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Ensayo histórico

Luis Ribot: «Carlos II fue el peor rey de los Austrias, pero no era un retrasado»

«Carlos II. El final de la España de los Austrias (1665-1700)» es un ponderado estudio del reinado del último Habsburgo

«Carlos II. El final de la España de los Austrias (1665-1700)» es un ponderado estudio del reinado del último Habsburgo
«Carlos II. El final de la España de los Austrias (1665-1700)» es un ponderado estudio del reinado del último HabsburgoX

El pasado Día de Todos los Santos se cumplieron tres siglos y un cuarto de la muerte de Carlos II –el 1 de noviembre de 1700– y, por tanto, del final del periodo de los Austrias al frente de la Corona española al no dejar este descendencia alguna. Llega, por lo tanto, como sol de otoño este estudio definitivo sobre el reinado del último Habsburgo en España, «Carlos II. El final de la España de los Austrias (1665-1700)» (Marcial Pons ediciones), a cargo del historiador Luis Ribot (Valladolid, 1951), especialista en la materia. Trata, en definitiva, esta muy ponderada y documentada obra del profesor Ribot de desmontar los mitos asociados secularmente a la figura de Carlos II y su mandato. «Ni hechizado ni decadente»; conesta frase podríamos resumir la tesis de este notable ensayo. Pero hablemos con su autor:

¿Qué ocurre para que Carlos II y su reinado despierten tanto interés desde hace unas décadas cuando es una época que, por lo general, se pasaba por alto?

Hay varios factores que lo explican. Uno es que existe una cierta ley de compensación: sobre los periodos históricos menos conocidos aparecen nuevos estudiosos que se sienten atraídos por ellos.También hay otra realidad, y es que actualmente existen muchos historiadores: de 40 o 50 modernistas que éramos en mi tiempo de estudiante hemos pasado ahora a varios cientos de ellos Y, luego, este tema va por periodos: cuando yo era joven se estudiaba mucho el XVIII, después se volvió al XVI a finales de siglo con los centenarios de Carlos V, Felipe II, etcétera, y ahora le toca a Carlos II porque tiene el atractivo de pertenecer a una zona bastante ignota.

¿No cree que volcar tanta tinta sobre ese rey en vez de afinar y ajustar el conocimiento sobre él y su reinado puede conducirnos a una mayor confusión?

En mi libro hay un total de 54 páginas de bibliografía citada, lo cual me parece verdaderamente notable. Esto es bueno porque significa que hemos avanzado mucho en el conocimiento de este periodo, lo que implica un trabajo enorme para quien quiera hacer lo que he hecho yo, que es una labor de análisis de conjunto del reinado, realizar una síntesis de mis conocimientos, naturalmente, desde mi perspectiva. Es cierto que en el mundo universitario de hoy hay una tendencia a exigir cantidad, por ello la gente joven que investiga está obsesionada con publicar muchos artículos y trabajos para poder progresar en la carrera académica, lo que tiene un efecto negativo, ya que a veces se publica demasiado sin aportar nada nuevo. En ocasiones aparece mucha paja. Pero el hecho de que haya mucha gente dedicada al estudio, y, sobre todo, que lo haga bien, pues no es malo, al revés, es muy bueno.

¿Tiene mucha culpa la propaganda francesa en la imagen de decadencia y debilidad que nos ha quedado de Carlos II?

Sí, tiene parte de culpa, aunque no solamente los franceses. La historiografía en Europa y en el mundo occidental ha estado marcada, y sigue marcada, por lo que dicen los ingleses, los sajones, que además se miran mucho el ombligo, y a nosotros nos dejan en un lugar bastante marginal: los trabajos nuestros no los citan o los citan muy raramente. Y también otras culturas tienen muy poco en cuenta la realidad española cuando nuestro país era un gran imperio. Y luego se creó desde el exterior, y los franceses desde luego que contribuyeron, la idea de que Carlos II era un desastre de personaje, y esto ha tenido un efecto muy negativo. Cuando a alguien se le cuelga un sambenito –y a este le han puesto el de retrasado, el de deforme, el de anormal...– es muy difícil superarlo.

Y al igual que nos llegan escritos falseados adrede, especialmente los del siglo XIX, las pinturas que tenemos del rey –donde lo vemos tan feo–, ¿no puede que tengan más de caricaturas enemigas que de retratos?

No, porque los monarcas pagaban al pintor. Al revés, en todo caso habría un mejoramiento. Pero es que tampoco ese aspecto era tan raro en la época, habida cuenta de que, por ejemplo, su tío, el emperador Leopoldo I de Austria, era también muy parecido: es el tipo de cara de los Habsburgo. Nosotros aplicamos los criterios estéticos de nuestra época, que no tienen que ver con aquellos. Pero si este personaje tuviera tantos defectos, de subnormalidad diríamos, la gente que le conocieron lo dirían: como los embajadores, que aseguraban que sí, que era indeciso, un hombre que no confiaba en sí mismo, que dependía mucho de la voluntad de otros, pero nunca dicen que no tenga una inteligencia normal, que sea incapaz. Y si hubiera sido así, como se deduce de los estudios de algunos médicos en otros casos que han llegado a conclusiones terribles, los documentos de la gente que lo conocieron algo de ello dirían. Y, no, al revés, afirman que es un personaje interesado por las cosas, que habla con ellos, cordial, cortés, que entiende lo que le plantean...

¿Considera que recientemente algunos historiadores han podido caer en la hagiografía de Carlos II, y de los Austria en general, por ese efecto «pendulazo» del que usted habla?

