Literatura

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Aleixévich narra el olor de la guerra

Aleixévich narra el olor de la guerra
Aleixévich narra el olor de la guerralarazon

El secreto de la prosa de la último premio Nobel, Aleksiévich, es que no hay secreto: un entrevistado con nudo vital por verbalizar, una grabadora y una solemne actitud de escucha. Si Truman Capote presumía de recordar el 96 por ciento de sus conversaciones, la autora bielorrusa es directamente un «oído humano» que, más que datos, tiene la cualidad de registrar tonos, timbres, aromas, texturas, atmósferas, sinestesias, contracturas del alma... Así lo hizo en «Voces de Chernóbil», lo renovó en «La guerra no tiene rostro de mujer» y repite una fórmula para la que está sumamente dotada.

Cartografiemos: Al final de la Segunda Guerra Mundial, sólo en Bielorrusia había unos 27.000 huérfanos en distintos orfanatos. A finales de los 80, la periodista entrevistó a muchos de aquellos niños ya convertidos en adultos para extraer de su inconsciente, casi a la freudiana manera, recuerdos, olores, colores del instante en que el mundo se detuvo para ellos. Sus familias se desmembraron, sus padres fueron llamados a filas y sus madres perecieron por culpa de una palabra inexistente en su vocabulario infantil: la guerra. El resultado de aquellas conversaciones son relatos monologados, nada infantiles, en los que la autora no se expresa, no participa, sólo teje un coro de voces horizontales cuyo resultado es una memoria coral de la contienda, vista desde un contrapicado infantil.

Bárbaros y hambre

Así sabemos del «primer y último cigarrillo» que se fumó Guena gracias a un soldado alemán, o cómo huelen «los niños rosados que yacen sobre las brasas apagadas» como recuerda Katia... La necesidad de lamer la olla, los radiadores e incluso un trozo de metralla que tenía el estómago de Vera, a falta de alimento o cómo a Vasia le pedía su padre que le rematara en el bosque... Porque las contiendas no concluyen cuando dejan de caer las bombas. Hay libros que se devoran de un tirón, éste, es imposible. Provoca sarpullidos, corta el aliento, nos conduce a una empatía dolorosa que se adhiere a los huesos. Bárbaros con botas militares que irrumpen en pueblo ajeno, hijos que entierran a sus madres, abuelos que exilian a sus nietos, maestros clausurando aulas para convertirlas en comedores infantiles, madres cocinando el hambre de sus hijos... Velas tartamudas, casas desnudas, pueblos quemados...

Algo que no se percibe en anteriores «frescos corales» a los que nos tiene acostumbrados la autora sí es palpable en este libro: se escucha perfectamente el crujido de la grabadora. Se dice que ha cultivado su propio género al que denomina «novela de voces» (o «escritos polifónicos»), donde sus narradores son personas que se han autoimpuesto el silencio. Se la ha tildado como «Kapuscinski en femenino», pero, a diferencia del polaco, no se afana en decirle al lector lo que el entrevistado piensa, cree y siente; ella no se deja oír. Tampoco rompe el contrato con el lector acerca de que su texto sea de no ficción. Le importa en grado sumo que se cumplan las cláusulas. Todo lo encontramos en estas dolorosas páginas habitadas por personajes reales que se ocupan más por renacer de sus cenizas que de vivir. Nadie podría soportar una ficción así... de ahí que el marchamo de realidad la ampare.