Robespierre: el angustioso final del líder de la Revolución
El historiador Colin Jones regresa con «La caída de Robespierre», un libro sobre las últimas veinticuatro horas del jacobino que con más ahínco extendió el terror republicano hasta su asesinato por disparo el 9 de termidor
Madrid Creada:
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Tocqueville no hubiera nacido si Robespierre no hubiera caído el 9 de termidor, porque la ejecución de su madre estaba preparada para el día siguiente. Lo que es la historia. Cuántas vidas truncadas en la búsqueda de la sociedad perfecta. Arendt escribió que Robespierre declaró la guerra a la hipocresía, y transformó así el despotismo de la libertad en el reinado del terror. Más que esto, como señaló Furet, la violencia la generó su fanático discurso sobre la igualdad.
Peter McPhee, uno de sus biógrafos, sostiene que Robespierre fue el primer dictador moderno. Schmitt prefirió el concepto de dictador revolucionario porque ejerció el poder por encima de la ley para transformar la sociedad. En ese empeño persiguió a enemigos políticos e intelectuales, como Condorcet, un inofensivo filósofo. La guillotina se alimentaba predicando una vida de buenos y malos, de leales y traidores, de benefactores y dañinos al pueblo. Durante la dictadura de Robespierre hubo una media de cuarenta ejecuciones diarias en París. Claro que, según escribió Sorel, hay que juzgar su conducta según su tiempo, con sus valores y propósitos, lo que es una banalización de la violencia.
No obstante, tal y como expuso Gustave Le Bon, no se puede responsabilizar solo a Robespierre del Terror, sino al pueblo francés, al alma de aquella masa embaucada. Ya dijo Burke en los albores de la Revolución que nada inspira más temor a la sabiduría que una epidemia de fanatismo. De hecho, Robespierre, el Incorruptible, consiguió un gran prestigio social cuando hacía cortar el cuello a sus colegas, y se convirtió en un mito. Lo mismo ocurrió en Alemania con Hitler, como nos ha contado Volker Ullrich, donde hubo gente que se suicidó al conocer que su Führer ya no les iba a «guiar» más. De ahí la idea de la responsabilidad colectiva suscitada por el historiador Goldhagen para el caso alemán, y que podría aplicarse a la Revolución Francesa, de la cual Robespierre es, sin duda, el personaje más conocido.
Colin Jones ha escrito un libro magnífico sobre las últimas veinticuatro horas de aquel jacobino. Empieza diciendo que solo desde cerca y examinando a fondo los detalles de un proceso revolucionario es «posible comprender de manera satisfactoria su curso». Por contra, el desprecio al detalle en la historia, a la erudición, hace más fácil la manipulación del pasado. Los hechos contrastados no mienten. Lo otro, la contingencia con perspectiva elevada, la primacía del relato sobre el dato, no deja de ser un retrato histórico con Photoshop.
La tesis de Jones es que Robespierre no cayó solo por un golpe de Estado, sino porque las clases populares le dieron la espalda. En esto recuerda al historiador marxista Georges Rudé, que destacó el papel de la multitud en la vida política, con sus intereses, manejo y explosión. Jones ahonda en la definición del pueblo como el protagonista de la Revolución, algo que está en la tradición republicana del siglo XIX. De hecho, fueron Michelet, Victor Hugo y Sué, entre otros, quienes convirtieron al pueblo en un mito a través de sus ensayos y novelas, y en el protagonista del proceso revolucionario. Es ese pueblo del pintor Delacroix con su conocida obra «La libertad guiando al pueblo» sobre la revolución de 1830.
El Robespierre de Colin Jones es un estratega frío, un roussoniano pragmático, un maestro de la ingeniería social. Demetrio Castro, en su biografía del personaje añadió que era un tipo arrogante, vanidoso, envidioso y cruel. No es bueno olvidar que tenía su propia celebración, la Fiesta del Ser Supremo. Su vida refleja el punto álgido de la Revolución. Robespierre se convirtió en julio de 1793 en uno de los integrantes del Comité de Salvación Pública, el gobierno dictatorial que suspendió los derechos con el objetivo de acabar con la amenaza exterior e interior de la Revolución. Eso fue el Terror. Para ello, cuenta Jones, Robespierre quiso legitimar la dictadura prometiendo reformas sociales para aliarse a las capas populares. Este ardid se ha convertido en un clásico de la política.
