La leyenda del dragón de Guadarrama
Según reza una tradición, la sierra de Siete Picos, que separa las dos mesetas castellanas, debe su forma a la silueta de un dragón que eligió aquel lugar para descansar y que se quedó dormido
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Separando las dos Castillas yace tumbado un enorme dragón que se posó allí antes de que formaran los continentes tal y como los entendemos hoy y, por supuesto, también mucho antes de que los dragones se dividieran en dos grandes familias que separan el oriente y el occidente, a saber, según sean benéficos o malefactores. Las sierpes terrestres, memoria primordial del ser humano y de su terror atávico a los seres que reptan por el suelo –la maldición de Yahvé resuena tras la salida del Edén– cobraron ya en tiempos prehistóricos unas alas que les permitieron trascender al más allá y elevarse por los cielos de la metafísica. Esta simbiosis se ve en los cuentos primitivos que, para Vladimir Propp, pasan del animal del bosque, sierpe terrestre o sierpe alada, al caballo, a veces también dotado de alas por la fusión con el ave, tras su domesticación. Y no por otra cosa sino porque el caballo permitía al ser humano experimentar algo muy semejante al vuelo.
Hay que recordar que el dragón duerme por excelencia en cuevas y montañas y que estas son a menudo explicadas también restos fosilizados de antiguos cuerpos serpentinos. Así ocurre en la mitología de todos los pueblos y recordamos la formación del cosmos para la mitología escandinava: destaca Jormungandr como gran dragón universal que rodea el mundo de los humanos, el nivel del árbol cósmico Yggdrasil conocido como Midgard. Los dragones son serpientes voladoras: componen también un motivo universal, el de la serpiente emplumada o alada. Hay que pensar en los muchos símbolos en ese sentido, desde los dragones del próximo oriente, las hidras y pitones griegas, hasta Quetzalcóatl, en el mundo azteca.
La serpiente que es agarrada por el águila y que hoy campea cuando se ve ondear la bandera de México recoge ese antiguo motivo del folclor. En el Canto XII de la «Ilíada», Polidamante ve un águila que deja caer una serpiente que ha cazado, lo que interpreta como un mal presagio (en el fondo, de la caída de Troya), mientras que la lucha entre el águila y la serpiente aparece en los Beatos que comentan el Apocalipsis y será una imagen onírica en la épica medieval que luego obsesiona a Nietzsche en torno a Zaratustra. El dragón es fantástica combinación del águila y la serpiente que produce sueños en los cuentos populares y en la mitología, se puede ver en las montañas más emblemáticas cerca de Madrid.
La Sierra de Guadarrama, aquella llamada de «Siete Picos», no es sino esa silueta sinuosa del dragón dormido que se fue a posar en este lugar privilegiado de nuestra geografía mítica, que divide la Meseta norte y la Meseta sur. Parece que la denominación «Sierra del Dragón» se remonta a la Edad Media, a la Crónica del rey sabio, Alfonso X, monumento de la historia mítica de España, ya recogen el topónimo del «puerto que llaman ahora Valatome, que antes auie nombre la sierra del Dragón»). Pero son legión las cordilleras y sierras que contienen formaciones que han sido leídas simbólicamente en la península Ibérica desde la antigüedad hasta el medievo. Otro ejemplo es el del pico vasco Udalaitz, en Mondragón, y con restos de leyendas y ermitas que conmemoraban a la gran sierpe primordial, tan cara a la mitología céltica y vasca. Es este un monte, como la Sierra del Dragón madrileña, que evoca bien la presencia de un ser sobrenatural como el que evoca su silueta. Era una de las sedes predilectas de la Mari, diosa vasca primigenia.
En el Teide, algunos sitúan la mayor de las aventuras de Hércules, con las Hespérides, y dicen que allí estaba ese árbol de las manzanas de oro vigilado por un dragón de cien cabezas, a cuya muerte nacieron los dragos, típicos árboles de la zona. Otro tanto vemos en Galicia, en la no menos mítica Compostela – «Campus Stellae», también frecuentada por Hércules en sus caminos por el «finis terrae»–, pues allí se alza el Pico Sacro, impresionante montaña de cuarzo que alberga otra leyenda dragontina: una malvada reina que quiso perder a Teodosio y Anastasio, discípulos del Apóstol Santiago, cuando iban a llevar su cuerpo a inhumar, y los dirigió hacia una gruta en el Pico Sacro para que fueran devorados por un dragón. Cuando los discípulos se santiguaron al verlo, el dragón voló en pedazos y la reina pagana se convirtió: allí se ve aún hoy la entrada de su guarida. Es de mencionar también el mito de San Jorge, tan caro a Cataluña y Aragón, donde varios picos y peñas son dragónicas igualmente. Pero la toponimia de los montes serpentinos no es única en España, por supuesto, pues se encuentra desde Dalmacia a Irlanda, a lo largo de toda Europa. No podríamos agotar este tema jamás.