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MÚSICA
Fito Páez: «Sabina forma parte de la iconografía porteña»
El músico argentino, un clásico en vida, inicia en julio la gira española «Tecknicolor», en la que presentará su último disco, «Novela»

Fito Paéz (Rosario, 1963) emprende en julio la gira «Tecknicolor» por cinco ciudades de España –Barcelona, Madrid, Valencia, Gerona, Marbella– en las que, además de sus clásicos, interpretará canciones de su último disco, «Novela», fruto de cuatro décadas de trabajo. La presente charla la mantenemos por zoom. Es curioso, le digo, que, compartiendo lengua, el rock argentino apenas sea conocido en España, y viceversa. Es decir, Charly García no es conocido en España, como no lo fueron Spinetta ni Los Abuelos de la Nada ni lo es el Indio Solari. El único que sí es conocido es Calamaro, pero gracias a Los Rodríguez, una banda de rock que se formó en suelo español. ¿A qué cree que se debe esa tara? «Somos idiosincrasias diferentes –sostiene–. Y tampoco generalizaría, porque todos los que has nombrado formamos parte de algo que es un poco más grande que el rock argentino y que se llama música popular argentina, que está dentro de una completitud donde se mixtura lo nuevo híbrido con todas las músicas folclóricas, que son infinitas. La cultura rock sí fue muy importante en los jóvenes de los años 70 y, a partir de ahí, se abrió una mentalidad que Bowie, en los 90, llamó la “cultura rock” y que acá le podemos decir también “cultura rock”, y que agregó un condimento de exotismo, libertad, modernidad y búsqueda no exenta de ludismo. Ahora –añade– es cierto lo que dices sobre Andrés allá, porque se afincó en Madrid. Me da la sensación de que hay algo ligado a lo que hablábamos antes, Javier, esto de las idiosincrasias, ¿viste? Hay una complejidad en Argentina que posiblemente no esté en España dentro del marco de la música popular. Quitando, claro, la música gitana, que es tremendamente salvaje y loca». Le recuerdo que en España, en los 70, algunos de los que revitalizaron el rock fueron argentinos, como Moris o la mitad de Tequila, Ariel Rot y Alejo Stivel.
Le señalo que nosotros salíamos de una dictadura y ellos entraban en una, y le pregunto si el rock tenía que ver con eso, con una forma de rebelarse contra los uniformes: «Había algo de eso también –asiente–. Lo que pasa es que generó, en Argentina al menos, nuevas estéticas que no tenían nada que ver con lo que pasaba a nivel mundial, como la obra de Serú Girán o La Máquina de Hacer Pájaros, de Charly García. O la obra de Invisible, de Spinetta, que generaron nuevas cosas en vez de limitarse a repetir el formato del rock que se estaba haciendo en Inglaterra y que se copió en casi todo el mundo, como los [Sex] Pistols y los Clash, que venían a quitarle las capas a los grupos sinfónicos».
«En Argentina, votar cada cuatro años es algo sagrado. Hay que tomarlo como un triunfo»
No comparte el músico argentino que los géneros latinos que triunfan hoy en día, el trap y el reguetón, sean los nuevos subversivos: «Acabo de escribir un ensayo, “La música en tiempos de demencia masiva”, y no pienso que esos géneros sean subversivos en lo más mínimo. Creo que son músicas de dominación, generadas en el terreno de un grupo de gente que está dominada por cánones que son, te diría, hasta antimusicales, pues hay poca melodía y no hay armonía. La música son tres elementos, y ahí dos están fuera: ¿qué pasó? A mí esos chicos no me asustan, hay que ser más salvajes. Estuvieron los [Sex] Pistols, McCartney, Lennon, Orson Welles, John Huston… Gente muy salvaje como para que ahora te asusten los chiquitos estos».
Una vida sin la madre
Su disco «El amor después del amor» es el más vendido de la historia del rock argentino. ¿Cómo se soporta ese peso? «Es muy fácil: es como un Everest que te pasó una vez y después es todo una meseta, ja, ja, ja. La verdad que no es un peso. La vida es que yo estoy acá, estudio, toco el piano, saco músicas, escribo, leo, hago gimnasia, y los excesos se hacen en periodos más largos, ja, ja. Pero, claro, es un privilegio y un orgullo, por supuesto. Pero, por otro lado, fue un momento, nada más, y si no vuelve a suceder no quiere decir nada. Hay momentos en los que uno tiene una gran conexión con mucha gente, por muchísimos motivos, y después hay otros que no y nadie se tiene que asustar de eso».
Fito era un recién nacido cuando murió su madre, Margarita. A pesar de ello, ¿ha sido desde la ausencia una mujer importante en su vida? «Mirá: pocos vínculos tan importantes como el de tu madre, incluso con tu madre muerta. Es una materia que está rondando tu vida permanentemente y siempre en un sentido de protección, uterino. La construcción que uno hace sobre el cuerpo muerto de su madre es recontracompleja, pero tan compleja como cuando la tenés viva. Tenés los mismos quilombos, te pasan las mismas cosas y te pasan otras aparte».
«Tanto el trap como el reguetón son músicas de dominación. Y son hasta antimusicales»
Sabina y Paéz se divorciaron a la tremenda tras la grabación y la no gira de «Enemigos íntimos» y luego firmaron la paz de una manera silente, como esa pareja que lleva toda la vida junta y un día decide casarse en un juzgado sin avisar a nadie –ríe sonoramente–. ¿Hay amor después del amor con Sabina o tampoco es para tanto? «Sí, sí. Cada uno lo manifiesta a su manera, pero creo que nos amamos fuertemente porque pasamos una temporada muy salvaje construyendo ese álbum, que es una obra potente. Tengo un recuerdo hermoso de ese disco. Estábamos en momentos distintos, de edades, de amores. Él estaba en una etapa bastante salvaje y yo no, o un poco menos. Y creo que sí que hay amor del profundo. Joaquín es un hombre que se involucró seriamente en Buenos Aires. Hizo una tarea de buceo con diversión y lecturas y mucha vida. Conectó con muchas personas de diferentes estratos sociales y ámbitos. Sabina forma parte de la iconografía porteña».
