Geografía mítica

El Santo Grial está en España... por triplicado

Muchas son las piezas en toda Europa que se reivindican como el Grial y entre ellas podemos contar tres en nuestro país, en Valencia, León y Lugo

Imagen del cáliz de la Colegiata de San Isidoro de León
Imagen del cáliz de la Colegiata de San Isidoro de LeónReal colegiata San Isidoro de León

Entre las reliquias más veneradas y anheladas no solo por los cristianos más devotos sino también por los arqueólogos más mitómanos –por no hablar de los más delirantes esoteristas de la historia, desde el siglo XVIII a esta parte– se encuentra, por supuesto, la copa de la Última Cena de Cristo, el famoso Santo Grial. Este Cáliz, sobre el que se basan los misterios cristianos del sacramento de la eucaristía, es la verdadera piedra de toque y clave simbólica y litúrgica de todo el cristianismo: en el Grial se ve confluencia de lo nuevo y lo viejo, entre las más remotas antigüedades y el temprano medioevo, entre mito, fe y literatura. En la Copa Sagrada se encuentran las religiones de la cuenca del Mediterráneo, con los misterios del vino, junto con los del pan. El Grial está considerado uno de los objetos de poder mitopoéticos de la historia de las religiones y de la historia del folklore y de la literatura patrimonial, desde Oriente a Occidente. Símbolo místico, alquímico, metafísico o religioso, se trata del recipiente donde se vierte la sangre del Dios que muere: es el chivo expiatorio judío, el “pharmakos” griego, el Cordero cristiano, que epitomiza en el plano narrativo el ciclo del Dios-Héroe que se sacrifica por sus semejantes –lo que para Borges es una de las cuatro historias esenciales de la humanidad– y en el religioso la idea del Dios-Héroe-Rey que es sacrificado y consumido y que, tras su muerte, resucita en un ciclo de teofagia sagrada, redención y regeneración muy ligado al plano a la vez vegetal y astronómico con sus esquemas y revoluciones.

Pues bien en el Santo Cáliz confluyen todas estas simbologías –la del Dios que muere, el “dying God” de Frazer, la del Rey que ha de morir en el folclor, la del sol poniente y naciente así como de la misteriosa resurrección por fermentación de los dos vegetales mistéricos, el trigo y la vid, de Deméter y Dioniso– y mucho más. Por eso no es de extrañar que una de las reliquias más asombrosas de la cristiandad sea el llamado Santo Grial. Además de religión y mitología, huelga decir que el Grial también es pura literatura, como atestigua el último gran ciclo mitopoético de Occidente, que es el de la búsqueda interior del perfecto caballero, el paladín del Santo Grial: las pruebas a Perceval, Bors, Galván o Lanzarote serán fallidas y sabemos que el elegido a la postre acaba siendo Galahad. El relato está enmarcado en la materia de Bretaña que incluye la corte del Rey Arturo, una especie de “alter Christus” también a su modo, la tierra baldía y la herida del Rey Pescador, con cuya sanación, basada en el Cáliz y en la Lanza, dos objetos de honda raigambre también en la mitología celta, se ha de curar para siempre la enfermedad que nos aqueja y subsanarse la carencia que con la que comienza todo ciclo narrativo del folclor.

Pues bien ese objeto de poder, tras cuyos pasos fueron desde "Indiana Jones" hasta los ocultistas nazis, parece que lleva sus caminos hacia nuestro país. Entre las reliquias que llegaron de la región sirio-palestina el culto de estos objetos de la Pasión como la cruz, la Sábana Santa o los restos de la Última Cena hay que remontarlos seguramente al siglo IV de nuestra era, entre la época de Constantino y la de Teodosio. Sin embargo, la dispersión de estos objetos e imágenes sagradas, y su proliferación, hay que localizarla más bien en el siglo VII, cuando se produce una gran convulsión en el Mediterráneo oriental merced a los enfrentamientos entre bizantinos, persas sasánidas y árabes. Muchas son las piezas en toda Europa que se reivindican como el Grial y entre ellas podemos contar tres en nuestro país, en la catedral de Valencia, en la Colegiata de San Isidoro de Leóny en el Monasterio de Santa María do Cebreiro (Lugo). Pero ¿alguno será el Grial verdadero? Por supuesto que ningún historiador o arqueólogo serio ha tenido el atrevimiento de defender tal cosa: solo es posible para el estudioso de estas fuentes seguir el rastro de algunas piezas que pueden llevar a la Palestina del siglo I e investigar en los orígenes de la tradición que hace que la cristiandad haya tomado estas piezas con especial devoción.

Otros candidatos son el Santo Catino de Génova, llegado tras la primera cruzada, Cáliz de Antioquía del Metropolitan Museum de Nueva York, el vaso de Nanteos, en Gales (muy artúrico este), el Cáliz de Ardagh, en Irlanda, la Copa de Hawkstone Park, el Achatschale de Viena o la Copa de Santa Isabel de Hungría. El análisis arqueológico y material de estos recipientes puede arrojar luz cierta sobre su origen y también la documentación, a veces ambigua y plagada de historias míticas, que se ha transmitido sobre su traslado. Entre las piezas hispanas que debemos comentar –y que hoy no será posible por falta de espacio–, las hay con un “pedigrí” que lleva directamente a la zona de autos, mientras otras son más discutibles. Pero la tradición quiere que las más destacadas de estas se encuentran en nuestro país: España siempre fue la tierra de Poniente, del Finisterrae (el Grial ondea en la bandera gallega), perfilada míticamente como lugar de promisión y a la vez como punto de partida para la expansión del cristianismo a otras latitudes. Por ello no es de extrañar que primero las monarquías medievales y luego la monarquía hispánica universal se hayan interesado especialmente por el culto a la reliquia más importante del cristianismo.