La guerra inédita de Chaves Nogales
La editorial Renacimiento rescata cerca de 1.000 textos desconocidos escritos por el periodista sevillano en Francia e Inglaterra que profundizan en su figura


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«Chaves Nogales, un periodista ágil y un escritor recio». Así, de una forma tan contundente, que no deja dudas para sus lectores, explicaba la revista cubana «Bohemia» por qué había decidido contratar al periodista sevillano para una serie de reportajes fijos sobre la II Guerra Mundial (IIGM). Quizás, sin pretenderlo, los editores de la publicación americana lograban sintetizar en una breve frase dos de las principales características de una de las figuras clave del periodismo durante el pasado siglo XX. Es cierto que, desde hace unos veinticinco años, hablar de Chaves Nogales se ha convertido casi en obligatorio siempre que se vuelve la vista a la literatura de la Guerra Civil Española, sobre todo después de la publicación de «Las armas y las letras», donde Andrés Trapiello quiso mostrar una cara novedosa, desapasionada y sincera de todo lo que se había escrito sobre el conflicto bélico de 1936. Y Chaves Nogales sobresalía y cabalgaba por aquellas páginas apoyado en esos dos adjetivos: ágil y recio. Pero aún queda mucho por conocer de la obra periodística desarrollada una vez que cae la II República y tiene que trasladarse a París, donde comienza a colaborar de una manera frenética, colosal y en su mayor parte inédita aún: reportajes, artículos de opinión o crónicas del conflicto bélico y de los meses previos, algunas de las cuales publica LA RAZÓN por primera vez.
Desde el inicio de su carrera como reportero, pone el foco en el lado humano de los acontecimientos. Se interesa tanto por los grandes gerifaltes, ministros y embajadores como por la gente normal que tiene que apechugar con las decisiones de los mandatarios y jugarse la vida con un fusil. El 17 de enero de 1940 narra para la agencia Havas cómo viven la contienda los soldados británicos bajo el título «La guerra contra Hitler está llena de alegría y buen humor». Escribe Chaves Nogales: «El soldado inglés es, sin duda, el más ingenuamente risueño y de mejor humor del mundo. Basta ver en los periódicos las fotografías de los tommies sonrientes, para hallar reflejada su moral. La conquista de Francia por los ingleses en mansa y jovial invasión es cada vez más ostensible. Adonde quiera que llegan tropas británicas, las poblaciones francesas se esfuerzan en ayudarles, en crear esa atmósfera típica de los ingleses, hecha a base de olores de tabaco con miel, alquitrán y caucho, que los ingleses llevan consigo siempre. Hay salones de té en las pequeñas aldeas, se multiplican los bares lácteos y los Pubs House. París tenía desde antes de la gran guerra muchos establecimientos al gusto inglés, que ahora están animadísimos, favorecidos por los militares ingleses con permiso y los anglófilos entusiastas. En París, los lugares predilectos de reunión son esas tabernas estilo inglés, confortables, con ricas maderas, presididas por los retratos de los reyes y un viejo retrato de la reina Mary, en traje de gala, con seis hilos de perlas en el cuello. Los locales ingleses de esta capital Kardomah, Penny, The Cady, Smith, etc., son los más frecuentados».
Abelardo Linares, editor de Renacimiento y uno de los culpables de la difusión de Chaves Nogales, continúa su labor de investigación en hemerotecas para intentar recopilar la totalidad de las piezas desconocidas que se incluirán en la Biblioteca Chaves Nogales. Además, esta editorial ya ha puesto en la calle «Lo que ha quedado del imperio de los zares». Desde su salida de España, el cronista tuvo acceso a un ingente abanico de medios de comunicación con los que comenzó a colaborar, repartiendo sus trabajos por casi los cinco continentes. «Está muy dispersa su obra por casi todo el mundo, porque encontramos textos en Canadá, Rumanía, Estados Unidos o Nueva Zelanda». Hablamos de unos mil artículos, de los cuales 200 los redactó en Francia y el resto en el Reino Unido, a donde llega en 1940 tras saberse buscado por la Gestapo. Un problema añadido, el de la clandestinidad y la exclusividad, que le obliga en muchos casos a utilizar seudónimos. Por eso, nos encontramos con una gran cantidad de material que le lleva a desbrozar el camino para encontrar la verdadera autoría. Linares tiene detectados al menos dos identidades falsas: Rita Bois y Eugenio de Larrabeiti, heterónimo que le protegió durante la escritura de las cartas enviadas a su familia desde Londres.
