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El despertador, un «enemigo» necesario

La evolución experimentada por este aparato creado para controlar el tiempo y, en determinadas ocasiones, dinamitar nuestra propia paciencia, ha sido particularmente curiosa

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No hay nada más ingrato que el sonido del despertador a las seis de la mañana para entrar en el transporte público o dirigirte a un atasco. Tirarlo contra la pared, meterlo debajo de la almohada para que deje de sonar o quitarle las pilas son algunas de las estrategias para eliminar el ingrato sonido. Hubo que esperar al siglo XVIII para que el primer despertador de la humanidad sonara a altas horas de la madrugada. Fue el relojero de Concord, New Hampshire, Levi Hutchins, quien en 1787 fabricó un dispositivo para uso personal, ya que se levantaba a las cuatro de la mañana para acudir a su trabajo, y fue el inventor francés Antoine Redier el primero en patentar un despertador mecánico ajustable en 1847. 

Pronto llegaría la patente a América, en 1876, de la mano de Seth E. Thomas, quien registró un pequeño reloj mecánico de cuerda que llevó a los principales relojeros estadounidenses a empezar a fabricar pequeños despertadores. Al parecer, los relojeros alemanes no tardaron en seguir el ejemplo y, a finales del siglo XIX, ya se había inventado el despertador eléctrico. En algunas obras de arte aparecen bocetos de un modelo que Leonardo ideó con dos platos y un tubo, pero no está del todo contrastado en sus dibujos, donde sí aparecen resortes de relojes y péndulos. 

En la Antigüedad Clásica no existían los despertadores, los hombres se despertaban con la luz solar de modo natural, aunque existieran sistemas de control del tiempo como los relojes de sol o los portátiles. Uno de estos ejemplos es el solar portátil de Mainz, una pieza realizada en marfil y descubierta en 1875 en Lisenberg (Alemania) cuando los arqueólogos excavaban en los asentamientos de las legiones romanas en esa localidad. Este tipo de relojes se denominaban «viatoria pensilia». 

Avance en el diseño

En España se ha encontrado uno en Mérida datado en el siglo III d.C. El uso de estos instrumentos se basaba en una suerte de calendario rústico conocido como «Menologium rusticum colotianum», realizado en piedra y encontrado en el Campo de Marte, en Roma. El nombre se debe a su descubridor, el poeta y humanista Angelo Colocci, a principios del siglo XVI. Este calendario ya muestra la disposición de los días en los diferentes meses. A pesar de la existencia de dicha tecnología, el sol y el canto del gallo acompañaron el despertar de los hombres hasta el uso de las campanas para articular la vida religiosa, primero, de comunidades monásticas y a partir del siglo XII de pueblos enteros. 

Las campanas eran conocidas en la época romana, siendo denominadas como «tintinábula», pero ya en el VIII se llamaban «campanas», como consta en el «Léxico hispánico primitivo» ( siglos VII-XII). Durante los primeros siglos de la Edad Media las campanas debieron ser de reducido tamaño, según parece por las que han llegado hasta nosotros, como por ejemplo la depositada actualmente en el Museo Arqueológico de Córdoba, conocida por su inscripción, donde se menciona que fue donada por un abad de nombre Samsón al Monasterio de San Sebastián del Monte, situado en la Sierra cordobesa. Fue hallada en el siglo XVI en el interior de un pozo cercano a Trassierra y llevada al Monasterio de San Jerónimo por el humanista Ambrosio de Morales.

De allí pasó a la Comisión de Monumentos y, finalmente, al museo, tras las Desamortizaciones de Bienes Eclesiásticos del XIX. Esta fue una de las campanas más antiguas de la Península Ibérica que articularía posteriormente la vida de la comunidad monástica en la sierra cordobesa, sonando tanto en los diferentes momentos del ciclo litúrgico diario como en las festividades. Las campanas aumentaron de tamaño y su presencia cada vez fue haciéndose más presente en las iglesias, con los diversos toques tanto para la misa matinal como avisando de un incendio. 

Quienes tienen la suerte de vivir en las proximidades de un monasterio todavía se puede despertar con las campanas de los Laudes que transportan a otro tiempo. Hoy en día, los relojes despertadores tienen un gran número de diseños: desde el radio-despertador Panasonic RC-6025, inmortalizado en la película «Atrapado en el tiempo», de 1993, hasta diseños más retro de marcas clásicas de lujo como Robert Maret. 

Los diseños más modernos incluyen la incorporación de luces nocturnas de colores, altavoces con puertos USB e incluso control de la temperatura y la humedad de la habitación, haciendo sonar la alarma cuando las condiciones estipuladas se modifican. En nuestros días nos cuesta trabajo encontrar un despertador con cuerda y timbre de los que hacían tic-toc , los hemos sustituido por delicados teléfonos móviles, aunque cuando suenan a las seis de la mañana nos pensamos dos veces el hecho de lanzarlos contra la pared.