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Así es Salces, el castillo español en el rosellón francés

La misión original de este bastión era custodiar la ruta de Perpiñán, entre el mar y los Pirineos
Castillo de Salces
Castillo de SalcesTurismo Pirineos Orientales
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Esta insólita fortaleza fue diseñada en trazado horizontal, excavada a un nivel inferior del suelo para evitar los impactos de la artillería enemiga. En su interior se conservan galerías y mazmorras de presidio utilizadas luego por los franceses del cardenal Richelieu, para condenar a los presos del contrabando de pescado. Fue, igualmente, una terrorífica cárcel de Estado de la República francesa y cita obligada en nuestros días para los amantes y estudiosos de la historia de la arquitectura militar de los siglos modernos
La gigantesca fortaleza de Salces, enclavada en el extremo oriental de las ásperas montañas de Les Corbières, en el Languedoc, es una construcción española, de época moderna, en territorio francés. La misión original de este bastión era custodiar la ruta de Perpiñán, entre el mar y los Pirineos, trazada desde la época romana (Vía Domitila), sobre un eje de comunicaciones fronterizas de gran importancia, al no contar con defensas naturales en la zona.
A mediados del siglo XV, el castillo medieval existente en el lugar donde hoy se alza el actual quedó completamente arrasado. Se trataba de una fortaleza diseñada por los templarios, construida en el siglo XII, en tiempos del monarca aragonés Alfonso II (1152-1162/1196), que servía de puente entre la poderosa encomienda de El Mas Deu (Trouillas) y el influyente puerto de Collioure, en la Costa Bermeja, propiedad de los reyes de Mallorca. Sancho de Castilla, autor del antiguo palacio de los Reyes de Aragón, incendiado por el ejército de Luis XI (1474-1483), mandó levantar la nueva construcción.
Pero no fue hasta el verano de 1497, ya en tiempos del monarca Fernando II (1452-1516), cuando el capitán general del Rosellón puso la primera piedra. Los trabajos se iniciaron bajo la dirección del ingeniero militar español Francisco Ramírez de Madrid, apodado el Artillero (1445-1501), ingeniero aragonés al que también se le atribuyen las fortalezas de Valladolid, Toledo y Salamanca. Las obras finalizaron en 1505.
Sus murallas, redondeadas y con talud en sus puntos más vul- nerables, alcanzaban en algunos casos los diez metros de espesor. Para abrir brechas era necesario una ingente cantidad de disparos con bolas de hierro, tantas que el intento resultaba inviable o demasiado costoso. No se habían terminado sus obras, cuando tuvo que protagonizar una resistencia extrema, como veremos a continuación.
En 1500, Luis XII y Fernando II el Católico firmaron un acuerdo para dividir el Reino de Nápoles. Después, el monarca francés marchó con su ejército hacia el sur de Italia, desde Milán. Dos años más tarde, ambas fuerzas se encontraron en Nápoles y el monarca galo decidió atacar a los efectivos hispanos, por estar en desacuerdo con el reparto. A comienzos de 1503, los tercios españoles vencieron a los franceses en la batalla de Ceriñola. A consecuencia de ello, Luis XII decidió vengarse atacando el Rosellón.
El 16 de septiembre de aquel año, el castillo fue sitiado por los franceses. La guarnición estaba formada por 600 hombres de armas, 200 jinetes, 800 infantes y nueve piezas de artillería, mandados por don Sancho de Castilla y Enríquez, maestresala de Isabel la Católica, capitán general del Rosellón y la Cerdaña, quien supo resistir el duro asedio del ejército francés, comandado por el mariscal Jean IV de Rieux con una potente artillería que no cesaba de bombardear los muros de la fortaleza. Tres enormes baterías destrozaron casi por completo las partes altas –almenas, troneras, torres...–, frente al sector noroeste y abrieron, al mismo tiempo, un fácil camino de penetración a la infantería francesa.
Ramírez, el Artillero, gravemente enfermo, tuvo la idea de hacer saltar una mina próxima a la zona interior de los lienzos de la muralla escenario de los combates. La formidable explosión hizo volar por los aires a más de 400 asaltantes que ya habían ocupado la barbacana: “hechos pedáços los cuerpos, que era lastima de ver”, leemos en las crónicas.
Mientras, don Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez (1460- 1531), segundo Duque de Alba, al frente de 1.400 soldados de caballería pesada, 1.500 de caballería regular y 10.000 infantes, sorprendió a los franceses, atacándoles en sus plazas de avituallamiento, situadas en Rivesaltes y Clair.
