Franco Zeffirelli, de la estirpe de los Médicis
El director de cine falleció ayer a los 96 años en Roma. Con él el cine se hizo ópera
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El director de cine falleció ayer a los 96 años en Roma. Con él el cine se hizo ópera
Franco Zeffirelli era un hombre de múltiples talentos y méritos, entre ellos lograr que Mel Gibson, el guerrero de la carretera, interpretara a Hamlet (Mad Max pasó la prueba y recitó el «ser o no ser» sin que el monólogo pareciera las bujías gastadas de un motor de combustión). Del director uno tuvo noticia accidentalmente a través de ese deslumbramiento adolescente (y televisivo) que resultó ser Olivia Hussey, una belleza que más que una muchacha era el busto viviente de un cuadro renacentista (comparen su caracterización en «Romeo y Julieta» con «La belle Ferronnière», de Leonardo da Vinci).
Esa formalidad que son los títulos de crédito descubrieron que detrás de toda esa juventud inmortalizada por el celuloide provenía del pulso creador de un director. Zeffirelli, un florentino que dejó de hacer cine en 2002, el mismo año que pasaron a mejor vida Joe Strummer, Dee Dee Ramone y Billy Wilder, sin que aún se sepa si esto tiene relación alguna con su decisión, traía incorporado el magma cultural italiano y el refinamiento literario de un estudiante graduado en Eton.
Zeffirelli, que aprendió bajo la égida de ese triunvirato que formaron De Sica, Visconti, con el que mantuvo una estrecha relación, y Rossellini, siempre encontró inspiración en la música y la literatura, que son la savia que recorre las venas de toda burguesía que se precie. Parte de su cinematografía consistió en verter al séptimo arte obras inmotales como «La fierecilla domada», «Hamlet» y «Jane Eyre». Incluso se atrevió con ese clasicazo que es «El Nuevo Testamento» y dirigió un «biopic» de Jesucristo que está en el «top» del género: «Jesús de Nazaret» (que por primera vez no era rubio/vikingo, sino moreno, aunque con unos ojos azules más nórdicos que los fiordos).
El tema religioso lo siguió explotando, pero no con el tratamieno transgresor de otros sino con elegancia, en «Hermano sol, hermana luna», una biografía de San Francisco de Asís, que le dio bastante renombre, junto a su obra más reconocida, «Romeo y Julieta», ese éxito que puso su nombre en boca del gran público. Él pertenece a esa mitología de realizadores italianos que asentaban su prestigio en una intelectualidad que se consideraba ya intrínseca a ellos y que asomaba en las películas por la veta de la irreverencia o un preciosismo digno de los Médicis, lo que les hizo triunfar mucho. Zeffirelli, más discreto, menos escandaloso y amigo de la Callas, Maria, claro (dedicó un filme a su amistad), se entregó también a lo operístico, que rodó la obra de varios compositores demostrando que la lírica y el cine no están tan lejos (Bergman lo demostró con «La flauta mágica») y que, para muchos, fue su «do de pecho».