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Libros con Historia

"Antisemitismo", anatomía de la palabra (y el prejuicio) más antigua del mundo

El historiador Mark Mazower recorre las mutaciones semánticas, políticas y morales de uno de los términos más polémicos y que ahora está en plena controversia

La lápida de Simone Veil, ministra con Giscard d'Estaing, y que sufrió el horror de vivir encerrada en un campo de concentración, ha aparecido pintada con esvásticas en un cementerio francés
La lápida de Simone Veil, ministra con Giscard d'Estaing, y que sufrió el horror de vivir encerrada en un campo de concentración, ha aparecido pintada con esvásticas en un cementerio francéslarazon

Cuando un historiador como Mark Mazower decide abordar un término tan sobrecargado, y a menudo instrumentalizado, como «antisemitismo», cabe esperar un tratamiento histórico riguroso, además de una sensibilidad especial para con los contextos ideológicos y políticos en que tal palabra ha operado. Y eso es exactamente lo que ofrece «Sobre el antisemitismo» (traducción de Gonzalo García), un ensayo incisivo y deliberadamente matizado que escapa de los lugares comunes para interrogar la evolución –y posible disolución– de un concepto central en la historia política y moral del siglo XX y, por supuesto, del XXI. Evitando tanto la complacencia como la condena automática, el autor invita a pensar en qué se ha convertido el antisemitismo –y qué se ha hecho con él– en un mundo que ya no se parece al de los pogromos ni al de Auschwitz, pero que sigue operando con sus espectros.

No en vano, cierto fanatismo ideológico en la actual Europa aún condena a los judíos como un pueblo al que atacar y denigrar. Pero pensemos en cualquier asunto relacionado con –por decirlo con el subtítulo de un libro reciente– las «contribuciones de los judíos al mundo moderno», echando un vistazo simplemente a su índice. Y encontraremos de todo: reflexiones terminológicas, asuntos de ciencia, literatura, filosofía, economía, internet, moda, deportes, cine, televisión, música, arte, periodismo, justicia, política... Este era uno de los grandes méritos del trabajo de Diego Moldes «Cuando Einstein encontró a Kafka» (editorial Galaxia Gutenberg), en el que justamente se desgranaba hasta el léxico que empleamos en este terreno. El autor aclaraba que «semita» califica a los pueblos y lenguas semíticas, por lo que estarían dentro también árabes, hebreos, arameos, fenicios, acadios y otras lenguas, así que habría que hablar, más que de «antisemita», de «judeofobia» o incluso de «antijudaísmo».

Porque este era el objetivo del libro de Moldes: luchar contra el prejuicio hacia el judío «en este incierto siglo XXI, producto de los nuevos-viejos totalitarismos, el neofascismo y el neonazismo, que, de nuevo, condenan al pueblo hebreo por ser simplemente un pueblo inteligente, esforzado y trabajador».

Imaginario colectivo

Así las cosas, en «Cuando Einstein encontró a Kafka», el escritor gallego, apoyándose al comienzo en un ensayo de Sartre de 1946, abordaba las falacias que han sufrido los judíos en campos o actitudes en las que se han generalizado una serie de ataques repetitivos que no han recibido otras religiones y que forman parte del imaginario colectivo. Algo parecido, sostenía, a lo que ocurre con respecto a la islamofobia, el «odio al moro», en España. Y siempre el mismo pez comiéndose la cola: «Al antisemita no sólo le importa un bledo que un hombre o una mujer judíos sean inteligentes y trabajadores, antes bien, lo convierte en una característica más para sus intereses antisemitas», lo cual genera acusaciones de usura o egoísmo, que según el autor son ascendentes en todo el mundo.

Con este precedente que iba sobre asuntos terminológicos podemos abordar el trabajo de Mazower con unas premisas básicas, en cuanto a la bibliografía reciente, que nos hace comprender que este libro no es tanto la acumulación de datos –aunque no faltan– como el diagnóstico crítico de cómo se ha desfigurado, desplazado y reformulado el término «antisemitismo»; tal cosa ha sucedido desde su mismo origen, como categoría que nombraba una opresión sistemática, hasta su uso actual como arma arrojadiza en debates que poco tienen que ver con la vieja judeofobia europea. En este sentido, Mazower no cae en la trampa de negar la persistencia del odio antijudío, pero sí interroga con claridad qué intereses se movilizan cuando se denuncia el antisemitismo en ciertos contextos y no en otros.

