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Imhotep vence al lado oscuro

larazon

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Para los amantes del cine de aventuras exóticas, el nombre de Imhotep tiene resonancias míticas. Su rostro ha quedado fijado en el de Boris Karloff en «La momia» (1932), donde interpreta a un sacerdote enigmático que resucita gracias a un conjuro mágico. Para lo más jóvenes, Imhotep es el malvado sacerdote de la nueva versión de «La momia» (1999) y su secuela, con Brendan Fraser, y el dios que adoran los enemigos del joven Sherlock Holmes en «El secreto de la pirámide» (1985). En verdad y según los registros históricos, Imhotep fue un sabio, médico y sobre todo el primer arquitecto, constructor de la pirámide escalonada de Saqqara, entre 2980 y 2950 a.C. Su vida, magistralmente novelada por Christian Jacq, es el centro de su nueva aventura sobre un periodo fascinante de la historia de Egipto, el de la III Dinastía del faraón Zoser. Además de licenciado en egiptología por la Sorbona, Christian Jacq es un especialista en la época del faraón Ramsés II, de quien ha escrito una pentalogía de novelas de ficción consideradas cumbres de la novela histórica sobre el Imperio Antiguo de Egipto.
No es «Imhotep. El inventor de la eternidad» una novela que recurra a los tópicos de la novela de aventuras romántica; los rehúye. Con los numerosos datos recopilados sobre la época, Christian Jacq narra una historia cotidiana sobre el interior de la casa del rey y la reina; sus cortesanos y escribas; las relaciones de poder y la elaborada liturgia que mantenía aquella próspera civilización en un curioso equilibrio de fuerzas entre los egipcios y los dioses.
No hay otra épica en «Imhotep» que la filosófico-religiosa, que sustentaba el equilibrio entre el bien y el mal y que armonizaba el bienestar y la prosperidad con las fuerzas de la naturaleza. Ése es su encanto: una intriga que engarza las situaciones históricas con unos personajes cuya identidad literaria es la justa para mantener la fascinación a lo largo de un relato costumbrista que sumerge al lector en un mundo mítico pero muy próximo al nuestro.
No faltan la crítica al funcionariado de Menfis, intrigas palaciegas y un acusado realismo a la hora de plasmar las relaciones entre la realeza, el artesanado y el papel esencial de la mujer en aquel mundo sin clases, bastante igualitario. Pero lo que singularizan las relaciones entre el faraón Zoser y el médico, arquitecto y Sumo Sacerdote Imhotep es su dominio de la magia y su relación con la justicia y la religiosidad, imprescindibles para la prosperidad y avances técnicos de aquel lejano y fascinante Egipto creado literariamente por el mejor Christian Jacq.