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Jean-Baptiste Carrier, el revolucionario que inventó el genocidio

Era sanguinario, era cruel y los testimonios de docenas de personas bastaron para que se determinara su condena a muerte
Carrier puso las bases del crimen como política de Estado, que, en su época, costó la vida a unas 10.000 personas
Carrier puso las bases del crimen como política de Estado, que, en su época, costó la vida a unas 10.000 personasLa Razón

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Es el padre del genocidio moderno. Pasó por patriota y revolucionario. Cuando fue juzgado por sus crímenes en Nantes dijo que no sabía nada. Los testimonios fueron suficiente para condenarlo a muerte. Es la historia de Jean-Baptiste Carrier, el jacobino. Nació el 16 de marzo de 1756, en Yolet, un pequeño pueblo de la región de Auvernia, en el seno de una familia de pequeños propietarios campesinos. Estudió con los jesuitas y luego leyes. Hacia 1790 fue designado consejero del distrito administrativo de Aurillac, capital de dicha región. Allí ingresó en el club de los jacobinos, que le auparon para que fuera elegido miembro de la Convención Nacional en 1792. Una vez que los suyos tomaron el control de la Revolución y establecieron el Comité de Salud Pública, Carrier adquirió un papel relevante. Sabían que era un tipo sanguinario y fiel, así que lo enviaron a la Bretaña, la Vendée, en concreto a Nantes, para masacrar a los contrarrevolucionarios.
Llegó a la ciudad del Loira en octubre de 1793. El Comité de Salud Pública creía que existía un «quintacolumnismo» en Nantes que había que exterminar para contener la rebelión realista en la región. Carrier creó un Tribunal Revolucionario para investigar a la población. En su pretensión de hacer carrera en el régimen del Terror quiso ser más sanguinario que ninguno, y lo consiguió. Era la mentalidad del ejército jacobino en la guerra de la Vendée. Gente quemada viva en iglesias. Otros crucificados por los caminos. El general François-Joseph Westermann escribió al Comité de Salud Pública tras la batalla de Savenay, el 23 de diciembre de 1793, que «ya no hay Vendée . Ella murió bajo nuestra espada libre, con sus esposas e hijos. No más Vendée, ciudadanos republicanos, los acabo de enterrar en los pantanos y en los bosques de Savenay, siguiendo las órdenes que me diste […]. Aplasté a los niños bajo los cascos de los caballos, masacré a las mujeres que […] ya no darán a luz a bandoleros. No tengo un prisionero por el que culparme, exterminé todo».
Al llegar Carrier a Nantes comprobó que las cárceles estaban llenas, así que ordenó guillotinar y fusilar. El sistema era muy lento, en su opinión, y necesitaba un impacto inmediato y fuerte que gustara en París al triunvirato que formaban Robespierre, Saint-Just y Couchon. Ideó entonces un sistema de matar más eficaz: los ahogamientos en masa. Ataban a los prisioneros, especialmente sacerdotes y monjas, los metían en barcazas y los alejaban de la orilla del Loira. Una vez bien lejos, hundían las embarcaciones para ahogar a sus tripulantes. Carrier lo llamó «bañera nacional».
El éxito fue inmediato. Carrier, encantado con su ocurrencia, reunió un comité el 4 de diciembre de 1793 para hacer largas listas de contrarrevolucionarios. Hicieron diez listas. Se ahogaban familias enteras. No por esto dejó de fusilar. La mayoría de las veces sin juicio. A esto añadió el sadismo. Desnudaba a los religiosos, hombres y mujeres, los ataba juntos, por pareja, y los ahogaba. La idea era que rompieran su voto de castidad y humillarlos. Carrier denominó a esta salvajada «matrimonio republicano». El número de víctimas ascendió a no menos de 10.000 personas. Las cifras bailan. El crimen, como contó María Teresa González Cortés en «El sistema de despoblación. Genocidio y revolución francesa» (2008), se convirtió en categoría política y Carrier en uno de sus máximos representantes.
Carrier escribió a la Convención Nacional una carta que decía: «Todos fueron tragados por este río. ¡Qué torrente revolucionario es el Loira!». Robespierre mandó llamar a Carrier en febrero de 1794, y Carrier cayó en desgracia. Por eso Carrier, un tipo infame y vengativo, se unió a los que en julio de ese año derrocaron a Robespierre. Aquello no le valió para que se olvidaran sus crímenes. Fue detenido el «misionero del terror» según Michelet, y conducido ante el Tribunal Revolucionario el 11 de diciembre de 1794. En el juicio, Carrier negó los hechos. No sabía nada. Fueron sus subalternos a sus espaldas. Él no lo habría consentido.
Aquello no sirvió. Ante el Tribunal pasaron testigos de las matanzas orquestadas por Carrier. Además, en un París sumido en la reacción termidoriana, las noticias sobre los acontecimientos de Nantes, sobre todo los detalles más crueles, fueron la comidilla que indignó a muchos. No hubo excusa posible. Carrier era un tipo infame que merecía la muerte. Era hora de hacer justicia. El jurado no dudo. Fue unánime. Todos votaron para fuera ejecutado. Fue llevado a la guillotina, y entre el clamor popular, perdió la cabeza un 16 de diciembre de 1796.