El mejor consejo
Fue hace tiempo, veinte años. Y lo recuerdo como si fuera ahora porque siempre lo he tenido muy presente. Le entrevisté una mañana para una revista literaria, la primera que se publicaba en internet. Y me viene a la cabeza su generosidad, lo divertido que era, su gran sentido del humor. Hablamos mucho, de muchas cosas, de todo, le pregunté sin parar, pero él también me preguntaba con interés. Me di cuenta de que era un hombre que tenía una enorme curiosidad por todo. Y me dio un consejo, el mejor. Me dijo que si un libro no me gustaba dejara inmediatmente de leerlo. «Déjelo, tírelo, guárdelo, apártelo», me repetía. Es un consejo que cambió mi forma de entender la literatura y que yo he hecho mío y repito siempre que puedo citándole.
Después de hablar él le hizo saber al decano de la Facultad que había quedado encantado en un acto que yo interpreto de generosidad hacia los jóvenes que empezábamos.
Le he leido muchísimo y le sigo leyendo, pero si tuviera que quedarme con un libro, sólo uno –qué difícil– elegiría «Los cuadros del Palacio Negro».