Olor a muerte
¿Qué recuerdos tiene de los años de la dictadura de Videla, a qué olía su país? «A rancio, a muerte, a soledad, a miedo. La policía te paraba a la noche, tenías que estar escondiéndote todo el tiempo. Era una situación extremadamente dolorosa y triste porque la gente estaba como en una pandemia. Andar por la calle después de las diez de la noche era un peligro. Se vivía con mucho miedo. Por eso, más allá de las ideologías y los gustos políticos, porque hoy ya todo es un caos babilónico, acá, en Argentina, votar cada cuatro años es sagrado. Hay que tomarlo como un triunfo». ¿El que ha vivido una dictadura y se queja de la democracia se queja un poco de vicio? «Sí. Se queja de vicio, absolutamente. Porque no sabe lo que fue eso. Y en todo caso tenemos que hablar siempre del mal menor. Sabemos hoy ya que las dictaduras son postulados literarios, que no hay democracia en un sentido. Pero, en la medida en que sepas cómo se mueven los hilos, vas a estar menos angustiado y confundido». Finalizo la entrevista preguntándole si Maradona o Messi: «Los dos han traído mucha alegría al pueblo argentino. A mí me gustaba más el juego de Diego, refinado, de artista, un poeta».
Ese amor que emerge
Por Javier Menéndez Flores
Cuánto eleva el amor y cómo escuece su reverso, la concha de su madre. Pero ahí, en ese delirio o droga o triple salto mortal o chupito de fiebre y fuego, o lo que demonios sea, habita todo lo que merece la pena. Fuera de esas paredes no queda gran cosa, óyeme bien, apenas unas gotas de frustración y ansiedad, calderilla. Y eso Fito lo sintió enseguida, aun antes de saberlo con absoluta certeza. Pues Margarita se desvaneció cuando el mundo todavía era una nebulosa y él estiró y se desarrolló asido fuertemente a un rostro que lo observaba desde un puñado de fotos y al perfume que despedían las historias que la nombraban. Un corazón sediento que buscaba otros con la torpeza con la que una cerilla trata de poner en claro una cueva.
Aún hoy, a veces se cuelan en tus sueños aquellos milicos que no se reflejaban en los espejos y que, al amanecer, roncaban en sus sarcófagos de azufre y fuego del Casino de Oficiales de la ESMA, donde el Averno tenía una de sus principales sedes. Eran los días atroces en los que el pentotal sódico encogía la voluntad de hombres y mujeres jóvenes y los «traslados» en avión jamás tenían billete de vuelta.
Pero había que vivir como fuese, maldita sea, contra las tropas de Satán, contra la crueldad de la demencia. Y qué mejores asideros que Bob Dylan y los Beatles y Jean-Luc Godard y todas esas pibas y pibes hermosísimos que en aquel invierno varado en el tiempo se obstinaban en dar con el milagro de una luz cenital, de un beso derramado, de un cielo que no se desplomase sobre sus cabezas. Hay ciudades habitadas por corazones pobres, seres que no conocen el swing, mundos sin soles, manos cobardes que deslizan la hierba acusadora en un cajón. Y cuando la ciudad entera es una pira tan alta como un rascacielos, el Lexotanil tiene la consistencia de un paracaídas o de esa red que salva al equilibrista de una muerte segura. Pero al cabo de la madre de todas las borrascas pueden asomar las mariposas tecknicolor y los jardines en donde vuelan los mares. Bienvenidos sean al Circo Beat, donde nada del mundo real desaparecerá.
Y a pesar de esos perfumes que cargaban tanto dolor, cada vez que «El amor después del amor» gira en el pasadiscos vuelves a ver, igual que si los tuvieras delante, a Fabiana y a Charly y al flaco Spinetta y a Andrés y a Mercedes y a Claudia y a Fabián y a Celeste y a Chango y a Ariel y a Gustavo y a Osvaldo y a Lucho y a todos esos hermanos bendecidos con el gen del talento. Y con solo cerrar los ojos ella está frente a ti con aquel vestido cosido con los harapos del deseo y te ves a ti mismo, desdentado y tan alerta como un gato, sentado al piano, porque marcharse de allí, alejarse de su lado, era morirse lentísimamente. Puede que la cronología sostenga que fue la número dos, pero la partitura la sitúa a la cabeza. Ya te lo advirtió Joaquín: en Madrid te aguardaban las tijeras del sol, el asfalto, el smog y el perfume más caro. Y Mercedes Sosa te apuñaló en algún lugar de las afueras, a traición. Pero fue bello saberse desangrado por una emoción así de nueva y
salvaje. Y, puestos a sincerarse, «Yesterday» aún te puede hacer un hondo boquete si llega sin cita previa. Cosas de la música, mon frère, cuya magia se puede sentir pero es imposible de explicar.
Pasan los amores como el agua infatigable de un río, pero siempre emerge el amor. Y no es difícil verse en sus ojos como ella se mira en tu boca. Y el mundo es en ese instante una granada que explota en los bolsillos y todos los colores, salvo el contumaz negro, enseñan su mejor sonrisa. Y tus manos y sus hombros y tus pupilas y sus dientes y tu aliento y vuestras palabras abrazándose, fundiéndose, enredándose. Nada más que viviendo.
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