H. P. Lovecraft: sus terribles sueños de terror cósmico
Un libro da testimonio del origen onírico de algunos de los relatos más célebres del maestro del horror a través de las cartas donde recogía sus pesadillas
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Solo tenía seis o siete años cuando una pesadilla recurrente le atormentaba noche tras noche: «Es en sueños donde me he sentido verdaderamente apresado por un miedo en estado puro, repulsivo, enloquecedor y paralizador», confesaba H. P. Lovecraft en una de sus miles de cartas muchos años después. El gran maestro del horror literario reconocía que ese material onírico era una fuente de su inspiración. «Es sin duda de ellos de donde deriva la parte más oscura y horripilante de mi imaginación narrativa. Entre los tres y los ocho años me vi arrastrado por unos abismos sin forma de noche infinita», escribía en una de sus misivas, recogidas ahora temáticamente, en el segundo volumen de la correspondencia escogida del escritor estadounidense que aparece en España. En «Cartas II. Diarios de sueños» (Aristas Martínez), Javier Calvo edita y traduce las cartas en las que el padre del terror cósmico consignaba sus pesadillas como el germen de su actividad literaria. ¿Qué le quitaba el sueño al experto en desvelarnos?
Esa es la pregunta medular que Calvo se hace en el prólogo a la edición, que recoge hasta 21 sueños (todos los que han sobrevivido transcritos hasta hoy) que el escritor de Providence (EE UU) no consideraba «de valor literario en sí mismos» en ausencia de una trama, como él mismo defendía en el primer volumen de cartas. Sin embargo, para su editor y estudioso no solo dan la forma a su universo narrativo, sino que «son la base de su proyecto como escritor». «Los sueños aquí recogidos son todos historias de terror cósmico, exactamente como definía Lovecraft el género. ¡Incluyendo el sueño que tuvo a los seis años! En términos de estructura, es asombroso ver cómo todos esos sueños, también los más fragmentarios y carentes de forma, reproducen los argumentos y procesos que conocemos gracias al canon lovecraftiano», explica Calvo. Y es que, incluso muchos años después, el escritor recogía el mencionado sueño de infancia de esta manera: «Una raza monstruosa de criaturas (que yo denominaba “descarnados de la noche”; no sé de dónde saqué el nombre) me agarraba del vientre (¿problemas digestivos?) y se me llevaba a través de incontables leguas de aire, sobrevolando una ciudades muertas y espantosas». Porque, como atestigua Calvo de las propias preferencias de Lovecraft sobre el estilo literario, el terror cósmico se define mejor en los casos en que «el narrador o figura central se mantiene (como en los sueños) en gran medida pasivo y presencia o experimenta un torrente de acontecimientos grotescos que puede darse el caso de que le pasen al lado, se limiten a tocarlo o bien se lo traguen del todo».
Así, en los «descarnados de la noche», seres emergidos de las sombras con alas de murciélago y tentáculos fríos que surgen de las paredes o el suelo, agarran al protagonista y tiran de él hacia abismos envueltos en un aire húmedo y sepulcral. En estos relatos, alienados y sustentados en el vacío, como así lo permiten la ausencia de trama ni la necesidad de la menor coherencia, las descripciones de Lovecraft se vuelven protagonistas y horrorizan y fascinan por igual. Como describe Calvo, el inventario de estos sueños alude a los temas primordiales del universo del padre del terror cósmico: hay sueños sobre ciudades misteriosas en una realidad misteriosa, cosas indefinibles caídas del espacio, seres con tentáculos, científicos que desafían a la muerte, catacumbas y artefactos misteriosos y hasta posesiones de cuerpos... todos temas medulares de su escritura que conducen a la pregunta inevitable: ¿fueron los sueños el motor de la literatura o bien su obsesión son estos temas le conducía a sufrir pesadillas con ello? «Para mí, la respuesta está clara –escribe Calvo–. Los sueños de este “Diario” no se parecen a la literatura “pulp” de la era de Lovecraft. No se parecen a ningún terror cósmico que ya existiera antes de él por la sencilla razón de que antes de Lovecraft no existía eso que llamamos el terror cósmico». La visión, la imagen tomada de ese estado de inconsciencia es la que, para Calvo, aporta el brillo único del que carecen otros autores a las narraciones del padre del terror cósmico. «Es como la batería de la que extraen su energía los textos. Y en los sueños las visiones no solo están presentes, sino que ocupan el primer plano sin nada que lo dispute».
