No hay amor sin Celestina
La figura de la alcahueta aparece en casi todos los contextos literarios de la historia, pero, sobre todo, se desarrolló en el mundo hispánico
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«Días ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja barbuda, que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay; entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y provocará a lujuria si quiere». Así describe Pármeno en la «Tragicomedia de Calisto y Melibea» (1499), más conocida como «La Celestina», en lo que se nos antoja una de las figuras literarias de más honda huella en nuestra historia mítica literaria.
No podemos decir que el arquetipo literario y folclórico de la vieja alcahueta y metomentodo, medio bruja y mediadora, más o menos simpática, según las versiones, sea una figura de tradición totalmente hispánica. Pero qué duda cabe que el inolvidable retrato que de este tipo de personaje hizo, en la época de los Reyes Católicos, Fernando de Rojas en su espléndida obra, pasó a los anales de la historia literaria de Occidente como una de las más brillantes concreciones de esta figura típica. La tradición de la mediadora en la literatura hispánica es muy conocida, como se ve en el precedente clave de la Trotaconventos del «Libro de Buen Amor» (1330), de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Muy diferente son estas dos ancianas de la literatura castellana medieval a la alcahueta del «Tirant lo Blanc» (1490) de Joanot Martorell, la jovencita ambigua y atractiva Plaerdemavida, que consigue acercar al amor a Tirant y la princesa Carmesina, entre otras parejas.
Como quiera que sea, la alcahueta, conseguidora o medianera en la historia de amor, ya sea cómica o trágica, feliz o desafortunada, es un antiguo personaje, casi un «prosopomito», en la terminología de José Manuel Losada, para la historia de la cultura. No tenemos más que recordar la nodriza de Eurípides en su inolvidable tragedia «Hipólito», que media en los amores fallidos entre la madrastra y el casto hijo, sin dejar de lado la versión posterior de Séneca, en su «Fedra», con, posteriormente, una larga historia literaria a través de los siglos, de Racine a Unamuno. Recordar también los mediadores y pícaros conseguidores de la comedia antigua, esclavos ingeniosos del griego Menandro a los latinos Plauto o Terencio, con su larga sombra hasta los compañeros de Don Juan: el magisterio amoroso de ciertos personajes populares es continuo desde la literatura clásica, como se ve en Ovidio. Pasos intermedios que acrecen la tradición clásica con el folclore vernáculo son los de la literatura pseudo-ovidiana medieval: el gran poeta latino, por un lado, es alegorizado cristianamente en los mitógrafos de los siglos IX a XI, del latín al romance, hasta llegar al «Ovide moralisé» (XIV). Pero a la par se engendra una comedia elegíaca, que tiene su mejor ejemplo en el «Liber Pamphili» (siglo XII), y que será la fuente de la que beben el Arcipreste y la Celestina. Con la imitación clásica se contaminan otras historias de la gran familia del folclore en cuentos eróticos que transitan por toda la Edad Media.
La figura de la alcahueta aparece en este contexto literario pero se desarrolla sobre todo en el mundo hispánico, donde alcanza sus más altas cotas miticopoéticas. Su primer gran ejemplo es la Trotaconventos del Arcipreste. Una antigua teoría, de Américo Castro, supone lazos con la literatura árabe, con la que comparte la autoficción amorosa y variedad métrica, tonal y estilística. Así se ve en «El collar de la paloma» (1023), del cordobés Ibn Hazm, donde aparece el personaje del amoroso «mensajero». No otra cosa quiere decir en árabe «alcahuete» (de «al-qawwád»), quien transmite los regalos del cortejo: típicamente, un caballo regalado al marido consentidor. Pero hay que rastrear el tema en otras fuentes, desde las hebreas a las del amor cortés, caballeresco y de los trovadores y minnesänger.
El caso es que pocas alcahuetas hay universalmente más conocidas que Trotaconventos y Celestina. Ambas son expertas en retórica amorosa, heredera del gran Ovidio: la Celestina más negativa que Trotaconventos, pues la primera, entre hechicerías, concibe un astuto plan para lograr su objetivo, mientras que la segunda usa el don de la palabra. Si Trotaconventos muere de vieja y es llorada por el autor, Celestina es asesinada y nadie, sino las prostitutas que trabajaban con ella, lo lamenta. Habrá muchas otras famosas alcahuetas en la literatura clásica española, desde la Gerarda de «La Dorotea» a Fabia, en «El Caballero de Olmedo», por no citar a Brígida en el «Don Juan» de Zorrilla. Es una figura, en suma, indefectiblemente asociada a la historia mítica de España.