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Anne Beaumanoir, la mujer que opuso resistencia a la Resistencia francesa

La protagonista de «Annette, una epopeya», de Anne Weber, luchó por su país en la Segunda Guerra Mundial y contra él en Argelia
La Razón

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La fuerza de las historias que nos rodean podría medirse con las reacciones que generan, con la espontaneidad que surge durante sus relatos. Y esta, la de Anne Beaumanoir (1923), es de esas. Un cuento real que, ayer, obligaba a la traductora del Instituto Goethe de Madrid a detener su transformación del alemán al castellano para decir un repentino «¡madre mía, qué vida la de esta señora!». Tras haber luchado en la Resistencia gala, no soportó que, en la Guerra de Argelia, su país, Francia, empleara técnicas de tortura que conocía de la Gestapo, así que volvió a ponerse frente a los opresores con una nueva forma de resistencia, esta vez, en nombre del Frente de Liberación Nacional (FLN). Atrás quedaba su carrera de neurofisiología, su matrimonio y sus hijos; su compromiso con la que había sido una forma de vida en la clandestinidad era mayor que todo eso.
Pero la excusa que recupera la historia de esta mujer es mucho más cercana. Viene de cuando Anne Weber (1964) la conoció durante un festival de cine en el sur de Francia. Fue entonces, durante una mesa redonda sobre el nazismo, cuando la escritora sufrió el «flechazo», dice, con la protagonista de su libro, «Annette, una epopeya»: «En mitad del debate se levantó una señora de 94 años del público y dijo: “Yo misma estuve en la Resistencia”». Reconoce Weber que sintió la necesidad de hablar sobre ella. «Me fascinaba todo, su actitud, su vivacidad...». Se lanzó a contar su historia, aunque cuando Beaumanoir leyó el texto dijo que no se reconocía en esas líneas: «Primero me quedé desconcertada porque no me había inventado nada. Los datos y los hechos eran la base de todo, pero pronto comprendí que era normal que no se viera, pues era mi mirada sobre ella, que ya había firmado una autobiografía, y era necesaria esa brecha entre los dos mundos. Empezando por el hecho de que no se ve como una heroína».
De hecho, Beaumanoir, todavía viva a sus 98 y «muy bien», en palabras de Weber, «nunca utilizó la palabra “héroe” o “heroína” y en la edición alemana solo aparece en el título. Es un término difícil para ella porque fue muy dañado durante el siglo XX por el culto a los héroes del fascismo y de la URSS. Sin embargo, para mí lo es por haber salvado a niños durante la guerra», asegura la autora. Consciente de esa aura especial, el volumen, que fue nombrado Libro del Año en Alemania y que en España edita ADN, está escrito en verso libre «porque no me gustaba la idea de hacer una novela y contar todo de manera ficcionada e inventarme diálogos. Soy escritora, no biógrafa, y me acordé de esa antiquísima forma de contar las vidas de los héroes, que siempre eran hombres, y, así, le daba ritmo a su vida».
Una vida que se fue introduciendo poco a poco en esa oposición al nazismo antes de cumplir los 20. «Comenzó con pequeñas misiones, hacía de correo, fue conociendo a más compañeros y le fueron dando tareas más importantes hasta que acabó metida por completo». Pero todo eso le sabía a poco. Beaumanoir necesitaba más acción, o más justicia, por lo que terminó por saltarse las estrictas leyes del grupo. Hizo resistencia a la Resistencia. «Había unas normas inquebrantables», recuerda Weber. «No se podían tomar decisiones personales para no poner en peligro al resto, pero nuestra protagonista no se pudo controlar. Se enteró del refugio de una familia judía y quiso ayudarles. Tomó el deber de salvar a los niños y así lo hizo», aunque aquello levantase ampollas entre sus superiores. «Annette» fue enviada por la organización a Lyon y allí la dejarían aparcada hasta su olvido, hasta que ya no le pidieron más trabajos, junto a su amante, Roland, que, puntualiza la autora, «no tardaría mucho en morir».
Antes de este movimiento forzado, Beaumanoir tenía contacto con sus padres; luego se quedó sola «en medio de una experiencia que la marcó muchísimo». Se desvinculó por completo de toda su vida anterior y no había nadie que conociera su mundo real. «La identidad de una chica de 20 años había pasado al olvido a ojos de la sociedad», continúa.
La Segunda Guerra Mundial terminó y la joven rehízo su vida hasta que estalló la de Argelia en 1954, donde volvería a la clandestinidad, aunque esta vez frente a su nación. En el 59 sería apresada y condenada a diez años de prisión por un tribunal militar, pero «solo cumplió seis en la cárcel de Marsella porque pudo huir de una forma muy “hollywoodisense”»: se quedó embaraza y para dar a la luz le permitieron un arresto domiciliario en casa que aprovechó para llegar a Argelia a través de Suiza, primero, y Túnez, después.
Para 1962 ya formaba parte del primer gobierno independiente bajo las órdenes de Ben Bella, concretamente, del Ministerio de Sanidad. Aunque de nuevo se vio obligada a escapar tras un golpe de Estado, y, ya sí, optó por una vida algo más relajada que le permitiera estar cerca de sus hijos. Para ello se instaló en Ginebra, Suiza, al lado de la frontera con Francia para poder trazar visitas rápidas y furtivas.
  • «Annette, una epopeya» (ADN), de Anne Weber, 192 páginas, 18 euros.