Roque Barcia, cantonalista pro Estados Unidos
Este lexicógrafo y político republicano pidió el protectorado americano para la ciudad de Cartagena en un acto desesperado y ciertamente desleal
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Estados Unidos estuvo a punto de declarar la guerra a España en noviembre de 1873. El motivo fue el apresamiento del «Virginius», un barco cargado con material de guerra y hombres contra España, que en el momento de ser apresado izó la bandera de Estados Unidos. Esa guerra hubiera sido lo que le faltaba al país. Además de afrontar el conflicto con los carlistas, a los locos del cantonalismo y soportar una República ingobernable, tener un enfrentamiento armado en Cuba con los estadounidenses. Pues en esta circunstancia, un federal llamado Roque Barcia, uno de los líderes del cantón de Cartagena, escribió una carta al presidente de Estados Unidos, el general Grant, pidiendo que la ciudad española pasará a ser protectorado norteamericano. La petición no llegó a enviarse, pero sí se publicó. Era una medida desesperada y traidora.
Los cantonales de Cartagena se habían dedicado al robo con violencia, al vil saqueo, con tal de aguantar lo más posible. Esperaban que Castelar fuera derrotado en las Cortes y le sustituyera un gobierno favorable al cantonalismo. En esa espera robaron allí donde pudieron, como Valencia, Vera o Garrucha, y donde no cedió la población, bombardearon. En Alicante tiraron 300 proyectiles en seis horas, causando 9 muertos y 40 heridos. No eran luchadores por la libertad o la democracia, sino simples forajidos. Incluso Nicolás Salmerón, cuando fue presidente del poder ejecutivo, los calificó de «piratas», lo que permitió la actuación de la flota extranjera en las costas españolas. El gobierno de España, presidido entonces por Emilio Castelar, intentó pactar la rendición de la plaza, y al no conseguirlo inició el bombardeo.
Rebelión cantonal
La Junta cartagenera se reunió el 15 de diciembre para estudiar cómo aguantaba el ataque. Roque Barcia era vicepresidente de la Junta de Salvación Pública y presidente de la Comisión de Relaciones Cantonales y Extranjeras. Propuso protestar al cónsul norteamericano por la situación, y si no bastaba esto, enarbolar la bandera de los Estados Unidos. Aprobaron la protesta, pero se negaron a izar otra bandera que no fuera la roja, la cantonal. Ya habían tenido bastante con poner la turca y teñir de rojo la media luna. Roque Barcia quedó frustrado. Se había metido en la rebelión cantonal, como contó uno de sus amigos, porque Castelar no le había hecho embajador en Suiza o Francia. Estaba despechado, y pensaba llegar hasta el final en su venganza. Pedir ayuda a Estados Unidos, el primer país en reconocer la República española, era dar un bofetón a sus antiguos correligionarios. Cegado por el odio, calentó la calle, crispó los ánimos de la gente, escribió la carta al presidente Grant y la presentó a la Junta. Tampoco la quisieron entonces, y Barcia las guardó. Cuando las tropas gubernamentales entraron en Cartagena hallaron dos cartas con fecha del 16 de diciembre de 1873. Las publicó el «Diario de Barcelona» el 4 de febrero de 1874, y las copió «El Imparcial».
Las cartas eran de Roque Barcia. El destinatario, el embajador norteamericano, Sickles. En una pedía enarbolar la bandera de Estados Unidos. Decía: «En el nombre del ser humano, del cristianismo, de la civilización, de la patria y de la familia: en nombre del pueblo y de Dios, preguntamos a la gran República americana si nos autoriza en un caso extremo como medio último de salvación enarbolar en nuestros buques, en nuestros castillos, en nuestros baluartes» la bandera norteamericana.
España tenía con Cartagena, escribió Roque Barcia, una «crueldad desconocida», pues que «aprenda España que hay en este mundo una criatura más grande que ella: la Humanidad». La otra carta estaba dirigida al «gobierno centralista» de Castelar. Amenazaba con izar la bandera de Estados Unidos si seguía el bombardeo de Cartagena y con pedir su ingreso como Estado federado de aquel país. Barcia escribió aquellas cartas en plena crisis bélica por la cuestión del «Virginius». Fue una traición a España, la misma que sintieron los cartageneros cuando, rendida la plaza, toda la Junta, incluido Roque Barcia, huyó en dos barcos llevando lo que de valor había en la ciudad. Volvieron a robar. El final de Barcia es digno de novela. Llegó a Orán, pasó unos días inmovilizado por las autoridades, y luego se fue de viaje espiritual a Galilea y Grecia. A su vuelta a España renegó del cantonalismo. Dijo que le habían obligado, que él no había querido, que fingió. Los Gobiernos le dejaron en paz. Los últimos años de su vida se dedicó a escribir un libro encomiable, «Diccionario general etimológico de la lengua española», mucho más útil que cualquier cantón.