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Un clásico minimalista y violento

larazon

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Esta reedición de un clásico del «neo-polar» francés, «Caza al asesino», de Jean-Patrick Manchette, es la última novela publicada en vida y novena de su obra policíaca editada en la Serie Negra de Gallimard. Militar en la extrema izquierda y la Internacional situacionista se notó en la crítica social, el anticapitalismo y su desprecio por la democracia y la sociedad de consumo, esenciales en su obra primera, pero abandonada con el tiempo, reducida a retazos que apenas asoman entre el nihilismo de los personajes y la fantasmagoría del relato.
Fiel a Hammett
A Manchette le fascinaba el estilo de Dashiell Hammett: frase corta, realismo descriptivo y mínima información; diálogos veloces, violencia y desdén por la retórica. Unos predicados que pueden aplicarse al novelista marsellés, tan próximo al «hardboyled» despojado y conciso de Hammett. Ambos son duros, pero Manchette lo es hasta extremos paródicos.
Aunque la crítica lo ve cercano al mundo enloquecido de James Ellroy, lo cierto es que los autores que mejor le cuadran son el Donald E. Westlake de «A quemarropa» y el estilo desalmado y violento de Elmore James, prescriptor de esos «diez consejos para escribir bien» que Manchette , sin conocerlos, siguió a rajatabla: no abundar en los detalles de los personajes, lugares y objetos y eliminar todo aquello que los lectores se suelen saltar. Diez mandamientos que se resumen en uno: si suena a escritura, reescríbelo. El único consejo que viola este libro es el primero: nunca empieces una novela hablando del tiempo. Cierto, pero recurriendo a una preciosa elipsis que parte del viento glacial del Ártico hasta que éste golpea los ojos del hombre sentado en una furgoneta Bedford: el sicario.
Manchette depura hasta el manierismo ese esencialismo de la novela conductista norteamericana de los 50, eliminando el psicologismo y centrándose en lass acciones y diálogos antes que en los pensamientos y deseos. La estructura es mínima, dando prioridad a los acontecimientos, a la acción expresada de forma dura y violenta, escatimando descripciones y recurriendo a elipsis que aligeran el relato hasta casi la anorexia expresiva. Una síntesis de la escueta definición de Anne muestra la ética estilística que guía a Manchette: «Sus ojos no parecían expresar ningún pensamiento». Esa falta de sustancia la refuerza con este diálogo:
«–Anne –dijo.
Anne se levantó y se bebió su coñac de un trago.
–Tengo sueño. Me voy arriba.
Su voz silbaba un poco».
«Caza al asesino» sigue tan viva como a comienzos de los 80. Su prosa veloz, telegráfica, sincopada, violenta y desnuda hacen de esta novela un prodigioso relato tan minimalista como una rajadura de Lucio Fontana.