De la intensidad de esos sueños da cuenta el propio escritor en sus cartas: «Cuántas veces me he despertado chillando de pánico y he luchado a la desesperada para evitar hundirme otra vez en el letargo y sus horrores indescriptibles». Como la viva imagen del sueño de la razón que produce monstruos, Lovecraft se describe a sí mismo como un personaje en un relato, de forma que el juego metaliterario de su estilo narrativo y de su realidad cotidiana se mezclan y, de esa forma, como explica el autor de la edición, podemos asistir a estos sueños trascritos como si se tratase en realidad de un nuevo volumen de relatos en sentido estricto. «Así es como veo yo este libro y como me gustaría, idealmente, que lo vieran los lectores. Por descabellado que parezca, quería que se pudiera leer como un “libro nuevo de relatos” de Lovecraft con historias nacidas de su imaginación genuina y sin injerencias externas», explica Calvo, que ha decidido reunir las diferentes versiones de los sueños que el autor consignaba en sus cartas tratando de dar la versión más completa de algunos de ellos, pues le asaltaban de forma recurrente. La mayor parte de estos textos «solo han visto la luz en un par de ediciones pequeñas que no ha leído prácticamente nadie». Otra cosa es que, de acuerdo con las ideas sobre la narración del padre de Cthulhu, que gustaba de un estilo clásico narrativo como buen hijo del siglo XIX que era, no habrían pasado nunca el filtro de su exigencia literaria, pero hoy en día, para un lector más activo y acostumbrado a estilos de relato fragmentarios (que estos sueños no son en absoluto) pueden leerse sin resultar deslavazados o incompletos. Son escenas, inquietantes, sobrenaturales y amenazadoras que condensan la materia viscosa y desconocida de sus mejores creaciones en prosa.
El volumen regala una propina a la que llegamos a través de una transición a partir del último sueño que se conserva en las misivas de Lovecraft: «La aldea de los gatos negros». «Mi sueño de la aldea de los gatos negros es apenas un fragmento. Estaba tallada en piedra y aferrada a un precipicio, como alguna de las poblaciones que dibuja Sime para los relatos de Dunsany. Existen pueblos así en España», escribe Lovecraft, que nunca pisó nuestro país, pero sí estaba interesado en la huella española en América. Ese último relato da pie a las cartas de «Las fabulosas aventuras de la Fraternidad Kappa Alpha Tau», (K. A. T. en sus siglas en un juego con la palabra “cat”, gato en inglés) una especie de sociedad secreta que se formó en el patio trasero de la vivienda a la que Lovecraft se mudó con su tía Annie ante sus penurias económicas. Los gatos callejeros que atestaban esa zona fueron la gran compañía del escritor durante sus últimos cuatro años de vida. Les asignó nombres y rangos dentro de su propia organización gatuna. Lovecraft iba informando a sus amigos por correspondencia de las vicisitudes de su clan felino, al que fue dando forma con organigrama humano y sus mascotas, a los que incorporaba. Como reconoce Javier Calvo, esta afición es la prueba de «la soledad extrema de Lovecraft y el testimonio de que siempre fue un niño grande, atrapado en un aislamiento vital no del todo elegido y terriblemente necesitado de afecto. El Lovecraft de estas cartas hace reír y conmueve, y a ratos cuesta identificarlo como el misántropo altivo, lleno de prejuicios y fealdades que conocemos».
La deuda de los grandes del cine fantástico y de terror a lo largo de las décadas es indiscutible. Muchos de los mejores directores pagan a Lovecraft un indiscutible tributo en sus películas, pero muchos han intentado llevar a cabo una adaptación y, tras los anuncios y la expresión del deseo, los proyectos se quedan en nada. Recurrente es el caso de Guillermo del Toro y su proyecto para adaptar «En las montañas de la locura» que fue cancelado. Los intentos con «La llamada de Cthulhu» han sido todos de perfil bajo o infructuosos. Sin embargo, una nueva esperanza aparece en el horizonte de la mano de James Wan (director de «Saw», «Insidious» y «Expediente Warren»), fanático confeso de Lovecraft y que, según él mismo ha revelado, estaría arrancando un proyecto sobre el gran relato del maestro del terror de la mano del grupo Stars-Hana. Ojalá se haga realidad.