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Bertrand Bonello hace vudú con la historia de Francia

Los muertos vuelven a la vida de una hermosa y sugestiva forma narrativa en el último trabajo cinematográfico del director francés Bertrand Bonello. Los fantasmas colonialistas del país galo afloran en esta perturbadora cinta
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En Haití, ese vasto territorio de montañas, ancestros y rimas, los muertos no acostumbran a morir. Se aferran a la vida como si la tierra quemara y vuelven a ella agarrados a la voz de quienes les sobreviven y les invocan, pero también de quienes les reclaman para explotarles laboralmente hasta que quedan desposeídos de toda voluntad. La historia de Clairvius Narcisse forma parte de ese acervo popular nigromántico que cimenta la riqueza cultural haitiana. En mayo de 1962, Narcisse, un ciudadano reconvertido de forma posterior en mito, falleció. Antes de que lo enterraran y su cuerpo se fundiera momentáneamente con las raíces, el hombre presentaba un conjunto de síntomas, como dificultad respiratoria, mareos y nauseas, que ya preludiaban el funesto final. Al poco, experimentó un sorprendente y desconcertante proceso de “zombificación” y fue enviado a una plantación lejos de su lugar de origen.
Siguiendo con fidelidad el relato original de tamaña locura, cuentan que Narcisse escuchó la voz de un Bokor, también conocido como brujo vudú, pronunciando su nombre, mientras el ruido ensordecedor del ataúd inundaba sus pensamientos. En ese momento lo desenterraron, maniataron y golpearon de forma abrupta y salvaje y lo llevaron al tramo rural de Ravine-Trompette para esclavizarle. Cuando hace quince años el cineasta Bertrand Bonello se dio de bruces con esta historia popularizada a través del libro de Wade Davis “La serpiente y el arcoíris”, escribió dos palabras en una libreta a la que suele recurrir para anotar ideas que terminan cristalizando en realidades: “zombi” y “Haití”. La materialización audiovisual de ambos términos empezó a fraguarse hace un par de años y ahora, su versión completa, aterriza en las salas españolas bajo el título “Zombi Child”.
Reconoce el director francés que le apetecía mucho volver a las raíces de un fenómeno mundialmente conocido como el de los muertos vivientes que a su vez está tan intrincado en la historia colonial de Francia: “El zombi original, que es una figura profundamente arraigada en la historia y la cultura de Haití, es el resultado de un uso perverso del vudú, algo de lo que la gente nunca habla, y cuya existencia algunos niegan por completo. Sin embargo, allí todos saben cómo camina y habla un zombi. Es curioso porque durante el casting, todos los hombres lo representaban de la misma forma”, comenta.
A través de una especie de hibridación religiosa, el autor de “Nocturama” y “Casa de tolerancia” profundiza en el esqueleto tradicional que vertebra estas prácticas de hechicería que en ocasiones por ignorancia o por el ensombrecimiento que arrastran los propios prejuicios circunscribimos de manera errónea y con mirada eurocéntrica a unas cuantas agujas pinchadas en un muñeco de trapo. “La película está documentada a fondo y con precisión: el polvo utilizado para transformar a un hombre en zombi, el estado de esclavitud que lo mantiene en las plantaciones; la sal, la carne o los cacahuetes que, si come, le sacan de su trance zombi y lo hacen volver a su casa o a la tumba. Cinco años después del estreno de “White Zombie” con Bela Lugosi, la ortografía cambió (se pasó de “zombie” a “zombi”), y también lo hizo el significado político relacionado con el zombi. La conexión con la esclavitud desapareció, y reaparece, alterada, en el cine de George Romero”, puntualiza Bonello. “En el vudú, no hay una separación entre la vida y la muerte. No es simplemente una creencia, es un hecho”, añade.

El arrepentimiento nacional

Dos épocas coexisten con ritmos complejos en la propuesta del director. Por un lado, la envolvente historia de Clairvius, ocurrida en pleno siglo XX. Por otro, la presente amistad millennnial entre dos jóvenes quinceañeras de orígenes distintos que estudian en un prestigioso colegio durante esa difícil transición a la vida adulta en donde la curiosidad y los conatos vivenciales de libertad y experimentación comienzan a empujar. En esta fantasmagórica alegoría de la culpa que constituye “Zombie Child”, los pilares educativos de la nación que representa el internado de la Legión de Honor donde se conocen las dos protagonistas, ejercen de árbitro de un partido moral que se muestra excesivamente teórico.
Melissa, una magnética y misteriosa estudiante haitiana nueva nieta de Clairvius Narcisse es aceptada en la hermandad de un pequeño grupo de chicas, entre las que se encuentra Fanny (a quien da vida Louise Labèque), quien acaba de sufrir su primer y más desgarradora decepción amorosa. Su estratégica manera de escurrirse de las multitudes y manifestar comportamientos “raros” precipita su pronta conexión. En la ceremonia de iniciación para formar parte del grupo, Melissa recita un poema de René Depestre llamado “Captain Zombi” que no solamente paraliza a las asistentes, quienes contemplan hipnotizadas la sensibilidad narrativa de la joven, sino que además es capaz de extraer la esencia del trasfondo de la cinta.
“Escucha, mundo blanco, los gritos de los difuntos. Escucha mi voz de zombi honrando a los muertos. Escucha mi sangre rasgando la tristeza sobre las sendas del mundo. Cómo los barcos negreros se adentran en el mar. La espuma de nuestras desgracias. Los campos de algodón, de café, de caña de azúcar. Los mataderos de Chicago, los campos de maíz añiles. Las azucareras, las bodegas de vuestras naves. Las empresas mineras, las obras de vuestros imperios. Fábricas, minas, el infierno de nuestros músculos en la tierra. La espuma del sudor negro desciende al mar esta noche. Escucha, mundo blanco, mi grito de zombi”, rezan los versos.
La revisión histórica que plantea el docente Patrick Boucheron, –profesor delante y detrás de las cámaras en el prestigioso Collège de France– al comienzo del filme invita a una reflexión crítica por parte del pueblo francés acerca de su responsabilidad como unidad patriótica por las atrocidades colonialistas y esclavistas cometidas en el pasado. ¿Cómo deben afrontar las nuevas generaciones la continuidad de una historia que no han vivido? Bonello trata de iluminar la respuesta con una historia onírica y ocultista que se pasea por diferentes esquinas del tiempo a través redención colectiva.

Un talismán para la creación

No resulta difícil imaginar el potencial creativo que puede generar este territorio caribeño en la mente y en las manos ya no solo de cineastas, sino también de escritores o pintores. Los rituales, la santería, la dimensión espiritual de sus afectos, el cromatismo de sus penas, la musicalidad de su muerte. En el caso concreto de Bertrand Bonello, el cineasta reconoce haberse inspirado para el germen de esta historia en múltiples libros de fotografía, novelas o publicaciones antropológicas, especialmente la de un autor suizo, Alfred Métraux, “Voodoo in Haiti”, escrita en la década de los cincuenta, donde da una descripción detallada de la forma de andar, la voz nasal, el comportamiento o el polvo que provoca la pérdida de pigmentación alrededor de los ojos de los conocidos como “zombis”. También en un delicado libro que escribió René Depestre (cuyo poema recita una de las protagonistas en un momento de la película), titulado “Hadriana en todos mis sueños”, en donde se narra la historia de una mujer zombi blanca.