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Cuadro de la semana: La última cena

La que se considera una de las obras más importantes de Leonardo da Vinci es a su vez la peor conservada, debido a la técnica equivocada que el artista utilizó para su representación

La última cena
La última cenaLeonardo Da Vinci

Aquí vengo para lanzar una pregunta al lector. ¿No le parece extraña la escasa información que nos ha llegado sobre Jesucristo? Cuando hablamos de la figura histórica más importante del mundo en los últimos 2.000 años, puede que incluso más, no contamos con más referencias que los Evangelios, dos párrafos sencillos en Antigüedades judías de Flavio Josefo y menciones fugaces en textos de Tácito, Plinio el Joven y Suetonio. Jesús de Nazaret existió, esto es innegable, pero sus actos y su vida en general aparecen difuminados ante nuestros ojos por la escasa información que nos llegó. Y parece sorprendente. Porque no hablamos de años tan remotos como los de Noé o Moisés para referirnos a Él, sino que nos referimos a una época donde ya predominaba el Imperio romano y la información, es decir, cuando la recopilación de sucesos en documentos era una acción cotidiana. Parece mentira que sepamos con una precisión pasmosa qué le ocurrió a la más inútil de las legiones en Dacia y no tengamos casi información sobre una figura hebrea que hizo tambalear el poder de Roma, fue crucificada por rebelión y consiguió organizar una religión que devoró definitivamente al imperio.

Las tardes de conspiración se me ocurre que la figura de Jesús fue víctima de una damnatio memoriae, y que esa es la razón de la escasa información que poseemos. Pero luego es cierto que han transcurrido 2.000 años desde su muerte y la Historia tiene este poder odioso para borrar, difuminar, transformar lo ocurrido hasta ocultar casi por completo su aspecto original. La figura de Jesús se presenta levemente desdibujada frente a nosotros, parecida a una pintura a la que se le han caído varios colores, víctima de los hongos y las humedades.

De Judas a Cristo

La escena representada en esta obra de Leonardo da Vinci es de sobra conocida. Esta es la Última Cena, cuando Jesucristo confesó a sus seguidores que uno de ellos le traicionaría para llevarlo a la crucifixión, la misma en la que lavó los pies de sus apóstoles y ofició la primera Eucaristía. El momento exacto que se reproduce en la obra es este, cuando anuncia que será traicionado. Así podemos observar a Mateo, Judas Tadeo y Simón Zelote discutiendo en la esquina derecha, haciéndose gestos que expresan su incredulidad por el anuncio; Tomás, Santiago el Mayor y Felipe se acercan a Jesús procurando sonsacarle más información, o incluso persuadirle de que ninguno de ellos haría tal cosa; a su derecha, Simón Pedro y Juan procuran asimilar la noticia, mientras Judas Iscariote, barbado y con el rostro más oscurecido que el resto, observa sorprendido a quien adivinó su traición; Bartolomé, Santiago el Menor y Andrés se limitan a observar a Jesús estupefactos, en la esquina derecha de la obra.

Esbozo de Cristo que hizo Leonardo para «La última cena» sobrepuesto a la pintura que se encuentra en Milán
Esbozo de Cristo que hizo Leonardo para «La última cena» sobrepuesto a la pintura que se encuentra en Milánlarazon

Cada uno de los rostros expuestos en este mural, que desde que fue pintado hasta hoy puede encontrarse en la Iglesia de Santa Maria delle Grazie, en Milán, fueron meticulosamente elegidos por Leonardo da Vinci. Durante los tres años que dedicó a pintarlo (1495-1498) vagó por las calles de Milán en busca de los rostros que mejor encajarían con cada uno de los personajes allí pintados, y esta no fue una tarea sencilla por una razón concreta. Según el genio italiano, los gestos del ser humano son tan variados como los estados de ánimo que pueda cargar un alma, y por tanto cada gesto representado en su obra supone un estado de ánimo distinto, propio de un alma diferente. Cada gesto, cada mueca en los rostros pintados, debían pertenecer a un alma concreta que encajase de forma casi exacta con las almas piadosas de los convidados en aquella mesa sacra. Para representar a Juan debía encontrar a un joven puro, bello, limpio. Para representar a Pedro necesitaba de un rostro colérico, astuto y santo. Para representar a Judas debía basarse en el más despreciable y cobarde de los hombres. Y así sucesivamente.

