Historia

Así es Putin: un equilibrista adusto, inteligente y hasta agradable si la ocasión lo requiere

Retrato robot del mandatario ruso, una especie de funambulista que caminaba sobre el alambre con equilibrio inestable.

El presidente ruso Vladimir Putin asiste a una ceremonia de ofrenda floral en la Tumba del Soldado Desconocido, cerca del Kremlin, durante las celebraciones nacionales del "Día del Defensor de la Patria" en Moscú, Rusia.
El presidente ruso Vladimir Putin asiste a una ceremonia de ofrenda floral en la Tumba del Soldado Desconocido, cerca del Kremlin, durante las celebraciones nacionales del "Día del Defensor de la Patria" en Moscú, Rusia.MAXIM SHIPENKOVEPA

Desde el comienzo de su actividad en el KGB y más tarde en la política, Vladímir Putin se mostró como una especie de funambulista que caminaba sobre el alambre con equilibrio inestable. Trataba así de contentar al viejo orden soviético para aplacar el descontento del pueblo ruso, aun a costa de alabar la dudosa pericia militar de Stalin mientras elogiaba al héroe de la disidencia Andréi Sajárov. Esta esquizofrenia no era propia de un hombre ocurrente ni con chispa, sino más bien de un equilibrista adusto, inteligente y hasta agradable a veces. Un burócrata solemne acostumbrado a escuchar, vigilar y callar. Un modelo de espía troquelado en las mismas entrañas del KGB donde ingresó en el verano de 1975.

Era el rostro impenetrable. Su mirada de escualo, sin vida, que jamás desvelaba nada, se compenetraba con su lenguaje escueto e insípido, al más puro estilo soviético. De ahí que la mayoría de sus compatriotas se sorprendiesen tanto cuando el presidente estadounidense George Bush declaró en 2001 que “le había mirado a los ojos” y que pudo hacerse “una idea de cómo era su alma”. ¿Acaso Bush era un místico que poseía el don de leer las almas...? Con los años ha quedado demostrado que el talante de Putin, a veces insulso y reservado, no era más que un posicionamiento táctico, una pose profesional en aras del interés propio. Lo cierto e innegable era también que en menos de cuatro años lo destinaron como asistente en el Kremlin, después lo nombraron jefe del servicio de espionaje, a continuación primer ministro y finalmente presidente. Una cadena de ascensos fulgurante, propia de un hombre frío, astuto y pertinaz.

Desde el inicio de su mandato quedó claro igualmente que no iba a ser el presidente demócrata que todo Occidente esperaba, ni tampoco un hombre de valores tradicionales autocrático. Su tibieza con los ideales democráticos era palmaria. Jamás luchó por el fin del comunismo. Simplemente se comportó como un estadista (”gosudarstvennik”) a quien solo le importaba el crecimiento y la prosperidad de Rusia, comprometida por Yeltsin tras su imprudente declaración de guerra a Chechenia y el consiguiente declive de las industrias básicas y los servicios sociales.

El desastre de Yeltsin

La desastrosa gestión económica de Yeltsin, que premiaba a los corruptos y sembraba el camino de perdedores resentidos, llegó a tal extremo que millones de rusos lamentaron incluso la desaparición de la Unión Soviética. Otro guiño de Putin al antiguo régimen soviético fue su apoyo a la reinstauración del himno nacional que acompañó al asesinato de decenas de millones de personas durante los peores años del horror y la crueldad en la historia del pueblo eslavo.

Compuesto en 1943 con el beneplácito de Stalin, Putin trató de suavizar la letra recurriendo de nuevo a su autor, Serguéi Mijalkov, para que cambiase esta significativa estrofa: “Partido de Lenin/la fuerza del pueblo/¡Guíanos hacia el triunfo del comunismo!”. Por esta otra donde cuestionaba el ateísmo del régimen soviético tratando de contentar también a las nuevas generaciones: “Desde los Mares de Sur a la región polar/Extiende nuestros bosques y campos/Eres única en el mundo, inimitable/ ¡Tierra madre protegida por Dios!”.

Pero su estratagema para satisfacer a todos provocó, sin embargo, la indignación de Yeltsin en público y la de la intelectualidad musical y literaria del momento, desde Mstislav Rostropóvich hasta Aleksandr Solzhenitsyn. No en vano, el propio mentor de Putin había reemplazado la bandera roja soviética por la tricolor de la época zarista, y la hoz y el martillo por el águila bicéfala, cuyo origen se remontaba al siglo XV. Durante el mandato de Yeltsin se tocaba el himno de Mijaíl Glinka, de 1833. La llamada “Canción patriótica”, sin letra. De ahí que su eliminación para recuperar el antiguo himno que tantos desmanes musicalizó enfureciese a Yeltsin, hasta el punto de exclamar: “¡Es rojo!”. Para colmo, Putin rescató el Premio de la Orden de Lenin, otro nuevo guiño a los comunistas más recalcitrantes de la antigua Unión Soviética.

Entre tanto, él no se cansa hoy de asegurar a sus compatriotas que Rusia es una nación cuya grandeza histórica debe recuperarse. Durante las celebraciones del tricentenario de su San Petersburgo natal, ensalzó así el “imperskii bliesk” o “esplendor imperial” de la ciudad. Rusia Unida, el partido pro Kremlin del Parlamento, emplea figuras como la del poeta y novelista Aleksandr Pushkin o la de Piotr Stolypin, primer ministro y reformador económico del zar Nicolás II, para pregonar sus virtudes. Este es el hombre de quien depende en parte el futuro de la humanidad.

Bautismo en secreto

La madre de Putin, María Ivanovna Putina (de soltera, Shelomova), como la de Stalin, era una mujer de fe que hundía sus raíces en las entrañas de la Iglesia Ortodoxa rusa. Putin había compartido con el mundo entero sus creencias religiosas en un libro de entrevistas publicado antes de las elecciones de su primer mandato. Contaba él orgulloso cómo su madre lo llevó a bautizar en secreto a una iglesia de San Petersburgo semanas después de nacer, ocultándoselo a su padre, Vladímir Spiridónovich Putin, pues éste era miembro del Partido Comunista y acérrimo adversario de la religión. El día en que María Ivanovna llevó a bautizar a su hijo recién nacido se celebraba la fiesta de San Miguel y el sacerdote también se llamaba así. De modo que éste propuso poner su mismo nombre a la criatura, pero la madre se opuso alegando que debía llamarse Vladímir, como su padre.

La fecha: 1975

Putin era desde el principio un burócrata acostumbrado a escuchar, vigilar y callar; un modelo de espía troquelado en las entrañas de la policía secreta.

Lugar: Moscú

Un guiño de Putin al antiguo régimen soviético fue su apoyo a la reinstauración del himno nacional que acompañó al asesinato de millones de personas.

La anécdota

Su mirada de escualo jamás desvelaba nada, razón por la cual muchos se sorprendieron cuando Bush dijo que supo «cómo era su alma» al mirarle.