Inteligencia artificial, incels, soledad y miedo al amor: así es el futuro (no) distópico de Bertrand Bonello
El cineasta francés adapta en "La bestia", la novela de Henry James, mediante una historia de amor protagonizada por una magnética Léa Seydoux y atravesada por la desesperanza y el tiempo
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De la misma forma que Billy Wilder no iba a la iglesia porque arrodillarse le hacía bolsas en los pantalones, en la última propuesta cinematográfica de Bertrand Bonello, "La bestia", su protagonista Gabrielle se sumerge en una distópica bañera con intención de purificar su ADN y extirpar sus emociones accediendo a sus vidas pasadas para intentar que no le ocurra lo propio con su corazón. Que no se le hagan bolsas. Que no parezca vivo. Que no recuerde nada. Que no cometa la osadía de arrugarse. Uno por sardónica manía estética, otra por necesidad coyuntural de adaptación a un tiempo dominado por la inteligencia artificial en el que lo emocional se ha convertido en una potencial amenaza, ambos comparten sin saberlo la carencia que detona sus acciones: tienen miedo.
El director de la reconocida y subrayada "Casa de tolerancia", "Nocturama" o "Zombie Child", apuesta ahora por una libérrima y excesivamente conceptualizada adaptación de la novela de Henry James "La bestia en la jungla", que pasó por la sección oficial de la pasada edición del Festival de Venecia y cuya trama amorosa arbitrariamente cambiante y escurridiza aparece atravesada por tres épocas distintas (1910, 2014 y 2044) con las que perfilar la mutabilidad de las emociones humanas, pero siempre condicionadas por una amenaza intangible que orbita sobre el destino funesto de sus protagonistas con la poética densidad de una gran sombra negra.
"Esta película es fiel a la novela de James en todo lo que tiene que ver con el argumento. La escena del baile en 1910 por ejemplo y los diálogos que se producen ahí también. Todo parte en realidad de la idea de una especie de bestia agazapada que impide el amor: eso es muy fiel a la novela. Pero decidí invertir el papel masculino protagonista al femenino: en el libro es él quien tiene miedo, en la película es ella. A partir de ahí he configurado un relato que se despliega a través de 120 años, atravesando diferentes épocas, pero manteniendo en cada una de ellas la idea del presentimiento, de un miedo que impide algo", expone el director en entrevista con LA RAZÓN sobre las pinceladas de fidelidad a la obra literaria que pueblan la cinta.
Siguiendo el hilo amalgamado de episodios fundadores de todas esas vidas anteriores que recorre Gabrielle (a quien da vida una fantástica Léa Seydoux) para desprenderse de sus emociones (al estilo de "Past Lives" pero con una energía mucho más abigarrada), predomina el reencuentro permanente con Louis, ese gran amor con el que la joven parece estar conectada por mediación del hilo rojo de la mitología japonesa que tanto daño ha hecho en las concepciones amorosas contemporáneas. "Es verdad que cuando el presente es demasiado violento, también puedes caer en la tentación de vivir el pasado como un refugio, pero en 2044, aunque el problema, la amenaza o las catástrofes ya no existen, hay una especie de dureza, de tristeza en el ambiente y 1910 o 2014 pueden convertirse en un refugio para volver a un momento donde se interactuaba, donde había caos, donde sentías, donde eras", reflexiona el cineasta cuando le preguntamos por esa tendencia inevitable de idealización del pasado cuando el presente se muestra tan escalofriantemente aséptico como en este caso ocurre con el año 2044.
"Puede ser un honor que te provoquen"Bertrand Bonello
Como añadido a esa generación de pretendida confusión en donde el relato se torna un tanto laberíntico, hay, incluso, un guiño a la bizarra provocación del "Trush Humpers" de Harmony Korine: "En ese momento en el que el ordenador de Gabrielle se vuelve loco, quería introducir algún elemento inquietante, buscaba imágenes que, en dos o tres segundos, pudieran generar un gran malestar y Harmony es genial para eso. No sé cómo lo consigue, pero es alucinante, a veces me gustaría estar en su cerebro. Tiene la virtud de crear imágenes perturbadoras con absoluta inmediatez", señala el director entre risas.
Y es Bonello se siente, tal y como él mismo afirma, manifiestamente cómodo en la provocación, tanto generándola como experimentando sus consecuencias: "Hay provocaciones que son fáciles, gratuitas, nada interesantes, un poco tontas. Luego las hay absolutamente maravillosas, porque llevan al espectador a un lugar donde no habría ido sin eso. Puede ser un honor que te provoquen. Por ejemplo, hoy en día, en las escuelas de cine de Estados Unidos o de Francia, los profesores se ven obligados a decir a los alumnos todo lo que van a ver en la película antes de que empiece, para que si no quieren verla, salgan de la sala. Lo entiendo, es una corriente actual. Pero al mismo tiempo pienso que si a mí cuando era joven no me hubieran provocado, no me hubieran sorprendido, no me hubieran alterado las películas que vi o los libros que leí, no sería la persona que soy en este momento", explica.
Con intención de señalar el peligro inminente que las derivas de soledad a las que el individualismo y la comercialización de los cuerpos a través de la tecnología pueden empujar, Bonello decide transmutar la figura de Louis en la etapa correspondiente a 2014 en una suerte de incel altamente perturbado obsesionado con la pérdida de una virginidad que permanece intacta y una galopante falta de autoestima que se traduce en una sucesión de pensamientos violentos hacia el género femenino. El director reconoce que "en realidad estos vídeos existieron, provenían de un verdadero incel. Los vi en 2014 y me chocó muchísimo el tono y las palabras que escogía este chico para transmitir a su comunidad lo que pensaba. Él era un auténtico psicópata que mató a muchas mujeres, pero lo que me interesaba realmente era cómo verbalizar su soledad", señala sobre el caso real en el que se inspiró para el giro narrativo que se produce en esa parcela temporal.
Y prosigue: "Desde luego se le puede ver como un personaje atroz pero también como alguien totalmente perdido, completamente solo, que ni siquiera se da cuenta de que lo está. El resultado de esto es que termina transformando lo que pasa dentro de su cabeza en odio. Sin embargo, lo que Gabrielle ve en sus ojos va más allá de eso, ve soledad, ve a alguien que es incapaz de decir “te quiero”. “¿No queréis acercaros a mí? Pues entonces os mato, porque os odio”, viene a decir él. Quería mostrar lo que había detrás de ese diálogo atroz".
En este escenario sin futuro perforado por la inanidad de la inteligencia artificial que constituye "La bestia", el mismo que necesita instalarse en la nostalgia de un pasado en el que las personas podían experimentar la amargura y la electricidad de las emociones para seguir respirando, hay un poso de desesperanza enrarecido y atávico que conecta peligrosamente con la mirada que muestra el propio Bonello sobre el amor, que es al cabo, el canal emancipatorio de esta historia. "Al amor se le trata mal. Por mil razones. La sobreconexión que vivimos ahora creo que provoca más soledad que otra cosa, las relaciones entre hombres y mujeres han cambiado mucho, abandonarse, entregarse al otro es cada vez más complicado. El amor en estos momentos sufre. El amor da miedo porque realmente dejarse ir es arriesgarse a pasarlo muy mal. No te proteges cuando te entregas y eso es lo que da miedo, lo que nos aterra en el fondo", se despide amabilísimo mientras el humo de su vaper sortea los huecos de la sala y se filtra misterioso por los de un futuro cuyo nombre y forma preferimos no imaginar.