Pues sí, y eso es un error, un defecto. El historiador debe intentar ser objetivo y acercarse a la verdad. Lo que no podemos ahora es pasar a lo contrario. ¿Que es el peor rey de la familia Habsburgo en España? Sí. ¿Que España hubiera necesitado un personaje con más energía, con más dedicación al despacho, con mayor confianza en sí mismo, con más criterio, menos dependiente de las mujeres de su entorno, con una personalidad más marcada, etcétera? Pues también. Sin embargo, una cosa es eso y otra es llamarlo retrasado.

Usted presenta un libro de casi seiscientas páginas muy documentado. Sin embargo, llega por ejemplo Pérez-Reverte y en un artículo despacha a Carlos II llamándolo «mísero» y «piltrafilla». ¿Hay alguna manera eficaz de combatir esto?

Esos escritores dicen barbaridades, y se quedan tan tranquilos. Por favor, que dejen que la Historia la hagamos los historiadores. La cantidad de aficionados que tratan de esto y contribuyen a desfigurar la Historia es inmensa. Lo terrible es que estamos en un país en el que a la gente le gusta mucho más la novela histórica que la Historia en sí misma, pero son cosas distintas. Por eso lo de desarraigar el mito lo veo muy difícil. Entre los historiadores está bastante desarraigado, pero que llegue a los ciudadanos esto ya es otro asunto, porque además vende mucho más decir este tipo de cosas que intentar aproximarse a la realidad. Cada dos o tres meses siempre hay alguna revista, de divulgación histórica o médica, que saca el tema de la consanguineidad, sobre la anormalidad de este hombre, de que si tenía tantos cromosomas, de su autopsia, que si no tenía un testículo... Vamos a ver, no habría vivido 39 años si tuviese tantas anormalidades, y, además, con una salud mejor de lo que siempre se ha dicho.

¿Fue la mayor virtud de Carlos II, siendo consciente de sus limitaciones, saber delegar el gobierno en hombres válidos?

En esta época no es que delegue, eso es algo moderno; pero hay algunos personajes muy importantes que llegan a puestos máximos: como el duque de Medinaceli o el conde de Oropesa o don Juan de Austria. Aunque no creo que sea tanto mérito suyo. Sí pienso que el gran mérito del reinado fue la conservación de la monarquía. Una potencia hegemónica que ha sido derrotada a mediados de siglo en la guerra contra Francia –refrendada en la Tratado de Los Pirineos– está condenada a perder territorios Pues enaquellos 35 años se pierde muy poco y la monarquía se conserva: este es el gran éxito. Incluso en el Pacífico o en América se extiende todavía. Luego hay otros muchos avances: reformas importantes en la Hacienda, en la economía, cambios en la organización del sistema político, una mejora en la relación entre el centro de la corte de Madrid con los reinos, tanto en la Península como fuera. Hay una situación bastante buena en América. Y muchas cosas positivas en este reinado.

Se utiliza el concepto de «resiliencia», antes de ponerse de moda, para referirse al gobierno de Carlos II.

Sí, fue Christopher Storrs, un británico que ha reivindicado este reinado, como lo han hecho otros historiadores extranjeros. Este término de resiliencia, que cuando se publicó el libro de Storrs no se usaba, viene de la física: alude a la capacidad de un cuerpo de resistir las presiones sin deformarse.

¿Fue resiliente el reinado del último Austria?

Fíjate, después de la derrota de mediados de siglo, España no tiene capacidad para defenderse sola. Se habla de decadencia, se ha dicho que hay una decadencia en todos los aspectos, total. Y yo niego que sea total; la hay, pero no afecta a todos los aspectos. Y una de las cosas positivas de su reinado es la capacidad que tienen los políticos y diplomáticos para aliarse con otros países frente a Luis XIV, que se convierte en la gran amenaza. Y en esa capacidad de pactar, de hacer coaliciones para frenar la política expansiva de Luis XIV, España intervino de una manera decisiva. Pacta con países herejes o protestantes como las Provincias Unidas (Holanda) y con Inglaterra: dos grandes enemigos de la religión. Esto antes hubiera sido muy difícil porque hasta mediados del siglo XVII la religión está detrás de los grandes enfrentamientos bélicos, pero en esta época eso empieza a superarse. Se trata de otro avance importante de la política, una política realista que supera las diferencias religiosas.

Escribe en sus conclusiones que «la monarquía habría cambiado asimismo en el caso de que el rey hubiera engendrado un sucesor y no se hubiese producido, por tanto, el cambio dinástico».

Mi teoría, que llevo defendiendo desde hace mucho tiempo, es que la monarquía con la enorme extensión que tenía en los cuatro continentes conocidos era imposible que la mantuviera una vez perdida la hegemonía. A pesar de eso mantiene lo esencial de dichos territorios hasta la muerte de Carlos II. Pero, evidentemente, si Carlos II hubiera tenido un hijo es muy difícil que este hubiera podido mantenerlos porque se defendieron con grandes dificultades. También influyó el hecho de saberse que antes o después se iba a abrir el melón del cambio de dinastía. Entonces, se llega a la solución, al final, sin hijos, de quién es el que mejor puede defender el reinado, quién es el más fuerte. Pues era Luis XIV, y entonces decidieron hacer rey a uno de sus nietos, que además era el familiar que tenía más derechos. Y eso pudo haber salido bien. Y, sin embargo, no salió bien porque Luis XIV mantuvo su política agresiva, acabó enfrentando a todos, llegándose a la Guerra de Sucesión. También por otros elementos, no solamente por el que he mencionado, pero si él hubiera sido más prudente a lo mejor a saber qué habría pasado. El historiador puede imaginar pero nunca puede darle carácter científico a la suposición.