El autor no escapa al atractivo del personaje. Le hace responsable del fin de la guerra civil, y del fortalecimiento militar frente a la invasión. Para Jones, encarna la Revolución popular. Su error, dice, fue enfrentarse a sus colegas e incitar a una rebelión popular en París contra ellos. Por eso el 9 de termidor del año II (27 de julio de 1794) se reunieron en la Convención para acabar con él, aunque fue la «actuación de los parisinos» lo que determinó el resultado. Es lo que escribió Furet: Robespierre fue primero ejecutor y luego víctima de la incitación y apelación al pueblo, justo cuando se empezó a pensar que la política del Terror ya no era útil. Jones recoge esta idea contando el día en el que el pueblo parisino, los sans-culottes, los más organizados, repudiaron a Robespierre por creerle contrario a la República.
Todo por amorJean-Lambert Tallien, jacobino de Robespierre, estaba enamorado de la española Teresa Cabarrús. Era considerada una belleza, además de estar muy bien relacionada con la plana mayor de la Revolución, especialmente los girondinos. En 1794 fue arrestada por traición y escribió a Tallien, uno de sus amantes, que su destino era la guillotina porque él era un cobarde. Esto enloqueció a Tallien. En la sesión de la Convención del 9 de termidor fue el diputado que se levantó en primer lugar a hablar contra Robespierre. Aquello fue una sorpresa para el Comité de Salvación Pública, escribe Jones. Collot, otro diputado, suelta que la censura acaba de salvar la patria. Saint-Just, de dicho Comité y luego ejecutado, miraba la escena con desdén. Sin embargo, París no reaccionó contra Tallien, sino a favor, lo que dio inicio a la rebelión parlamentaria contra el dictador y a las detenciones de sus allegados. Teresa fue conocida después como «Nuestra Señora de Termidor».
El trabajo de Jones se basa en la recopilación de los detalles que ordenó recoger Barras, el diputado a quien el Gobierno encomendó la seguridad de París. Esto dio lugar a 200 «micronarraciones» de los días 8, 9 y 10 de termidor. A esto ha sumado la documentación que reunió la Convención, la información de prensa y las memorias, y, por supuesto, los expedientes policiales. Ese conjunto de información detallada, verdadera fuente del historiador, insisto, ha permitido a Jones construir una obra original que aporta conocimiento.
En las páginas del libro desfila el pueblo en sus personas de carne y hueso, no como entelequia, con su vida mundana y sus impresiones. Alguno refleja en el papel la temperatura y el número de guillotinados. Otros el repudio a los políticos y el movimiento de la gente por las calles, sus gritos y miedos. Al tiempo aparece un Robespierre paranoico, creyéndose víctima de una conspiración originada en Londres a la que debe seguir, claro, una buena represión de desafectos a su persona. Así lo dijo el 8 de termidor -26 de julio de 1794- en plena Convención: iban a rodar cabezas. No citó a nadie, por lo que todos se atemorizaron.
Al día siguiente, 9 de Termidor, algunos miembros de la Convención implicados en el golpe abuchearon a Robespierre por tirano, y luego la mayoría comenzó a gritar que debía ser arrestado. El conspirador era él, decían. El pueblo al que tanto apeló Robespierre se dividió. No hubo un plan, dice Jones. Aquella fue el resultado de «un millón de microdecisiones tomadas por los parisinos». Unos lo sostuvieron, otros no recibieron órdenes o se confundieron, los más se lo tomaron con optimismo. Incluso algunos cambiaron de bando, pasando de atacar la Convención a cercar la Maison Commune, el ayuntamiento, sede del poder de Robespierre. En la tarde del 29 de julio, el Incorruptible y sus hombres fueron decapitados en un «colosal baño de sangre», dice Jones, en la Place de la Concorde.
La ejecución de Robespierre supuso el inicio de una rectificación de la Revolución. La reacción de Termidor tuvo el sentido de poner orden y concluyó con el golpe de Napoleón el 18 de brumario (9 de noviembre de 1799). En suma, Jones nos ha brindado un buen libro para comprender el episodio final, apenas 24 horas, de la primera parte de la Revolución Francesa.