¿Acaso estamos jugando a ser Dios?
Diego del Alcázar debuta en la novela con un "thriller" que invita a preguntarse sobre los límites de la biotecnología
Madrid Creada:
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Diego del Alcázar debuta en la novela y no esconde los miedos iniciales que le saltaron al ver la «página en blanco»: «Asumí el ridículo que se hace al empezar a escribir», recuerda. Aunque esos comienzos «llenos de tópicos» y de pausas quedaron en el pasado. Sus hijas fueron el primer público que tuvieron sus cuentos, y el prueba-error, más su bagaje como lector de ciencia ficción, le han terminado llevando a las puertas de La genética del tiempo (Espasa), un libro espoleado por «una historia fascinante», dice de la biografía de la bioquímica Jennifer Doudna, El código de la vida (firmada por Walter Isaacson). «Su vida lo tenía todo para crear una ficción en la que poder meter unos personajes fascinantes, como “biohackers” o científicos con un carácter pésimo», presenta el autor y CEO de IE University.
Con ese punto de partida, Del Alcázar comenzó a darle «vueltas y más vueltas» al argumento, a «reescribir» y a quitarse la sensación de ridículo para firmar una novela de la que sentirse orgulloso. «Nada de lo que se narra ha sucedido ni en ella se describen personajes o situaciones reales. El único propósito es el de entretener y el de servir de reflexión». El novelista se llevó la trama a su terreno: «En mi campo, la educación, me interesa el impacto de la tecnología sobre la sociedad». Y desde ahí tiró del hilo para «reflexionar sobre los avances biotecnológicos, que nos pueden ayudar enormemente. Por definición, tenemos que abrazarlos, pero al mismo tiempo debemos ser capaces de pensar críticamente».
¿Acaso estamos jugando a ser Dios? Del Alcázar asegura que él no lo sabe, pero que sí pretende que «el lector se haga esa pregunta y se responda a sí mismo». «Todos vamos a estar de acuerdo con la biotecnología para curar una enfermedad –apunta–. Otra cosa es querer seleccionar genéticamente a los niños para que todos sean arios. Eso no lo queremos. Hay una gama de grises gigantesca y llega un momento en el que la barrera acaba difuminándose, y ahí es donde quiero llevar al lector».
Según pasan las páginas, van surgiendo más cuestiones que ni el propio Diego del Alcázar sabe responder y que llevan a «pensar mucho» durante la lectura: «Pudiendo mejorar a la especie humana, ¿por qué no hacerlo? Esa era la pregunta fundamental, la que tenía que abordar en su investigación, y aquellos niños, que pertenecían al selecto club de los que ya se encontraban del otro lado, del lado de los afortunados, de los superiores, de los mejorados genéticamente estaban cuestionando porqué ellos sí y los demás no», invita un libro que juega con dos tiempos, el presente y un futuro localizado en 2072.
El autor lleva parte de la acción a Navaluenga (Ávila), donde Sofía –nieta de Mercedes Grijalba, la otra protagonista– ha reconvertido la casa medieval de sus abuelos en la sede de GENE, un colegio para adolescentes genéticamente editados que tienen cocientes intelectuales superiores a la media. «Pero no son superhéroes, sino superhumanos. Solo hacen las Matemáticas más rápido», señala. Uno de los objetivos del centro es ayudarlos a resolver el mayor dilema ético que se plantea la sociedad de la época: «¿Cuáles son las consecuencias de que seamos capaces de modificar el código de la vida, el ADN, a nuestro antojo?», se pregunta un hombre que ha crecido abrazado a las obras de Aldous Huxley.
Cincuenta años antes, Mercedes de Grijalba –una empresaria internacional fundadora de uno de los imperios farmacéuticos más importantes del siglo XXI– se convirtió en una de las protagonistas de la revolución que tuvo lugar como consecuencia de las cuestionables decisiones que tomó para ayudar a su hija enferma, Clara. Sofía rememora los tiempos de su abuela hasta que empieza a recibir unas misteriosas cartas que abren una ventana a su verdadera historia y a los retos, algunos escalofriantes, que ha de afrontar la humanidad.
Llama la atención de Navaluenga como uno de los escenarios principales, un marco inesperado relacionado directamente con la propia biografía del escritor, pero que además tiene la intención de dibujar a esa sociedad que ha salido de la ciudad para regresar al campo, a la España vaciada que Del Alcázar dota de nuevas riquezas y que es toda una declaración de intenciones: «Me gustaba el contraste de un mundo hiperavanzado en el que la tecnología nos permite seguir en vanguardia independientemente de donde estemos».