulando un filme inspirado que, en lugar de revolverse en lo estético como podría ser tentador, decide construir una película de acción sobre el pesimismo. “Quería hacer una película de guerra atípica. Porque siempre se habla de víctimas y de verdugos, queda claro de qué parte se cuenta la película. Yo no, yo quería quedarme con las dudas, los grises y los discursos más complejos. Quería saber cómo cada personaje llegaba al momento absurdo de tener que matar a otro ser humano”, añade meridiano Abbruzzese.
“Si no es una película de propaganda, prefieren no involucrarse”, responde el director preguntado acerca de la implicación de la Legión Extranjera, que aquí es desnudada hasta su descarnada razón de ser, antes de explicar su atípico proceso de documentación: “Me acerqué a una playa de Marsella, de la que viví cerca durante un tiempo. Allí vivían muchos legionarios o gente que formó parte de ese ejército, y era una masa de gente bastante interesante. Tenían cuerpos impresionantes, musculosos y de repente les faltaba una pierna. Me acercaba a ellos, a los bares que solían llenar, y escuchaba sus historias, sus propias experiencias respecto a la Legión Extranjera. Ninguno de los que me encontré estaba en un buen lugar mental”, responde.
Y sigue, sobre la implicación de un Rogowski que en el momento del rodaje no era una figura tan relevante para el cine continental ("Es gracioso, porque no creo que ayudara a recaudar un solo euro de la financiación y fíjate lo grande que es ahora", reconoce Abbruzzese resignado) pero que se implicó totalmente: "Me interesaba la idea de plantearle al espectador un personaje con el que fuera difícil empatizar. El protagonista es como un monolito sobre el proyectamos nuestros prejuicios como espectador, algo para lo que el cuerpo de Rogowski se presta no solo en esta película si no en casi todas. Él es casi un escultor de personajes, más que un actor al uso. Fue muy, muy importante", completa el director antes de despedirse, consciente de la brillantez que alcanza su película por momentos, como uno clave en el que usa una cámara térmica en la jungla al más puro estilo "Depredador": "No la he visto, pero me lo ha comentado muchísima gente. Aquí me sirvió mucho esa cámara, porque no me interesaba rodar la escena de una manera naturalista, quería desvestirla de realismo. Estamos constantemente expuestos a esas imágenes reales de violencia, en el límite casi con lo pornográfico. En mi idea del cine, hay que escapar de ello. Quería confinar la violencia al sonido, que es muy crudo, pero que la imagen nos llevara a otro lugar. Usando la cámara térmica pude contaminar la escena, mezclando a los protagonistas sin hacer posible la empatía por uno u otro porque por momentos no sabemos quién es quién. Y así la lucha se transformaba en una especie de danza", remata certero.
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