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Geografía mítica

¿Está el Grial en Valencia?

El trayecto recorrido por esta icónica copa usada por Jesucristo en la Última Cena, sigue suscitando interrogantes y misterio

«La Última Cena», pintada por el artista valenciano Juan de Juanes en 1555 en donde aparece reproducido el mismo cáliz guardado en la catedral de Valencia
«La Última Cena», pintada por el artista valenciano Juan de Juanes en 1555 en donde aparece reproducido el mismo cáliz guardado en la catedral de ValenciaMuseo del Prado

El momento crucial del Jueves Santo, como es bien sabido, es la celebración de la Última Cena de Cristo con sus discípulos, que se relata en los Evangelios y que se sitúa en el Cenáculo, la parte superior de la casa de un anfitrión familiar o amigo de aquel círculo sagrado en Jerusalén. Aquella comida ritual –evocada también en paralelos con la religiosidad de otros tiempos y culturas– aparece en ese momento marcada por un especial simbolismo en las palabras que recogen los textos sagrados del cristianismo, desde los Evangelios sinópticos y las epístolas de San Pablo: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.

Este imperativo (junto al que se refiere a la carne) señala el momento central de los misterios cristianos de la Eucaristía. Como en muchas otras culturas es, desde luego, la experiencia iniciática por excelencia: el ingerir el cuerpo sagrado o la sangre sagrada de la divinidad, es decir la teofagia que redime o transforma para siempre: en este caso, de nuevo, el pan y el vino, haciéndose eco de muy antiguos misterios de la espiga y de la vid en la cuenca del Mediterráneo, cuya fermentación era a menudo entendida simbólicamente como representación de vida cíclica, eternamente renovada, más allá de la muerte de dos de los vegetales domesticados que han acompañado la peripecia del homo sapiens durante milenios.

En el caso del Cristianismo, el centro es la sangre y la carne de Cristo: y la primera se recoge en el Cáliz mencionado en esta escena fundamental para la religiosidad del orbe cristiano y que se conmemora en la comida en comunidad de cada una de las celebraciones cristianas de los dos milenios posteriores. El milagro de la transubstanciación tiene como epicentro el Cáliz, que ha sido desde entonces venerado sin interrupción, teológica y mitológicamente glosado y literariamente exaltado en el ciclo mitológico medieval del Santo Grial, que entronca con la mitología celta y la materia de Bretaña, en torno a la corte del rey Arturo y sus caballeros en pos de la perfección.

Es el elemento central de este culto mistérico y eucarístico del cristianismo –el Cáliz de la Última Cena o Santo Grial–, tradicionalmente uno de los objetos de poder más devoción en la historia del arte, la literatura y, por supuesto, también de la religión, a través del culto a las sagradas reliquias: la realidad de esta copa que se ha perseguido y se ha ensoñado en muy numerosas ocasiones a lo largo de los siglos. Sobre todo desde el comienzo de la época de circulación de las reliquias, en torno al siglo VII, proliferaron muchas piezas que reclamaban el honor de ser consideradas ese Santo Grial.

A salvo de luchas

Pero entre todas ellas, sin duda la que acredita mayor reputación es el Santo Cáliz de la catedral de Valencia, que lleva hasta la geografía mítica hispana, según varias tradiciones, la búsqueda del Grial. El cáliz en cuestión tiene una parte superior que varios análisis han defendido que procede de la Palestina del siglo I, siendo una típica copa de de la región hecha de ágata. En cambio, su parte inferior, el pie con asas, es un añadido posterior, de época medieval. Esta copa aparece evocada en diversas obras de arte de forma literal y reconocible en su forma actual, como, por ejemplo, en el lienzo “La Santa Cena”, de Juan de Juanes (1560), que está en el Museo del Prado.

Quiere la tradición que aquella copa hubiera sido celosamente guardada tras la Última Cena y hubiera quedado en la región siria (seguramente en Antioquía), trasladándose después a Roma. Desde ahí, el itinerario mítico sigue hasta España, pues la habría traído San Lorenzo, el mártir al que se dedicaron en la Basílica de San Lorenzo Extramuros en Roma y, posteriormente, El Escorial, tras haberla recibido en el siglo III de manos del Papa Sixto II. A Lorenzo, que parece procedente de la Tarraconensis, se le confió el Grial, entre otros tesoros emblemáticos, cuya pista se sigue, según sus fantásticas hagiografías, por varios lugares de Aragón: Yebra, Siresa, Santa María de Sasabe (hoy San Adrián), Bailio y, finalmente, el célebre monasterio de san Juan de la Peña (Huesca), donde habría estado a salvo de las luchas contra los árabes y al que parece referirse un documento de comienzos del siglo XI. Luego, los reyes de Aragón se hicieron con la reliquia.

En 1399, Martín el Humano lo traslada a su palacio de la Aljafería de Zaragoza y luego al de Barcelona. Hacia 1424 Alfonso el Magnánimo lo deposita en su palacio de Valencia y, a su partida a Nápoles, pasa a custodiarse en la Catedral, donde ha sido conservado y venerado durante siglos, salvo dos breves interludios fuera de ella, durante la invasión napoleónica y la guerra civil. Conque los pasos del Grial, entre mito, fe e historia, hay que seguirlos por la antigua Corona de Aragón hasta su actual exposición en la Catedral de Valencia.