Pero Fernando el Católico no quiso dejar nada al azar. Organizó un gran ejército de socorro, y el 19 de octubre, cuando el mariscal Rieux tuvo noticia de que los españoles ya habían llegado a Perpiñán y venían a su encuentro, levantó el sitio de Salces. La persecución llegó hasta las murallas de Narbona. Dentro de la ciudad buscó refugio Rieux, mientras la flota francesa era castigada por una tormenta en el golfo de León y sus navíos se amarraban en el puerto de Marsella.
El 28 de octubre, entraba triunfalmente Fernando el Católico en el patio de armas de Salces, después de haber expulsado y humillado al ejército de Luis XII.
Algunos años después, en 1538, nuestro emperador Carlos I (1500-1558), hizo una visita de inspección por todo el Rosellón, alojándose varios días en la fortaleza de Sales.
Cien años más tarde, ya en el siglo XVII, estallaba una nueva guerra con Francia. Los españoles quisieron penetrar en el Languedoc, pero los franceses, al frente del mariscal Schomberg, no solamente les rechazaron, sino que tomaron Salces, tras instalar sus baterías frente al lado noroeste.
Era el 20 de julio de 1639. Con la caída de Salces, todo el Rosellón fue anexionado por Francia. Dos meses después, un formidable ejército español de 30.000 hombres cruzó los Pirineos Orientales, invadió el Rosellón y, tras casi 90 días de durísimo asedio, reconquistó la fortaleza al todopoderoso príncipe galo, el Gran Condé (1621-1686).
En septiembre de 1642, la artillería francesa volvería a poner a prueba los muros de Salces. En este caso, la nueva gesta de sus defensores no sirvió de nada, porque, al poco tiempo, Salces y todo el Rosellón, así como la mitad de la Cerdaña, el Capcir y el Conflent, pasarían a la corona francesa, como consecuencia de la triste batalla de Rocroi (1641), confirmándose la cesión en 1659, tras la rúbrica de la Paz de los Pirineos.
Esta singular fortaleza, enteramente plana y de una concepción arquitectónica nueva para la época, fue la primera que se diseñó y construyó en gran parte enterrada para esquivar los obuses que silbaban y volaban por encima de sus estructuras. En la zona del foso que rodea el recinto, se diseñó un acusado talud, que hacía prácticamente imposible escalar los muros, al servir de lanzadera de las piedras redondas que caían desde el alambor que sustituyó a las troneras bajas.
Entre los innumerables atractivos de Salces sobresalen las cámaras de tiro en recodo; las curiosas cañoneras de buzón, con cubierta escarzana, típicas de las construcciones militares de finales del siglo XV; el primer caso de una caponera (casamata o galería-aspillerada construida en el fondo del foso, junto a la escarpa, para el flanqueo rasante), obra militar citada por Maquiavelo en su Arte de la Guerra; o la muralla-diafragma, que hacía inexpugnable los fondos de los muros.
El portón de Salces, forrado con gruesas piezas metálicas para protegerlo de los impactos de fuego, está fechado en 1500, con las armas de Aragón grabadas en un cerrojo de la cara interna, que cierra, precediendo a un puente levadizo, el acceso principal al patio central. Los asaltantes debían esquivar el fuego cruzado, pro- cedente de las escaraguaitas (pequeñas y macizas torres cilíndricas o prismáticas). No debemos olvidarnos, tampoco, de la abundancia de pasajes subterráneos que facilitaban las comunicaciones, así como el acceso al interior de la fortaleza de suministros durante prolongados asedios. También es sorprendente la existencia de haha (pequeños fosos que cortan inesperadamente un pasadizo y que se convierten en una trampa mortal para los asaltantes).
No es de extrañar que Sebastián de Covarrubias (1539-1613), capellán del monarca Felipe II y autor del Tesoro de la lengua castellana o española, se refiriera en 1611 a la fortaleza de Salces como el recinto militar más fuerte de España.
Con sus más de diez mil metros cuadrados de superficie, flanqueada por cuatro gruesas torres en los ángulos, un foso inundable rodea todo el recinto y, en sus entrañas, toda una complicada red de galerías subterráneas, casamatas y pasillos de observación, construidas con el mayor ingenio, recuerdan la aportación del ingeniero militar francés Sebastian La Preste, mejor conocido como Marqués de Vauban (1633-1707), cuyas realizaciones tanto influyeron también en España (Jaca, Figueras, etc.).
Al sorprendente aspecto horizontal de la construcción se une un atractivo efecto policromo: el color claro de la piedra de la zona contrasta armoniosamente con el rosado-anaranjado del ladrillo de las superestructuras y las torres.
La oxidación y el paso del tiempo han fundido el heterogéneo aparejo lítico en su tono herrumbre, amarillento y cálido. El sol del atardecer, proyectado sobre la fortaleza, genera una sinfonía extraordinaria de matices. La originalidad de las masas geométricas parece ocultar los abundantes elementos militares que resaltan con la luz de mediodía.

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