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Historia

Melilla

Las postales de Franco a su amada Sofía Subirán, a la venta

En un buen estado de conservación las 32 postales siguen la moda de la época con figuras de señoritas haciendo deporte. «Deseando pasen pronto los días para tener el gusto de verla le saluda y le quiere de veras, Franco», se lee en la postal inferior
En un buen estado de conservación las 32 postales siguen la moda de la época con figuras de señoritas haciendo deporte. «Deseando pasen pronto los días para tener el gusto de verla le saluda y le quiere de veras, Franco», se lee en la postal inferiorlarazon

Sofía Subirán nació en Cuba en 1897. Procedía de una familia de militares y fue el primer amor, el de juventud, de Francisco Franco, a quien conoció cuando destinaron a su padre a Melilla. Para ella, casi una niña de 15 años con un candoroso acento de la isla, era Paquito, un poco más mayor, de unos veinte, y que acabaría por caer rendido a los encantos de ella, una pasión fugaz que no fue no lo correspondida que Francisco hubiera deseado. Ahí, en Melilla, se fraguó la amistad que dio un paso más hacia el enamoramiento. El escenario de sus citas era el Casino Militar de Melilla, un imponente edificio donde ver y dejarse ver. Los viernes había baile y el alférez aprovechaba para ver a quien se había convertido en la niña de sus ojos, aunque a ella no le terminara de llenar. Vicente Gracia y Enrique Salgado la describen así en «Las cartas de amor de Franco» (Ediciones Actuales), libro editado en 1978: «Sofía es una joven y espigada damita española hija del entonces coronel Subirán, hermano político y ayudante de campo, a la vez, del general Luis Aizpuru, Alto Comisario de Marruecos, lo que equivalía a Capitán General de aquel territorio, y que posteriormente fue ministro de la Guerra con Primo de Rivera».

De su puño y letra

Durán subastará el primero de los lotes dedicado a Franco, el 541, compuesto por un conjunto de 32 postales en muy buen estado de conservación (tienen 105 años) que documentan la relación. Todas ellas están escritas y firmadas por el entonces alférez y fechadas en 1913 en Al Laten, Regimiento de Infantería de África 68, quinta compañía del tercer batallón. Según David Durán, «existe una gradación en el tono de los mensajes que se pone de manifiesto a la hora de los adioses, ya que en las primeras se despide como ''un buen amigo'' para posteriormente escribir ‘'este amigo que la quiere'' y acabar con un ''queriéndola mucho le saluda'', ''le saluda y quiere de veras'' o ''cuente siempre con el cariño de''». ¿Son apasionadas? «Tengamos en cuenta que se trata de un amor de juventud muy precoz. Son, por tanto, muy inocentes, respetuosas, formales y cándidas. No es un amor de artillería sino de zapador», responde con un ocurrente símil militar. Algunas de las misivas están solo firmadas con un escueto «Franco» o con el nombre y el apellido. En otras únicamente consta la dirección: «Calle Alonso Martínez 15 ó 26. Melilla», sin especificar más. No se lo ponía fácil al cartero, desde luego. En otras le narra sucintamente algo que le ha pasado, sin entrar en más detalles. La mayoría siguen los gustos y modas de principios de siglo y presenta las cartulinas coloreadas de muchachas en actitud deportiva (con una raqueta de tenis, por ejemplo y en cuatro colores, naranja, violeta, rojo y amarillo), que sujetan un ramo de flores o niños frente a un encerado. De puño y letra de «Franquito», como en ese época era conocido, se lee: «El día que baje (a la Plaza) si tengo tiempo se lo avisaré y espero su respuesta de si puede ir al baile caso de celebrarse éste», «Yo la quiero bastante por no decir muchísimo», «Antes de ir espero carta suya». O esa que está encabezada con un: «Queridísima amiga Sofía recibí en el día de hoy una carta que esperaba con interés... Y termina con «Deseando que acaben pronto los días para tener el gusto de verla la saluda y le quiere de veras, Franco». Las postales, que ya salieron a la venta en la misma casa en 2013, repiten precio de salida: 25.000 euros. Sofía Subirán, que falleció en 1985, conservó este lote, porque decidió deshacerse en los años sesenta del resto de correspondencia que se cruzó con Francisco Franco por respeto a la familia.