Ghostface, la broma que terminó siendo una sangrienta matanza
Este «grito» tenebroso compite en seguidores con las máscaras de Jason Voorhees y «V de Vendetta»
Valencia Creada:
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El disfraz del cine de terror más vendido en Halloween es el de «Ghostface», el asesino de «Scream» (1996): una túnica negra y careta deformada como «El grito» de Munch. Seguido de las máscaras del Guy Fawkes de «V de Vendetta» (2005) y las de Jason Voorhees y Mike Myers. La daliniana máscara blanda de «Ghostface» parece de broma porque se toma a chacota al psicópata, pretextando «deconstruir» el género de terror con el efecto Droste: una reproducción recursiva de la misma imagen, como la caja de «la Vaquita que ríe» −aquí, el cine dentro del cine−, hasta reducirlo a una comedia negra sangrienta para divertir al público adolescente con una violencia gratuita repetitiva.
Detrás de la máscara de «Ghostface» suelen esconderse dos asesinos que matan por diversión. La secuencia es idéntica: acuchilla a chicas macizas que gritan, huyen y mueren después de ser acosadas telefónicamente, invitándolas a jugar a un juego mortal: adivinar escenas, actores y personajes de una saga de terror titulada «Stab», con tantas secuelas como «Scream».
Llamarlos psicópatas sería poco riguroso. Los numerosos asesinos de «Scream» lo son por los muchos y violentos asesinatos que cometen, pero no son locatis escapado de un manicomio como Mick Myers en «Halloween» (1976), el primer psicópata que inaugura la moda de las pelis de asesino de chicas de instituto y fija el personaje de la «final girl», la última chica que persigue el asesino, se enfrenta a él y consigue si no vencerlo, al menos salir viva de sus navajazos.
La escritora Carol J. Clover acuñó el término «final girl» a partir de la moda del subgénero de cuchilladas de los años 70 y 80. Un subgénero de terror en el que espectador comienza identificándose con el asesino y acaba poniéndose del lado de la chica que persigue al final de la peli y sobrevive. En realidad, la primera «chica del final» fue Olivia Hussey, intérprete de «La matanza de Texas» (1974), pero quien hizo famoso el personaje, la que lograba sobrevivir a la masacre del perturbado Mick Myers es Jaime Lee Curtis.
Las siguientes le añadieron mayor autonomía, desnudos procaces y escenas de sexo que excitan al homicida y una novedosa fiereza al enfrentarse al psicópata. La chica del final que mantuvo la lucha más encarnizada con el muñeco diabólico, mientras el policía que le ayuda yace en el suelo, herido por una puñalada, es la madre del niño de «Chucky» (1988).
En estas sagas autorreferenciales, las numerosas adolescentes que se enfrentan al asesino con careta ridícula, aunque acaben muertas, se defienden a patadas, luchan hasta el último aliento y gritan con cada una de las brutales puñaladas del asesino en serie, que es derribado, burlado y hasta golpeado, pero reaparece y mata con saña para satisfacer el placer «trash« de los espectadores.
El modelo de la chica «empoderada» es la teniente Ripley. Como ella, las «chicas del final» luchan contra el monstruo que nunca acaba de morir, pues reaparece una y otra vez como una pesadilla interminable. Como Terminator, todos los psicópatas enmascarados del cine de terror posmoderno son máquinas de matar desprovista de humanidad: Mike Myers se ha escapado de un manicomio y vaga por las calles como un autómata asestando puñaladas a las adolescentes que encuentra, sin explicación racional alguna. Lleva una máscara blanca como la del Capitán Kirk de «Star Trek», modificada para que su inexpresividad resulte escalofriante.
Lo mismo que el multihomicida Jason Voorhees de «Viernes 13» (1980), que esconde su hidrocefalia con una careta de portero de hockey. La saga es tan delirante que sienta las bases para aceptar los mayores desvaríos argumentales en las sagas posteriores. También Jason mata con un machete descomunal a los jóvenes de un campamento veraniego sin atisbo de piedad, mientras repite: «¡Mátala, mami! ¡Mátala! ¡No la dejes escapar, mami!».
El cine de terror gore de estos años es de una violencia explícita tan desaforada que algunas escenas fueron censuradas. Con él éxito, todas repitieron idénticos clichés: campamento de verano o instituto de adolescentes, chicas de generosos pechos, asesinos en serie enmascarados y muerte de jóvenes degollados en vivo con machetes, cuchillos, motosierras, lanzas y ganchos. Pelis de terror hiperviolentas para maratones de vídeos caseros.
El subgénero evolucionó, desde sus inicios humildes, hasta abracadabrantes comedias de humor negro como «Scream». Cada una compuso un universo paralelo, y para lelas descerebradas, con las numerosas e interminables sagas de psicópatas. Con su infatuación, volvieron los «crossover» de antaño bajo un renovado delirio friqui, como la descacharrante lucha a muerte entro dos muertos vivientes: Jason Voorhees contra Freddy Krueger. Glorioso deliro total.