“Harto de ajos”, “corazón de mantequillas”, “silo de bellaquerías” y los mejores insultos de “El Quijote”
En la novela de Cervantes, el caballero dedica, especialmente a Sancho Panza, largas y ocurrentes retahílas de insultos
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El insulto o improperio forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. Todos los utilizamos varias veces al día, aunque no todo el mundo lo hace con el mismo estilo. Don Quijote, como todo ser mundano, insultaba mucho y lo hacía muy bien. Toda la impericia que Cervantes le otorgaba para cualquier cuestión cotidiana no la escatimaba a la hora de ofender. Y la mayor parte de las veces el blanco de sus iras no eran los gigantes o los magos o los malandrines y señores del camino, sino su propio compañero de fatigas. Con Sancho descargaba sus iras con gran maestría: “harto de ajos”, “descompuesto”, “murmurador” y “almario de embustes”, “corazón de mantequillas”, “ánimo de ratón casero” son solo algunos de los más bellos ejemplos de sus dardos.
En la primera parte de “Don Quijote de la Mancha”, en el capítulo 46, Quijote ordena a Sancho que ensille a Rocinante para que ambos acompañen a la reina Micomicona y su escudero se niega. Quijote exclama: “¡Oh bellaco villano, malmirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¿Tales palabras has osado decir en mi presencia y en la de estas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación? ¡Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas! ¡Vete, no parezcas delante de mí, so pena de mi ira!”.
Como recoge en su estudio Jesús M. Unsunáriz, “Un análisis de los insultos en el Quijote desde la historia social del lenguaje”, el caballero de la Triste figura tiene frecuentes arranques de ira contra su compañero del camino. Cuando Sancho, rompiendo con el protocolo de la obediencia, exige a su amo que se olvide de Dulcinea y opte por casarse con Dorotea, o mejor, la reina Micomicona, que le promete reinos y gobiernos, Quijote estalla: “¿Pensáis —le dijo a cabo de rato—, villano ruin, que ha de haber lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura y que todo ha de ser errar vos y perdonaros yo? Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin duda lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. ¿Y no sabéis vos, gañán, faquín, belitre que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua viperina, ¿y quién pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a este gigante y héchoos a vos marqués, que todo esto doy ya por hecho y por cosa pasada en cosa juzgada, si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!”.
Según el estudio de Unsunáriz, la variedad de improperios es grande y puede incluso clasificarse por su objeto. Los hay que afectan a su inteligencia: “necio” (Libro I, 25, 31), “de ingenio boto” (I, 25), “majadero” (I, 30), “simple” (I, 31), “loco” (I, 37), “mentecato” (I, 37; II, 43). “ignorante” (I, 46; II, 43, 66), “infacundo” (I, 46), “prevaricador del buen lenguaje” (Libro II, 19), “pan mal cocido” (II, 28), “bestia” (II, 28, 62), “asno eres y asno has de ser y en asno has de parar”9 (II, 28), “tonto” (II, 31, 32, 34, 41, 58), “bobo” (II, 32). A su aspecto físico: “monstruo de naturaleza” (I, 46); “glotón” (II, 20, 66); “vestiglo” (II, 28), “tragón” (II, 62). A su condición social10: “villano ruin”, “villano”, “grosero villano” (I, 20, 30, 46; II, 20, 31), “villano harto de ajos” (II, 35), “porro” (II, 42). Y, en general, a su comportamiento con él y con quienes le rodean: “grande hablador” (I, 25), “deslenguado” (I, 46), “murmurador” (I, 46), “maldiciente” (I, 46), “depositario de mentiras”, “almario de embustes”, “silo de bellaquerías”, “inventor de maldades” (I, 46), “mentiroso” (I, 37) “mayor bellacuelo que hay en España” (I, 37), “ladrón” (I, 37; II, 41), “vagamundo” (I, 37), “atrevido” (I, 46), “traidor” (II, 17, 62), “bergante” (II, 17), “maldito” (II, 17), “prevaricador de las ordenanzas escuderiles” (II, 28), “malandrín” (II, 28), “follón” (II, 28), “cobarde” (II, 31, 41), “animal descorazonado”.
Sancho apenas contraataca, pero sí lo hace en dos ocasiones. En la conversación que Sancho mantiene con el escudero del caballero del Bosque le dice en confianza: “podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío. [A lo que responde el escudero del Bosque] Tonto, pero valiente, —respondió el del Bosque—, y más bellaco que tonto y que valiente. [Y responde Sancho:] Eso no es el mío —respondió Sancho—: digo, que no tiene nada de bella-co; antes tiene una alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos (II, 13)”. Más adelante, cuando don Quijote narra a Sancho las apasionadas propuestas amorosas que le había dirigido la bella Altisidora en el palacio de los duques, y que fueron rechazadas por su firme amor hacia Dulcinea, Sancho se mostrará, con tono cómplice y travieso, entre sorprendido y maravillado: “¡Crueldad notoria! —dijo Sancho—. ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de mi sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya. ¡Hideputa y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa! Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced!” (II, 58).