Los fantasmas de Magaluf: sobre sexo entre adolescentes, alcohol y consentimiento
Molly Manning Walker propone un didáctico análisis de la naturaleza que origina la cultura de la violación con "How to have sex"
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Como un laberinto fantasmagórico de cadáveres vivos, suciedad evaporada, regueros infinitos de una purpurina esparcida con menos desacato que la escogida por Harmony Korine para pintar la inestable estructura narrativa de "Spring Breakers", restos de alcohol, plástico y condones, emergen las calles de Malia (Grecia) emulando la sordidez ambiental del final de la noche y el comienzo improvisado del día en lo que podría leerse como una recreación alternativa de Magaluf dentro del bautismo cinematográfico de Molly Manning Walker. En "How to have sex", que aterriza hoy en las salas, asistimos a una descripción descarnadamente natural y exenta de juicio de los ritos de iniciación de los adolescentes británicos en los enclaves costeros europeos.
En esa ceremonia hormonada de enaltecimiento del placer, fin de ciclo, reivindicación de la vacuidad, estetización del descerebramiento y la nadería adolescente, hay un espacio excesivamente grande para el planteamiento de preguntas incómodas y la propuesta de análisis nacidos de las reflexiones post #MeToo sobre el consentimiento y su vulneración en el amplísimo territorio del sexo que la cineasta vierte de manera acertada y generosa, en la figura de Tara: una joven que es virgen y que se ve empujada en ese verano de aparente ensueño ridículamente alcoholizado, por la omnipresente presión social machista -y completamente integrada en su forma de enfrentarse por primera vez al sexo- a perderla.
La necesidad de hablar de esto y de la gestión emocional por parte de la víctima que se produce tras sufrir una violación, surge, tal y como indica la propia Molly en entrevista con LA RAZÓN, del recuerdo perturbador de una mamada realizada en mitad de un escenario de una discoteca Magaluf durante su viaje de fin de curso: "Cuando tenía 16 o 17 años me fui de vacaciones a Magaluf con las amigas del instituto y presenciamos eso. En ese sentido, la historia de estas tres protagonistas es un reflejo de los momentos que viví allí en términos de iniciación al alcohol y al sexo. La mamada en el escenario, por fuerte que parezca, la viví exactamente igual que se muestra aquí y necesitaba reflexionar sobre lo que supuso aquello para nosotras y también sobre lo que aprendimos, sobre todo teniendo en cuenta la edad que teníamos", asegura.
Como un muestrario plastificado de lo que nos enseñaron mal acerca del sexo en la adolescencia -es decir, casi todo-, o mejor dicho, de lo que no nos enseñaron, la historia atraviesa la experiencia estival extenuante de tres jóvenes, amigas desde la infancia, con ganas de diversión y cuya soledad interna encierra un encorsetamiento –y entre ellas mismas– las predispone a cumplir con las expectativas sexuales de esos niños con granos que sueñan que abrazan a Venus de Milo sin manos, que diría Sabina, aunque los recursos oníricos de estos chicos tengan más que ver con la irrealidad invasiva del porno y la vergonzante premisa del sometimiento.
"A los chicos se les enseña que tienen que ser fuertes, poderosos, saber exactamente lo que hacen e incluso si no lo saben, seguir adelante"Molly Manning Walker
"El guion lo escribí inicialmente con la intención de rodar en Magaluf , que fue el sitio al que yo fui de vacaciones con otras amigas. Había algo muy cinematográfico en Magaluf, algo casi carcelario en su intensidad. Empezamos a buscar escenarios allí pero el problema era la mamada. Porque cuando ocurrió allí, parece ser que alguien se chivó, hubo problemas con la policía y no querían tener ningún tipo de vinculación con lo sucedido y las escenas de las discotecas querían que las grabáramos en tiempo real, con gente que estuviera de fiesta de verdad y no incluyendo extras o metiendo a actores, de modo que tuvimos que buscarnos otro lugar", explica Walker sobre el cambio de la localización inicial escogida.
Y prosigue sobre el carácter didáctico de la película cuando le preguntamos por las diferencias evidentes con las que las chicas y chicos jóvenes se enfrentan por primera vez al sexo: "Creo que la diferencia reside en que a los chicos se les enseña que tienen que ser fuertes, poderosos, saber exactamente lo que hacen e incluso si no lo saben, seguir adelante con lo que estén haciendo. Es interesante esto porque ayer estuve hablando con adolescentes, documentándome para otra cosa, y repetían sin cesar que les daba mucho asco pensar en que una mujer se pudiera haber acostado con muchos hombres mientras que ellos en cambio sí sentían la obligación de haberlo hecho con muchas mujeres, cuantas más mejor. Esta contradicción resume muy bien la diferencia entre chicos y chicas jóvenes a la hora de enfrentarse al sexo". Pero también, por desgracia, ejemplifica la base de un problema estructural que nos atañe a todos: a veces no hace falta la explicitud verbal de un sí, para entender el desacuerdo que está produciendo por parte de la persona que tenemos enfrente, debajo o encima. Que lo recuerden los hombres jóvenes que se sientan potencialmente interpelados o incluso agraviados por esta cinta.