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Entrevista
Luis Alberto de Cuenca: «Mi mayor logro consiste en que la poesía accesible sea considerada artística»
El último Reina Sofía de Poesía y ex secretario general de Cultura aspira hoy a ser elegido miembro de de la RAE para la vacante silla «o»

El poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) aspira hoy a ocupar la silla «o» –la de la disyuntiva– de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), vacante desde el fallecimiento del arquitecto Antonio Fernández de Alba el 7 de mayo de 2024. Por la tarde, se llevará a cabo la votación en la Academia entre las dos candidaturas presentadas y defendidas hace justo una semana: la del propio Premio Nacional de Poesía 2015 y la del también arquitecto Luis Fernández-Galiano Ruiz. A partir de su elección, uno u otro tomará posesión leyendo un discurso en junta pública en el plazo improrrogable de dos años.
Hace justo medio siglo, el 25 de junio de 1975, tomó posesión como académico de la RAE Miguel Delibes. Contaba el novelista vallisoletano que al principio andaba algo perdido, sin saber qué aportar, hasta que cayó en la cuenta de los escasos conocimientos de las aves, y del mundo rural en general, de los académicos. Entonces, Delibes se dedicó a introducir y afinar términos de ese campo, su campo. Usted, que tiene un pie en la alta cultura y otro en la cultura pop, ¿qué podría aportar a la Academia?
En general soy una persona polifacética: en ese sentido no estaría especializado en un determinado campo o terreno muy delimitado, sino que podría opinar de muchos de los campos léxicos que hay porque no me son ajenos. He estudiado mucha literatura universal y de ahí sale el lenguaje más rico evidentemente, que es el literario. Aportaría todos mis conocimientos, todo mi esfuerzo por enterarme de las cosas, mi curiosidad infatigable...
Por seguir con la lengua, con el lenguaje, usted que trabaja en el taller de las palabras, ¿qué le parece el uso del lenguaje inclusivo?
No lo he utilizado jamás porque no me sale de las narices y porque además no es necesario. Hay una frase especialmente desagradable en todo esto que utilizan los partidarios –o las partidarias (bromea)– del lenguaje inclusivo, incluido profesores –y profesoras– de universidad: «Lo que no se nombra no existe». ¡¿Cómo no va a existir si se pacta, como se ha pactado en el castellano desde sus orígenes, que lo masculino en plural engloba a lo femenino y a lo masculino?!
¿Pero cree que normativa o académicamente acabarán imponiéndonoslo?
Pues no sé, chico, si acabamos perdiendo la batalla habrá que asumirlo. Yo ya la verdad es que no me queda mucho tiempo de vida y voy a acabarla sin utilizar en absoluto el lenguaje inclusivo.
Recientemente, se le concedió el Premio Reina Sofía de Poesía. Otra distinción más que suma en su disciplina predilecta. No sé si para alguien que escribe poemas «tan asequibles» como los suyos –y aunque suene un poco a tópico– a lo que aspira fundamentalmente es a ser leído...
Mi mayor premio consiste en que esa poesía accesible sea considerada como una poesía tan artística como la no accesible, o incluso más aconsejable, puesto que es más útil que otra que significa solo una especie de relación solipsista con uno mismo. En cambio, este tipo de poesía que puede encarnar la opinión de muchos, de algún modo representa a la mayoría. Realmente, lo que intentan mis versos es decir lo que la gente piensa, lo que pasa es que lo digo con un bagaje de lecturas bastante gordo y, qué sé yo, con la experiencia de codearme con poetas de todos los siglos: desde los griegos hasta ahora. Eso enriquece la sencillez, la aparente sencillez; pero tiene varias lecturas mi poesía: una es la que puede uno no tener ni puta idea de nada y disfrutar de ella porque habla de sentimientos y emociones de las que participa todo el mundo, pero luego hay otra lectura, como está muy trufada de elementos culturales, literales o no, más profunda.
Su último libro de poemas se titula «Ala de cisne»(Visor): ¿es un homenaje por el sesquicentenario de la muerte del cuentista danés Hans Christian Andersen?
Sí, solamente se llama así por Andersen, pero no por su centenario, porque nunca actúo por ellos. Mi mujer Alicia leyó cuando niña los cuentos de Andersen con gran asombro y siempre habla de ellos constantemente. Pero luego, el cisne de la portada tiene esas otras lecturas adyacentes, lo que hace que la literatura y la poesía tengan un lenguaje de matices, un lenguaje connotativo, de cosas que se pueden sacar, que las encuentre un lector y otro no. La connotatividad significa que ese cisne de la portada es Andersen, pero que también sea una concha que encontró en la playa mi mujer con forma de ala de cisne, y además un símbolo del modernismo que cierto vanguardismo del momento de primeros de siglo XX utilizó para acabar con él, porque el cisne era el símbolo de Rubén Darío y de los grandes modernistas.
Se acaba de inaugurar en Barbastro una exposición que le homenajea, y que se llama «Poesía de cine», en la que su obra dialoga con el séptimo arte. ¿Qué hay de su relación con la gran pantalla?
Yo no soy un cinéfilo al estilo Eduardo Torres-Dulce o José Luis Garci (amigos y compañeros de tertulia en el podcast «Cowboys de medianoche»), quienes analizan todo el cine; a mí lo que me gustan son mis películas, las defiendo a muerte, y sin esas mis películas no hubiera escrito nada: el cine es importantísimo en mi obra. Pero no el cine en general, sino el cine que yo he adoptado como gemelo o hermano fraterno de mi escritura. Mi obra poética y el cine se relacionan muchísimo.
Lo que sí es seguro es que es bibliófilo. Y ahora que empieza la Feria del Libro de Madrid, quiero preguntarle, a usted que es madrileño y del año 50, cómo cree que ha evolucionado esta hasta ser lo que es hoy.
Creo que con Eva Orúe, que es la actual directora de la Feria del Libro y amiga mía, se ha serenado todo esto de la fiebre por los «youtubers» y toda esa corriente; existe porque no hay más remedio que atender a lo que está ocurriendo en el mundo. Es inevitable. Al mismo tiempo, Eva ha demostrado tener mucho rigor e interés por los libros en el buen sentido. Yo empecé a firmar libros en el año 75, y recuerdo la ilusión que me hacía: entonces era maravilloso, no había todo el jaleo que hay ahora, se podía uno sentar fuera, enfrente de la caseta. Era divino; tengo fotos yo de todo eso. Ahora todo es diferente.
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