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Geografía mítica

¿Cuál fue el verdadero poder del Marquesado de Villena?

Destacado históricamente por su carácter mitológico e intelectual, este territorio albergaba infinidad de reliquias y maravillas entre las que, sin duda, destacaba el conocido como Tesoro de Villena

El Tesoro de Villena está considerado uno de los hallazgos áureos más sensacionales de la Edad de Bronce europea
El Tesoro de Villena está considerado uno de los hallazgos áureos más sensacionales de la Edad de Bronce europeaArchivo

Las tierras del marquesado de Villena albergan tesoros sin cuento de una época marcada por la mitología antigua y medieval, y que aún hoy puede disfrutarse en rutas apasionantes que permiten conocer su patrimonio histórico-artístico y también, cómo no, el legendario, el que más nos interesa en estas páginas. Es complicado dar cuenta cabal de las maravillas de este antiguo territorio en torno a la ciudad de Villena, sede de una institución que brilla en el Medievo y en la Edad Moderna con marqueses ilustres, que son políticos intelectuales y literatos de primer orden. Este poderoso marquesado se extendía por las actuales provincias de Almería, Murcia, Albacete, Alicante, Valencia y Cuenca, en torno a un epicentro, Villena, conocido por sus vestigios arqueológicos de época prehistórica y con testimonios de las primeras grandes civilizaciones del sureste hispano en la edad de los metales.

Entre otros hallazgos está el que sorprendió espectacularmente a toda Europa en 1963, el llamado “tesoro de Villena”, actualmente en el Museo Arqueológico de Villena (Alicante) -cuya apertura está prevista para el próximo mes de mayo-, que remonta a la Edad del Bronce, y que presenta sin duda la colección de piezas de oro más importante de la arqueología de nuestro país, y quizá de Europa, con permiso de los descubrimientos de Heinrich Schliemann en Micenas. El hallazgo está relacionado con el yacimiento de Cabezo Redondo, de gran importancia en la edad del Bronce: está en la ruta de paso entre el interior y la costa mediterránea, con esas antiguas motas y motillas, muestra del antiguo urbanismo de esta fundamental área del interior.

Desde la antigüedad Villena fue un lugar importante para el control del territorio, también en la romanización, que trazó su llamada Vía Augusta sobre una ruta de lugares ya conectados por poblados ibéricos. La zona fue una comarca o ducado visigodo que, a la conquista árabe, estaba bajo el mando de Teodomiro (Tudmir): el núcleo urbano puede datar de esta época de transición y desde entonces dominó también partes de las regiones adyacentes. La conquista cristiana de Villena tuvo lugar en el siglo XIII y la realizaron los caballeros de la orden de Calatrava, en nombre de Jaime I el conquistador, aunque luego pasó a la Corona de Castilla y allí precisamente quedó fijado el territorio de la frontera de ambos reinos. Lugar siempre de comunicación estratégica y marcado por esta orden militar, el señorío de Villena pasó a ser principado, ducado y luego marquesado, adquiriendo un peso muy relevante en la política del medievo peninsular. De su riqueza dan fe su extensión y las magníficas fortalezas que jalonan las rutas internas que aún hoy puede llevarnos a recorrerlo, aprendiendo sobre la arquitectura de las fantásticas fortificaciones medievales con guías como el libro de Miguel Sobrino, “Castillos y murallas” (La Esfera), que glosa unas cuantas de ellas.

Entre los marqueses más conocidos está Juan Pacheco, que dominó la política castellana desde el reinado de Juan II, que le concede el título de marqués de Villena en 1445, o también Juan Manuel Fernández Pacheco, octavo marqués y fundador de la RAE. Pero me gustaría detenerme brevemente, para finalizar, en el curioso caso del famoso Enrique de Villena, poeta y ocultista llamado “el astrólogo” o “el nigromante”, aunque en puridad habría que llamarlo Enrique de Aragón, pues no llegó nunca a ostentar el marquesado. Nieto de Enrique II de Trastámara, se casó con un buen partido, María de Albornoz, pero tuvo que separarse de ésta, pues era deseada por el rey Enrique III, a cambio de ser nombrado maestre de la orden de Calatrava, para lo cual se exigía ser soltero. En el proceso de nulidad alegó que era impotente, aunque sabemos que tuvo dos hijas ilegítimas de otras relaciones, entre otras sor Isabel de Villena, que llegó a ser abadesa y primera poetisa conocida de la literatura valenciana.

En todo caso, su retiro de la vida pública, le hizo centrarse en sus estudios y su estupenda obra. Fue uno de los grandes prosistas de su tiempo, ponderado por diversos autores como Juan de Mena: sus “12 trabajos de Hércules”, que compone en valenciano y en castellano, son una magnífica obra mitológica de alegoría medieval que lee en enclave las fatigas del gran héroe griego tan relacionado con la historia mítica hispana. También tradujo a Virgilio, Cicerón y Dante y escribió poesía, siendo uno de los introductores de la reforma métrica que venía de Italia en la lírica castellana. Sin embargo, su leyenda se debe sobre todo a sus estudios esotéricos, pues se fraguó una gran fama de mago: se supone que aprendió artes ocultas en una legendaria cueva de Salamanca y que pudo predecir su propia muerte.

Entre sus obras, muchas perdidas, hay astrología, en “El libro del ángel Raciel”, un “Tratado de alquimia” y un “Tratado del aojamiento”. Su biblioteca fue expurgada y en parte quemada por el arzobispo López de Barrientos y el marqués fue acusado de brujería y, tras ser encarcelado, murió en Madrid: cuenta la leyenda que tuvo una doble muerte gracias a sus artes mágicas, pero eso quedará para mejor ocasión. Su figura inspiró a escritores de la posteridad, desde Quevedo a Hartzenbusch. Su obra y vida enigmáticas también han engrandecido el aura legendaria del marquesado de Villena.