Cuenta la leyenda que el primer modelo que encontró fue el de Jesús, mientras Judas Iscariote fue el último, tres años después. Para buscar al modelo que serviría a la hora de representar al traidor, acudió a una de las cárceles más peligrosas de Milán y allí encontró a un reo condenado a muerte, con el rostro embrutecido y cruzado de muecas, y presentándose ante él le ofreció servir como modelo de Judas en su obra. El reo echó a llorar al escuchar la petición del artista. “Leonardo, ¿no me reconoces?”, gimió, “yo soy el mismo en quien te bastaste hace años para pintar a Jesucristo”.

Claro que esta es una leyenda, nada más. En realidad fue el rostro de Jesucristo, junto con el Judas, el último que Leonardo pintó en este mural, por lo que resulta imposible que tal anécdota sucediera. Lo que sí ocurrió en realidad fue que tardó tanto en pintar a sus dos últimas figuras, que el duque Ludovico Sforza - mecenas de la obra - comenzó a impacientarse por la excéntrica meticulosidad de Leonardo a la hora de encontrar los gestos, las almas y los rostros que quería implementar en su obra. Junto con el prior de Santa Maria delle Grazie azuzó con palabras al genio para que finalizase rápidamente el fresco, y este contestó que si seguían metiéndole prisa, no tendría más remedio que utilizar al prior como modelo para Judas.

Una analogía accidentada

Claro que en el mismo momento en que la pintura fue mostrada al público, las alabanzas se sucedieron como las lluvias de abril. Nadie osó dudar de la genialidad del autor, e incluso el propio duque se alegró por lo bajini de haber aguantado sus manías. De alguna manera, Leonardo había conseguido otorgar una movilidad asombrosa a su obra, precisamente a partir de esos gestos rabiosamente reales representados en cada una de las figuras. Tan bella resultó a ojos del público, que el mismo rey Luis XII de Francia pensó en llevársela consigo tras su conquista de Milán en 1499. También podemos destacar que el artista jamás pidió al mecenas un solo ducado a cambio de su obra.

“La última cena” de Zeng Fanzhi. Las versiones de la famosa obra de da Vinci se reparten por multitud de estilos artísticos a lo largo del globo.
“La última cena” de Zeng Fanzhi. Las versiones de la famosa obra de da Vinci se reparten por multitud de estilos artísticos a lo largo del globo.larazon

Pero Leonardo cometió un error, quizá intencionado. En lugar de seguir la metodología habitual para la elaboración de frescos de la época, que consistía básicamente en aplicar dos capas de mortero de cal antes de comenzar la pintura, la primera diluida con arena de río y agua, la segunda con polvo de mármol y agua, quiso representar su obra como un mural pintado con temple y óleo, sobre dos capas de yeso. Puede ser que esta nueva técnica permitiese realzar ciertos colores, aportar más brillo a la escena, incluso pintar con mayor rapidez en los arrebatos de creatividad que dominaban al genio, pero resultó inevitablemente en que apenas dos años después de terminarla, los admiradores de Leonardo comprobaron horrorizados que la obra se estaba deshaciendo.

Se caían los pedazos de pintura como fruta madura. La técnica innovadora de Leonardo había fracasado. Es por esta razón que la obra ha sufrido múltiples restauraciones a lo largo de su historia, aunque varias de ellas, como la realizada en 1726, tuvieron consecuencias catastróficas que rebajaron drásticamente su belleza. Hoy puede seguir observándose aunque la mayor parte de su superficie original ha desaparecido, y apenas podemos imaginar la grandilocuencia psicológica que Leonardo consiguió expresar en sus personajes, estando como están replegados tras una capa grisácea de humedades.

¿Por qué no tiene pies Jesús?

"La última cena" de Warhol
"La última cena" de WarholThe Andy Warhol Foundation for the Visual ArtsArtists Rights Society

Un estudio superficial de la obra nos mostrará que la parte donde debían estar los pies de Jesús viene tapada por el dintel de una puerta, grotescamente inmiscuida en la piadosa escena. Supone un último latigazo al desgastado mural, ya que dicha puerta no fue construida hasta años después de que Leonardo lo pintase. Ocurrió que los monjes de la iglesia, decepcionados por la dudosa calidad de la obra que tanto tiempo llevó al genio pintar, no se la tomaron demasiado en serio durante sus primeros años e hicieron lo impensable. Dado que la habitación donde se encuentra era la misma que utilizaban como comedor, se vieron en la enojosa situación de que, en el trayecto que recorría su cazuela desde las cocinas hasta la mesa, esta se enfriaba sin remedio.

Decidieron abrir una nueva puerta que acortase el camino de su cazuela hasta la mesa, precisamente allí, en el lugar donde se encontraban los pies de Jesús. Ni cortos ni perezosos, mutilaron la obra, y consiguieron las comidas calientes a cambio de arrebatarle los pies a Jesús.