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La sorprendente historia de Companys, el celoso

Un triángulo amoroso formado por el President, Miquel Badía y Carme Ballester fue la comidilla de la política catalana en la preguerra, y que culminó con un supuesto accidente
«Madrileños, Cataluña os ama». Éstas fueron las palabras que el president Companys pronunció el 14 de mayo de 1937 durante su mítin en la Monumental, con motivo del Día de Madridlarazon

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«Conduce con cuidado, Carles», dijo Miquel Badía, más conocido como «Capità Collons» (Capitán Cojones). Era noche cerrada y los dos dirigentes de ERC se dirigían por la carretera que comunicaba Barcelona con Manresa. Les acompañaban dos pistoleros. Los faros se perdían en las curvas y apenas alumbraban los baches. «A ver, Carles, que Carme, tu mujer, te va a querer igual», bromeó Badía. Los rumores de que Ballester, la citada, era ligera de cascos se habían esparcido por toda Cataluña. «Que yo sepa –insistió Collons–, solo se habla de los ojitos que hace a Companys y que a éste le vuelve loco. Dice que se parece a Mae West, la rubia de Hollywood» Carles agarró el volante como si fuera el cuello del President.
De pronto sonó una explosión. Badía hizo un amago de llevarse la mano a la pistola. No en vano le llamaban «Collons» por sus enfrentamientos a tiros con las asociaciones obreras. Pero no era un ataque, sino un pinchazo. El coche se salió de la calzada y se estampó. Nada grave. Ambulancia y al hospital de Manresa. Algún alma caritativa avisó a Carme Ballester, que acudió de inmediato a ver a su marido. Sin embargo, cuando la nacionalista llegó a las dependencias hospitalarias, su esposo, Carles Durán, el malogrado conductor, había vuelto a Barcelona.
La enfermera condujo a Carme hasta la habitación en la que estaba Miquel Badía con los dos pistoleros. «Ya que estoy aquí, veré al compañero Collons», dijo. En cuanto estuvieron solos, el flechazo fue inmediato. Ballester olvidó una vez más que estaba casada y Badía sacó lo mejor de sí mismo. Ya saben. Los cristales de las ventanas se llenaron de gotas de amor y los muelles interpretaron «Love in Bloom», el gran éxito de Bing Crosby aquel año de 1933. Mientras se oía la estrofa «My heart has never known such ecstasy» («Mi corazón nunca ha conocido tal éxtasis»), Badía dijo a Carme: «¿Sabes que Bing Crosby es catalán? Madrid lo quiere ocultar, pero hay documentos que lo prueban», «Lo sé –contestó Ballester–, como Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Erasmo de Rotterdam y Hernán Cortés». «No te olvides de Shakespeare y », apuntó Collons. «En realidad la frase en Hamlet era “Algo huele a podrido en el reino de España”, pero el centralismo la cambió por “Dinamarca”, querido», dijo Carme. No se intercambiaron los instagram porque no existían, pero quedaron en verse.
Al poco Companys cumplió uno de sus sueños. Conoció a Ballester, su Mae West, que se derretía por la erótica del poder. A todo esto, por cierto, Carles Durán se divorció, y se centró en su hobby que era el golpismo independentista. De nuevo, el flechazo fue inmediato. Cupido trabajaba a doble turno con Carme Ballester. Pronto comenzaron sus encuentros ardientes. Primero fue en la oficina central de los Jerec, los camisas pardas de ERC, donde fueron sorprendidos en alguna ocasión. Hastiados del sexo en lugares públicos decidieron probar la cama del fallecido Macià. Tomaron gusto a la recreación de un cuento de Edgar Allan Poe y decidieron casarse a los pies de dicha cama. Hay quien dice que fue un simulacro de misa negra, pero es un término racista y lo voy a cancelar.
[[H2:«¡Españolista!»]]
El caso es que Companys repartía en 1934 su tiempo entre Ballester, a la que Joan Solé, otro nacionalista, llamaba «la prostituta del President», la «Pompadour» decían otros, y el golpe de Estado, que es cosa seria. Companys odiaba a Miquel Badía, que iba contando por ahí su aventura tórrida con Carme. El odio era mutuo. En la Diada, Badía insultó gravemente a Companys llamándole «¡¡Españolista!!». No cabía mayor agravio, ni siquiera mentar a la madre. La respuesta del President fue de hombrecillo celoso. Destituyó a Badía. Este, el Capità Collons, se fue derechito al despacho de Companys. Iba a saber quién era él. «Devuelve mi puesto, nenaza», dijo en cuanto tuvo delante al nuevo marido de Ballester. «Este cargo no es para un hombre como tú», gritó Companys. «¿Qué quieres decir?», preguntó iracundo Collons. El President apretó los dientes y los puñitos, abrió mucho los ojos y soltó: «¡¡Ella es una santa!!».
Los dos tipos se odiaban tanto que el golpe del 34 salió mal. Badía escapó por una alcantarilla, y volvió a la política con la amnistía de 1936. Companys no olvidaba ni perdonaba porque Collons seguía contando el episodio de calentamiento global con Ballester en el hospital de Manresa. «Hasta aquí hemos llegado», dijo el President. El 28 de abril de 1936, Miquel y su hermano Josep salieron del número 52 de la calle Muntaner, en Barcelona. Eran las tres y media de la tarde. Les chistaron, se volvieron y recibieron cinco tiros. Mala suerte. Seguro.