
Moscú
El Barroco nunca duerme

En el siglo XVII, los maestros alemanes y holandeses retrataban a campesinos que se emborrachaban hasta deformar sus gestos como sátiros, se representaba la virilidad de los dioses griegos, se plasmaban escenas eróticas o bodegones que colgaban en las estancias de los ricos, magia negra, religión, vanidad, sexo. La exposición que hoy inaugura el Museo Gugtenheim de Bilbao pone en relación ese barroco «fuera de los cánones más clásicos» para mostrar su correlación en el arte contemporáneo. Los borrachos y los pobres de una calle de Moscú, la hipersexualidad de las revistas de hoy, los animales disecados de Paul McCarthy, incluso las viñetas excesivas de Robert Crumb mantienen un diálogo con sus pares barrocos menos icónicos. El propósito de la exposición, titulada «Barroco exuberante. Manifiestos de la precariedad vital», y comisariada por Bice Curiger es «partir de lo contemporáneo para dar una relectura al barroco», según explica Lucía Aguirre, conservadora del museo. Y es que el tiempo barroco tiene mucho que ver con el actual, a juzgar por algunos de los temas de su pintura: la cotidianidad convertida en objeto de obra de arte, la exaltación de los placeres mundanos o la insistencia en la fugacidad de la vida son temas que siguen vigentes, al iguel que las formas de presentarlos: grotescas, exageradas, trastocadas.
Bodegones y animales
Las escenas de pobreza y violencia que se presentan en una de las salas de la exposición (que se divide en cuatro epígrafes y que puede recorrerse en cualquier orden) lo dejan claro: entre los «Banquete de campesinos» y «Dos campesinos peleando junto a un barril», de Adriaen Brower, y las fotografías de la serie «Té Café Capuchino» de Boris Mikhailov hay cuatro siglos exactos, pero no tantas diferencias en el embrutecimiento de los sujetos frente al ojo humano. «Estas escenas de vitalidad desbordada estaban destinadas a terminar en la casa de un noble rico y automáticamente perdían su fuerza. Lo que vemos en el siglo XXI son las mismas escenas de fiesta que en una kermés campesina», explica Aguirre. También es interesante contemplar el «Bodegón con cerdo» de Ribera, que estaba destinado a decorar algún salón palaciego, colgado en la exposición muy cerca de la «Cerda» de Paul McCarthy. Mientras, en la primera, el cerdo bocabajo inquieta sobre el fondo oscurísimo, en la segunda el animal duerme plácidamente como un personaje de Disney. En cambio, el artista está jugando con el concepto de alta cultura y el referente a lo rural, que es exactamente lo que buscaba el que comprase un bodegón de Ribera en el siglo XVII. Aunque lo que se presentan son dos realidades distintas, ambas son afines y «colisionan una con otra, se inspiran, alimentan y rompen la linealidad propia de las técnicas narrativas convencionales», asegura Curiger. De la misma manera, los animales disecados que presenta Maurizio Cattelan han traspasado la frontera: de elemento decorativo –otra vez, como un bodegón– a pieza de museo.
El propósito de la muestra no es encontrar una línea «neobarroca» en el arte actual, que es ajeno a corrientes de estilo, sino jugar con los referentes. Al mismo tiempo, en el discurso de la exposición se cuelan trazas de la brutalidad de la época se refleja en la chocante «La violación de la negra», de Christiaen van Couwenbergh, en la que se representa exactamente eso, una violación, o en «La alegre compañía» (arriba, imagen pequeña) en la que Bartolomeo Passerotti representa el erotismo de manera similar a como se trata en «El jueves» o «Víbora», en una obra en la que se crean tres niveles: el superior, donde están los personajes de raza negra y el perro, todos representados con la lengua fuera (como bestias), después, los personajes de raza blanca, viejos, desagradables y entregados a la bacanal, y una inferior en la que aparecen, a punto de caer de la mesa, escasos alimentos, como una alegoría de la pobreza intelectual. «Hay que pensar que en los años del barroco es cuando está candente el debate sobre los negros, es decir, si tenían alma o no, si eran animales o eran personas...», explica Aguirre. Junto a ellas, una videoinstalación de Ryan Trecartin y Lizzie Fitch, «Under Sided», imita la habitación de un adolescente pero de una forma fantasmal, con puertas y ventanas que no llevan a ningún sitio. Un vídeo muestra a una joven hablando sin parar sobre su novio o sus amigas, como esos videoblogeros que cuentan su vida en internet. «Si en el barroco hemos visto la aparición de la cotidianidad, esto es la exacerbación de lo mundano. Conductas que, hasta que no llevamos al extremo no somos conscientes», explica Aguirre.
Lo lascivo ocupa un lugar también: así, frente al «Rapto de Europa», está la cama blanda de Urs Fischer (foto principal), en la que «parece que ha pasado algo salvaje». También está la serie «Enanito giratorio», de Paul McCarthy, que representa a los enanitos de Blancanieves dibujados a la manera de Disney. Sin embargo, cuando uno se aproxima a las piezas, descubre que en el «collage» hay imágenes eróticas, pornográficas o de anuncios de contactos. «Es una alusión del artista a la hipocresía de la sociedad americana, que quiere aparentar en todo momento puritanismo, pero las imágenes de sexo están por todas partes», explicaba Aguirre.
También hay una sala para las tinieblas y las catástrofes, en las que caben brujas, prisiones, el «Tormento de San Antonio» o Leviatán, mientras en la actualidad sería el «Chernóbil» de Diana Thater. Las «vanitas» que se popularizasen en este tiempo como consecuencia de la omnipresencia de las guerras y las enfermedades, hacen presencia junto a una de las ironías finales: el trío de retratos de Cindy Sherman en los que se representa como una rica aristócrata, como si de una regente se tratase, y en los que va apareciendo envejecida, a ratos, forzando los rasgos de su propia calavera. La exposición no se completa hasta que no se visita y se hace patente la precariedad vital de su propio título.
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