Historia

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Las cadenas ganadas con galletas y arcabuces

Reaparece el trofeo militar que Carlos V entregó al Papa Pablo III para restablecer las buenas relaciones tras la Jornada de Túnez de 1535

El «Botafogo» (a la izquierda en primer plano) abre fuego contra la fortaleza de La Goleta (1535)
El «Botafogo» (a la izquierda en primer plano) abre fuego contra la fortaleza de La Goleta (1535)larazon

Reaparece el trofeo militar que Carlos V entregó al Papa Pablo III para restablecer las buenas relaciones tras la Jornada de Túnez de 1535

El Saco de Roma todavía escocía en los Estados Pontificios. Hacía diez años de aquello y era tiempo de limar asperezas y restablecer las buenas relaciones con el Papado. Por ello, Carlos V viajó hasta allí con el fin de obsequiar a Pablo III. Era 1537. Como presente, la expedición española llevaba consigo uno de los trofeos militares más carismáticos del Renacimiento: unas cadenas de puerto. Una de las técnicas de defensa de entonces para defender los fondeaderos consistía en cerrar su entrada con una gruesa cinta de hierro que evitase la llegada de barcos enemigos. Así, lograr una de estas preseas significaba una nueva conquista en el haber del atacante. Esta vez el simbolismo describía lo sucedido en Túnez en el verano de 1535, una victoria clave de la monarquía hispánica con el emperador en primera línea.

- 50 años desaparecidas

Seguía así el viaje de unas cadenas que había comenzado en el norte de África y que en un primer momento se expusieron en la Puerta de Rávena de la Basílica de San Pedro. Después, fueron a parar a la rotonda de San Andrés de la antigua sacristía, a la Puerta del Archivo –en la que una lápida daba constancia del hecho a su lado: «Carolus V · Imp · Tuneto Expugnato · Vectem et Seram Han · B · Petro · Ob · Insignem · Victoria Transmisit»–, al museo Petriano... Hasta que en 1966 se les perdió la pista. La demolición de este último lugar trajo consigo la desaparición del botín traído del Mediterráneo. Así, cincuenta años de vacío hasta que ahora, Sergio Rodríguez López-Ros –director del Instituto Cervantes de Roma– ha dado con ellas. Investigaciones particulares por diversos archivos terminaron llevando al también profesor de la Universidad Abat Oliva a los depósitos de la fábrica de San Pedro. Allí permanecían los hierros junto a la placa conmemorativa.

De esta forma, se recupera un símbolo de la lucha por el control del Mediterráneo entre el Imperio español y el otomano. De la escuadra de Carlos V contra Jeireddín Barbarroja. El almirante, entre otras acciones, había tomado Túnez en 1534 y depuesto al sultán Bey Muley Hassan –vasallo de España–, por lo que el emperador del Sacro Imperio convocó cortes en Madrid para darle la vuelta a la situación con la ayuda de otros príncipes. Un año tardó en reunir barcos de cualquier lugar con aroma hispano. De Amberes venían los prisioneros, encargados de remar en galeras. De Alemania, del Cantábrico, de los Países Bajos, de Italia y del reino de Portugal también se dieron cita en Barcelona. Otros partirían desde Málaga, Génova o Malta. En total, el montante ascendió al millón de ducados, procedentes del oro que Pizarro logró en el rescate de Atahualpa. Caballos, pólvora, cañones, agua, galletas y arcabuces preparados en las bodegas de las naves. De Barcelona a Mahón, como escala, antes de llegar a Cagliari para la reunión final. Allí, al sur de Cerdeña, Carlos V pasó revista a la armada. Trescientas velas, 25.000 infantes, 2.000 jinetes. Todo listo para salir hacia África el 14 de junio.

Pronto se desembarcó en las ruinas de Cartago para sitiar la fortaleza de La Goleta, derrotada un mes después gracias al buen hacer de la insignia portuguesa «Botafogo». De ahí a Túnez, donde el papel de los recién creados tercios fue clave para el desenlace. Al igual que la sublevación de 5.000 cautivos cristianos. El 21 de julio se cantaba «victoria» con Carlos V a la cabeza de la empresa, como recogen las crónicas de la época: «Avanzando con la lanza en la mano, corriendo el mismo riesgo que un pobre soldado raso», contó Paulo Jovio.

El terror de Barbarroja

La presencia de Jeireddín Barbarroja, siempre de la mano del sultán otomano Suleimán I, en la parte occidental del Mediterráneo, hacía temblar al Viejo Continente. Su figura y conquistas subieron el precio de los seguros marítimos, descendieron el tráfico marítimo, e, incluso, despoblaron pueblos costeros o les obligaron a aumentar sus defensas. Más cañones, más torres de vigilancia y puertas cerradas con cadenas. Una situación que se dio la vuelta con la victoria de 1535 en Túnez.