El escritor estadounidense, que publica artículos sobre relaciones internacionales en «The Financial Times» y es profesor de Historia en la Universidad de Columbia, recuerda que durante siglos el antisemitismo fue parte estructural del discurso político conservador, reaccionario y nacionalista, todo lo cual culminó en la solución final del Tercer Reich. Sin embargo, advierte que hoy se produce una inversión paradójica: muchos gobiernos occidentales–y sus medios de confianza– invocan la lucha contra el antisemitismo no tanto para proteger a una minoría vulnerable, sino para blindar políticamente a un Estado (Israel) que actúa con poder militar y hegemonía regional, en buena medida garantizados por Estados Unidos. Este desplazamiento, sostiene Mazower, oscurece la realidad: mientras se amplifica el riesgo de antisemitismo se invisibilizan otras formas de racismo o exclusión –como el antigitanismo, la islamofobia, el racismo estructural contra los afrodescendientes o la hostilidad contra refugiados– que afectan a grupos objetivamente más vulnerables en muchas democracias contemporáneas.

Los matices históricos

Asimismo, el libro resulta interesante en tanto que insiste en los matices históricos. Mazower reconstruye las discusiones entre judíos asimilados y sionistas en los albores del siglo XX; muestra cómo, incluso dentro de la comunidad judía, el sionismo fue recibido con recelo por aquellos que temían que reforzara la idea de extranjería; y también cómo sectores afroamericanos comenzaron a impacientarse, ya a mediados del siglo pasado, con un judaísmo institucional que reaccionaba frente a los pogromos rusos pero guardaba silencio ante la violencia racial en el sur de Estados Unidos. Estas tensiones internas no se presentan como evidencia de culpa, sino como recordatorio de la complejidad histórica y política del concepto.

Como apuntábamos, el enfoque de Mazower no es ni polémico ni complaciente. Observa con escepticismo la sobreactuación retórica de ciertos organismos estatales que, con rapidez inusitada, legislan y actúan contra el antisemitismo en todas sus formas, mientras ignoran otras formas de discriminación sistemática. Denuncia, con igual claridad, los abusos semánticos por parte de sectores en Occidente que cometen el error de califican como antisemita cualquier crítica a la política del Estado de Israel, por moderada o razonada que sea, lo que hace un flaco favor a la hora de eliminar este prejuicio y atajar el problema cuando realmente surge. Señala también que esa estrategia tiene un efecto bumerán: al banalizar el término «antisemitismo» se corre el riesgo de que pierda su eficacia allí donde verdaderamente debería operar como advertencia y que debería llamarnos la atención para prevenir lo que ha ocurrido en otros momentos en el pasado.

Hay, sin duda, una tesis central que vertebra el libro: que el antisemitismo ha pasado de ser una descripción de la opresión de una minoría sin poder a convertirse, a menudo, en un concepto utilizado para justificar políticas de Estado frente a otra minoría que clama por derechos.

Mazower lo resume con una imagen poderosa: el término se ha convertido en una sala de espejos donde es difícil saber qué se está viendo, y con qué intereses. Por eso, el valor del libro reside precisamente en esa voluntad de no ofrecer una respuesta definitiva, sino de mostrar cómo el término ha sido moldeado por sus contextos de uso.

Consecuencias muy reales

Mazower sabe que una palabra no puede cargarse indefinidamente de significados sin que pierda sentido. Pero también que esa pérdida de sentido tiene consecuencias políticas muy reales: se trata de combatir un prejuicio, y de entender qué se gana –y qué se evita– cuando se invoca ese prejuicio como categoría explicativa de todo lo que ocurre. En suma, con un estilo sobrio, sin apelaciones moralistas ni exhibiciones emocionales, el autor ofrece un ensayo político que evita caer en el cinismo tanto como en la ingenuidad. Y, al hacerlo, plantea al lector una pregunta incómoda pero necesaria: ¿qué queremos decir hoy cuando hablamos de antisemitismo? Y, sobre todo, ¿a quién sirve esa definición?

  • Lo mejor: Su claridad para abordar un tema cargado de pasiones sin caer nunca en el reduccionismo
  • Lo peor: Puede parecer más preocupado por las derivas semánticas que por sus manifestaciones más crudas