El amor como venganza
Nada importa ya. Nada de nada. Salvo la compañía. En un mundo donde, según parece, la grieta del consumo y el tumulto y la ambición nos va dejando cada vez más desamparados, el camino que conduce a la salida es uno solo: tirar abajo los tabús. Aunque, como dice Waldo, el protagonista y narrador de esta incómoda novela que, postrado en una cama o en una silla de ruedas le pide a su mujer que le muestre sus partes íntimas para verla y, de paso, hacerse su película: hay que saber que detrás del tabú no hay más que sexo, únicamente sexo: así que, en lo posible, lo mejor es no tomárselo de un modo tan personal.
Eso es lo que plantea el narrador británico Hanif Kureishi en su nueva novela, «Nada de nada», donde, a través de la mirada de este viejo cineasta que conoció las mieles del éxito y la fama y ahora vive en medio del desencanto, le toma el pulso al mundo contemporáneo. Y lo hace mediante el relato pausado, en un tempo narrativo de ritmo constante, acorde a lo que allí se va contando: la obsesión de Waldo con Zee, su mujer –una india que está casada con un pakistaní y con la que tiene dos hijas, a la que Waldo sedujo en el transcurso de un rodaje–, que acepta, un poco por amor (y otro poco por conveniencia o quizá sea solamente por piedad) los requerimientos de su marido. Porque entre ambos, además de una cámara con la que Waldo lo registra todo y de unos cuantos años de aburrido matrimonio, se interpone otro personaje: Eddie, un crítico de cine que admira a Waldo y que se ha convertido en el amante de Zee. En su propia casa, además.
La trama, por momentos, puede resultar demasiado agria, nihilista, incluso exasperante, pues Kureishi se adentra, sin aditivos ni anestesias, en las raíces de eso que se llama el malestar en la cultura, la neurosis de cada día: la tentación de lo prohibido, las estériles alianzas matrimoniales, la vejez y todas las pérdidas que ésta supone, así como la costumbre –como afirma Waldo– de plegarse «al hábito cotidiano de la fidelidad o a las prisiones de lo convencional».
Monólogo interior
Detrás de las ásperas reflexiones de Waldo en su monólogo interior o en sus diálogos con Eddie y con Zee, lo que se asoma, sin embargo, es la sensación de que, ante el abismo de la postración de la vejez y el declive de la masculinidad (ideales perdidos que ya nada importan, de nada sirven a estas alturas) el sexo, al fin y al cabo, no es lo preocupante, sino otra cosa: el amor. Aunque el amor, en ocasiones, puede estar hecho de silenciosas venganzas.