Cipriano Mera, el anarquista contra la república
Dirigió el IV Cuerpo del Ejército Popular pero se rebeló en el seno de la República contra el poder de los comunistas y su servilismo a la URSS, por lo que participó en el golpe de Casado
Creada:
Última actualización:
El PCE le califica todavía de «traidor». Dos historiadores le llaman «auténtico preso de presa» de los golpistas que, como Besteiro y Casado, aceleraron el desplome de la Segunda República. Se refieren a Cipriano Mera, el albañil anarquista que dirigió el IV Cuerpo del Ejército Popular republicano durante la Guerra Civil. El motivo de tal acusación es que participó en el golpe de Casado en marzo de 1939 para poner fin al conflicto. Y esto después de haber evitado dos atentados comunistas contra él y ver el asesinato por la espalda de sus compañeros por la gente de Stalin. Aun así, la propaganda del PCE y de la URSS difundió que había sido un «traidor» al pueblo.
Era madrileño, de familia muy humilde, con ocho hermanos, nacido en 1897. Creció en la parte alta de Cuatro Caminos. Apenas pisó la escuela. En cuanto pudo, se puso a trabajar. Comenzó de peón con pocos años. Si bien comenzó en la UGT, pronto ingresó en la CNT. Combatió la dictadura de Primo de Rivera con la misma fiereza que la Segunda República, contra la que se levantó en armas en varias ocasiones, como en diciembre de 1933. Visitó la cárcel y salió con la amnistía tras las elecciones de febrero de 1936. Desde julio de ese año se puso a combatir, luciendo barras de comandante y teniente coronel. Estuvo en Somosierra, Gredos, Madrid, Jarama, Guadalajara –donde derrotó a los italianos– y en Brunete, la última batalla en torno a Madrid. Azaña escribió en el «Cuaderno de La Pobleta», el 6 de agosto de 1937, que Cipriano Mera, como otros, prestaba «buenos servicios» pero no podía «remediar su incompetencia».
A mediados de febrero de 1939, Cipriano Mera convenció a Segismundo Casado para secuestrar a Juan Negrín. El Subcomité Nacional de la CNTE, según cuenta el historiador Isaac Martín Prieto, detuvo el plan. A esas alturas, la convivencia de los mandos militares no comunistas con un presidente sometido al PCE era imposible. Mera contó en «Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista» (1976) que se entrevistó con Negrín el 23 o 24 de febrero en presencia de Casado. Le dijo que hacía seis meses que le había enviado un informe contando la injerencia comunista en el Ejército Popular. Negrín contestó que lo seguía estudiando. Mera, enfadado pero sincero, dijo que el PCE solo buscaba «apoderarse de todos los mandos» militares para presentar la Guerra de España como un conflicto entre el fascismo y el comunismo. En esa batalla, dijo Mera, el resto, desde los republicanos hasta los socialistas y libertarios, eran despreciados. «Usted sabe perfectamente que la guerra la tenemos perdida», soltó. Era hora de «buscar una salida airosa»; a no ser que la Guerra Civil no fuera para servir a España, sino a la URSS. Mostró además su indignación, porque quienes hablaban de resistir habían enviado a sus familias y bienes «que no eran suyos» fuera del país. Así, solo había tres soluciones, dos de ellas militares y de difícil éxito, y una tercera, «parlamentar con el enemigo para poner término a la guerra».
Terminó con una amenaza: si Negrín no atendía, debía recordar que «antes que militar soy obrero, y antes que teniente coronel soy militante confederal». Negrín dijo que la paz no era posible, ni siquiera con el Reino Unido como mediador. Sin embargo, tenía armas en Francia que podían llegar a España. A los pocos días, Negrín reorganizó los Estados Mayores Central y del Ejército de Tierra, y dio más peso a los comunistas. Luego vino el golpe de Casado y Besteiro que acabó con Negrín, que huyó de Madrid mientras los comunistas luchaban por él contra los anarquistas y socialistas. Franco no negoció la paz, aunque ayudó a los golpistas bombardeando el 8 de marzo las posiciones comunistas. Mera consiguió escapar, y llegar a Orán. Allí, al poco de iniciarse la Guerra Mundial, fue detenido por las autoridades francesas y encerrado en el campo de concentración de Missour, en el desierto. Pasó detenido casi dos años, hasta que en febrero de 1942 fue entregado al Gobierno de Franco. Fue juzgado y condenado a muerte. Luego se conmutó la pena a 30 años de prisión, que finalmente se liquidaron en 1946 con un indulto. Aun así intentó otro golpe, esta vez junto a militares monárquicos como Beigbeder y Aranda, al objeto de acabar con la dictadura franquista. No pudo ser, y se instaló en París, donde vivió como en su juventud, de albañil. Un mes después de la muerte de Franco dejó este mundo. Nunca volvió a España.