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El espionaje, al servicio de la arqueología

El Imperio Romano contaba con estrategias de recogida de información externa o interna a través de los «frumentarii» o de largas murallas defensivas
El Limes Arabicus estaba situado en el límite oriental del Imperio Romano, que defendía la Arabia romana frente a la libre a lo largo de 1.500 kilómetros
El Limes Arabicus estaba situado en el límite oriental del Imperio Romano, que defendía la Arabia romana frente a la libre a lo largo de 1.500 kilómetrosWikimedia
La Razón

Madrid Creada:

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Resulta inusual mezclar antigua Roma y espionaje. Sin embargo, aunque el Imperio Romano no dispusiera, por razones obvias, de un servicio similar ni homologable a los de inteligencia contemporáneos, sí contaba con estrategias propias de recogida de información relativas a toda amenaza externa e interna. Roma desarrolló dos cuerpos sucesivos enfocados prioritariamente al control interno. En el Alto Imperio están los «frumentarii», que, como indica su nombre, tenían como origen el abastecimiento de grano al ejército, actuaban como correos y, posteriormente, respondiendo ante el emperador y los gobernadores bajo cuyo mando servían y recogían información del interior de la sociedad romana y de las regiones fronterizas. También actuaban en todo tipo de trabajos sucios como, por ejemplo, los asesinatos políticos. No en vano, disponemos de numerosísimos ejemplos desde el siglo II a partir de Cómodo. Así, el emperador posterior Didio Juliano le ordenó al centurión Aquilio, célebre contemporáneamente por su labor de ejecución de senadores, que se encargara de su rival Pescenio Nigro. Tan mala fama adquirieron que Diocleciano optó por sustituirles por otro cuerpo, los «agentes in rebus», que acabaron por ser también temidos y despreciados por su abuso de poder y corrupción. En este sentido, vale la pena acudir a la misiva que el retor Libanio le escribiera al emperador Juliano para denunciar la persecución que su amigo Aristófanes de Corinto recibía de un agente llamado Eugenio. Con respecto a los enemigos de Roma, destaca el fascinante cuerpo militar de los «areani», soldados que se infiltraban tras el Muro de Adriano en lo que hoy es Escocia para vigilar a los temibles pictos. Procopio proporciona una historieta magnífica, y muy sospechosa, según la cual el emperador Mayoriano decidió comprobar en persona el estado del enemigo vándalo y se plantó en la Cartago regida por Genserico disfrazado y con el pelo teñido de negro.
Conocemos increíbles asociaciones entre arqueología y espionaje en el mundo contemporáneo. Resulta apasionante la labor realizada en el transcurso de la Primera Guerra Mundial por el pionero de la arqueología maya Sylvanus G. Morley narrada por Charles H. Harrisy y Louis R. Sadler en su «The Archaeologist Was a Spy. Sylvanus G. Morley and the Office of Naval Intelligence». No en vano, creó y coordinó al servicio de EE UU una red de arqueólogos que vigilaba los movimientos alemanes en América Central de forma similar a como otro conocido arqueólogo hiciera en la antesala del mismo conflicto, aunque con la diferencia de trabajar en Siria y para el gobierno británico. Me refiero a T. E. Lawrence, o Lawrence de Arabia.
También resulta curioso el caso de arqueólogos que utilizan tecnología procedente del espionaje actual para el conocimiento del pasado, como el sugestivo «A wall or a road? A remote sensing-based investigation of fortifications on Rome’s eastern frontier», publicado en «Antiquity» por Jesse Casana, David D. Goodman y Carolin Ferwerda, miembros del Departamento de Antropología del Dartmouth College. En este artículo revisan el trabajo pionero del legendario francés Antoine Poidebar, quien también intervino en la Primera Guerra Mundial aunque como piloto de combate. Al acabar se le ocurrió emplear la aviación como herramienta arqueológica desarrollando de este modo la fotografía aérea aplicada a la investigación, siendo hasta hoy todavía un pilar en la investigación del registro material del pasado. Recorrió mil kilómetros y distinguió 116 fortalezas a lo largo de la strata Diocletiana, una calzada que estimó era el fundamento de la línea conocida como «Limes Arabicus», el esquema defensivo de Oriente contra los incursores nómadas y los enemigos persas. Si Poidebar introdujo la modernidad en la arqueología, el equipo de Casana ha ido un paso más adelante al revisar sus conclusiones utilizando datos de sistemas de teledetección norteamericanos de la Guerra Fría, en concreto, de los programas de satélite espía Corona y Hexagon, lanzados por las administraciones Eisenhower y Nixon para vigilar al enemigo comunista. Hallaron 396 fortalezas que recorrían una enorme franja de terreno localizada entre Mosul (Irak) y el oeste de Siria.