Cáncer de estómago
«Tenía la costumbre de que dependiendo para el medio que trabajaba hacía una versión u otra porque le exigían exclusividad. Por ejemplo, los artículos que enviaba a ‘‘El Sol’’ contienen párrafos que no se encuentran en el cubano ‘‘Diario de la Marina’’. Es curioso el caso de Bois, que sólo escribe en los mismos periódicos en los que lo hace Chaves durante el año 1940 y únicamente sobre la Francia ocupada. Con la peculiaridad de que los textos son prácticamente calcados a los suyos. Nunca más escribió nada ni se supo algo de esta mujer, por lo tanto, sus crónicas pueden entenderse como un apéndice del libro ‘‘La caída de Francia’’», confirma Linares. Sin embargo, este juego cesa en 1943 cuando la enfermedad se hace más presente en su vida. Con un galopante cáncer de estómago baja mucho la cantidad de piezas publicadas y deja de ocultar su verdadero nombre.
Otro ejemplo de texto inédito es el que escribe para el rotativo argentino «El Sol», de nuevo a través de la agencia Havas, describiendo cómo se preparan las mujeres francesas ante la inminente guerra con los alemanes el 1 de noviembre de 1939. «Francia no ha seguido el ejemplo de Gran Bretaña, que tiene 40.000 mujeres soldados. La mujer francesa deseosa de servir se resigna a hacer prendas de abrigo tejidas, que es la primera necesidad que la guerra deja sentir. En el frente comienza a hacer frío y millones de manos femeninas tejen incansables en toda Francia. Las mujeres humildes tejen constantemente en el subterráneo y en los autobuses. En los trenes que hacen el servicio de los pueblitos de los alrededores de París, las mujeres que tejen reclaman departamentos especiales para ellas, como los tienen los fumadores. Las mujeres distinguidas celebran por las tardes ‘tresticot’, se hace la vida del gran mundo moviendo las agujas».
También en París, el 4 de marzo de 1940, insiste para Havas en contar cómo se unen las mujeres al esfuerzo de guerra en una pieza titulada «Usarán pantalones las obreras», desprendiéndose de la falda en su vida cotidiana como tuvieron que hacer los soldados escoceses con el «kilt». «El ministro de Hacienda ha explicado la necesidad de utilizar la mano de obra femenina en las fábricas de la Defensa Nacional. Muchos miles de mujeres trabajan en los talleres de las industrias de guerra, pero el ministerio de Armamentos ha considerado lo inadecuado que es el uso de las faldas femeninas, y ha recomendado a las mujeres trabajadoras que se pongan pantalones, a pesar de que aún puede considerarse vigente la vieja ordenanza de la Prefectura de Policía que prohíbe a los ciudadanos ir vestidos del otro sexo, salvo en los días de carnaval. Pero no se trata ya de extravagancias toleradas ni de modas pasajeras, se trata de un verdadero ataque de los poderes públicos contra la falda femenina, que se considera inadecuada, y a poco que se considere, indecorosa. En efecto, la mujer que trabaja en una fábrica de la Defensa Nacional, no debe usar falda, porque las telas sueltas y vaporosas representan un grave peligro para andar entre las poleas y tornos de transmisiones, como también manejar herramientas mecánicas que pueden prenderse fácilmente de los vestidos. Además, en los talleres las mujeres trabajadoras tienen que encaramarse en las escaleras y en sitios difíciles, colocarse a caballo, adoptar posturas violentas, todo lo que las faldas no les permiten hacer decorosamente. Es por ello que se les suprimen las faldas a las mujeres trabajadoras, por lo mismo que se les han suprimido a los testarudos soldados escoceses, que se obstinaban en seguir llevando su kilt tradicional: porque no son prácticos. La falda escocesa no protege contra los gases asfixiantes, y además favorece en sus plieguecillos, la reproducción de los parásitos en la tropa, así como la falda femenina en el taller no es práctica, aparte de las razones apuntadas, porque exige el uso de medias que son absolutamente inadecuadas para manipular sustancias peligrosas, chispas, virutas metálicas, etc».
Parece increíble que la existencia de Chaves Nogales desde mediados de los años veinte se convierta en una sorprendente biografía donde los propios sucesos de su existencia se convierten en episodios casi novelescos. «Su vida es una especie de novela policíaca, de intriga, donde hay muchos vericuetos que muestran zonas opacas que no se conocían pero que son de gran interés”, concreta el editor sevillano, que especifica que Chaves Nogales es uno de los autores españoles más leídos. «Es un caso único, tiene muchos lectores actuales y la mayoría de ellos son jóvenes. Es muy extraño, porque es mucho más leído que Azorín o Manuel Azaña». Un ejemplo singular por lo complicado de romper los muros de la literatura contemporánea y colocarse en este lugar privilegiado. Sólo lo logra él y además lo consigue con verdadera unanimidad. Quizás uno de los méritos consista en que hasta el final de sus días el nivel periodístico no decayó en ningún momento, permitiéndonos en la actualidad palpar y oler la vida europea bajo el yugo del III Reich como en los años cuarenta.