Fotografía

Madonna, de Cenicienta a reina del pop

En 1983, Richard Corman retrató a la artista, cuya carrera aún estaba por despegar, en su piso de Nueva York. Treinta años después, y tras recuperar las instantáneas que creía perdidas, el fotógrafo publica un libro con esas imágenes inéditas.

En esa sesión de fotos no hubo estilista ni ayudantes, sólo la artista y el fotógrafo estaban presentes
En esa sesión de fotos no hubo estilista ni ayudantes, sólo la artista y el fotógrafo estaban presenteslarazon

En 1983, Richard Corman retrató a la artista, cuya carrera aún estaba por despegar, en su piso de Nueva York. Treinta años después, y tras recuperar las instantáneas que creía perdidas, el fotógrafo publica un libro con esas imágenes inéditas.

Era la primavera de 1983 y Martin Scorsese comenzaba a poner en marcha «La última tentación de Cristo», que se estrenaría finalmente cinco años más tarde. Cis Corman, a cargo del casting, estuvo presente en la audición de una rubia de 25 años que optaba al papel de María Magdalena. Corman no la aceptó para esa película, pero poco después la propuso como protagonista de una versión de Cenicienta, llamada «Cindyrella», y le pidió a su hijo, Richard, que entonces comenzaba su carrera como retratista, que le hiciera unas fotos para enviar al estudio en Hollywood. «Las necesito hoy, de inmediato», le dijo, y Richard salió corriendo al Lower East Side de Manhattan, con su cámara Pollaroid, en busca de la rubia. «Su presencia y carisma eran algo que no había visto nunca», recuerda hoy el fotógrafo de aquel encuentro. Unas semanas después, en julio, se publicó el álbum que le daría nombre a aquella joven cenicienta: Madonna.

66 instantáneas

Ese primer disco vendió más de diez millones de copias y disparó a la cantante a la fama, mientras que la película, en cambio, nunca se realizó (a pesar de que estaban elegidos para protagonizarla desde Aretha Franklin, pasando por Sting y Prince, hasta Michael Jackson). Treinta y tres años más tarde, Richard Corman encontró las 66 instantáneas de esa sesión, que había olvidado por completo y que nunca antes se han visto, y ahora las ha publicado en un libro, «Madonna 66». «Hace poco menos de un año estaba organizando un gran depósito que tengo, donde guardo el archivo de mi trabajo, y en el fondo más recóndito encontré una cajita sin etiqueta. La abrí y allí estaban. Me quedé sin aire al verlas, sobre todo porque me recordaron a aquel proyecto de “Cindyrella”», explica Corman. En las imágenes, Madonna, vestida de cenicienta moderna, con escoba en mano, luce unos vaqueros rotos y está descalza. Las cejas gruesas, el mítico lunar y la mirada seductora son casi iguales a los de ahora, aunque por entonces apenas era conocida en su barrio por su característico estilo.

–¿Cuál fue su impresión al conocer a Madonna?

–Una de las primeras cosas que le pregunté fue por sus metas, por su futuro. Ella me miró fijamente y me dijo: «Quiero dominar el mundo». Y le creí. Nada en Madonna parecía planificado, sino natural, franco y visceral. Tenía una confianza en sí misma y un estilo únicos, era muy «cool». Mi madre, que tenía buen gusto (eligió a Robert de Niro para «Toro salvaje», por ejemplo), ya me había dicho que era «una original» y que debía conocerla. Tenía razón.

–¿Cómo fue la sesión?

–Estábamos en su piso y no había nadie más allí con nosotros. Sólo mi cámara y su carisma. Debes tener en cuenta que en ese entonces yo trabajaba para Richard Avedon y en su estudio fotografiábamos, cada semana, portadas de revistas y campañas publicitarias con todas las celebridades del universo. Sin embargo, cuando vi a Madonna fue impactante. Pensé: «¿Qué clase de criatura es ésta?» Tenía algo que no se puede etiquetar, pero muy poderoso. A la vez, era una persona accesible. Yo tomaba las instantáneas y las iba tirando al suelo. Caminábamos de una habitación a otra, siempre tomando fotos, y luego subimos al techo de su edificio, donde se cambió de ropa. De hecho, con ella me sentí como un «voyeur» porque, aunque estábamos trabajando juntos, yo realmente la estaba siguiendo, estaba hipnotizado por ella.

–No es el primer libro de Madonna que publica...

–Ese año la fotografié unas cinco o seis veces y recientemente saqué un libro con imágenes de esa época, justo antes de que su primer álbum la volviera famosa. Después de eso, despegó su carrera y no volví a verla nunca más. Pero cuando encontré estas imágenes, Nick Groarke, el editor del libro, vino desde Londres a verme y me dijo: «Tenemos que hacer algo con ellas». Adoro a Madonna por lo que representa, pero no soy su «groupie», y en el momento pensé que no quería publicar otro libro sobre ella. Sin embargo, me gustó la visión de Nick. Se trata de una edición bastante limitada que estamos vendiendo desde su propia página web (www.madonna66. com). Haremos también una exposición, que con suerte viajará por el mundo, para que se puedan contemplar las instantáneas originales, que son muy delicadas.

–Aún vive en Nueva York, ¿qué diferencias ve entre la ciudad que conoció en los ochenta y la de ahora?

–Ha cambiado mucho, pero la energía creativa es la misma. Me gusta pensar que Nueva York es mi carnaval de creatividad y continúo retratando a jóvenes artistas todo el tiempo; es lo que me motiva y me mantiene fresco. Antes, la ciudad era más asequible: Madonna vivía en un gueto en el Lower East Side, donde parecía que hubiera caído una bomba. Hoy, todo está aburguesado y eso hace que sea más costoso vivir aquí. En aquel entonces, yo paseaba del piso de Madonna al estudio de Jean-Michel Basquiat, pasaba frente al estudio de Keith Spring y me cruzaba con Johnny Rotten en la acera. Hoy, sigo encontrando inspiración en las calles de Nueva York.

–Curiosamente, el estilo de Madonna en las instantáneas es tan retro como moderno y no muy distinto de como luce en algunos de sus más recientes vídeos...

–Incluso si las hubiera encontrado hace, por ejemplo, veinte años, no las habría hecho públicas jamás porque entonces no habrían sido tan relevantes como lo son hoy. Aunque Madonna, por supuesto, siempre ha estado en ojo del huracán, me resultan hoy más modernas que nunca: por cómo luce, su estilo podría ser el de cualquiera que te encuentras hoy en medio de la calle. La confianza en sí misma y la actitud un poco arrogante... lo ves en la generación más joven de ahora. Es algo que me ha abierto los ojos. De hecho, no siento que sea una restrospectiva de imágenes antiguas, sino que parece que las hubiera tomado ayer. Es justo lo que me gusta de ellas.

Corman estará en Londres jueves y viernes firmando copias de «Madonna 66». El libro ya está disponible en la página web y se puede enviar a cualquier país.

Aprendiz de Richard Avedon

Durante su larga trayectoria, Corman ha retratado a cientos de personajes, desde Robert de Niro y Al Pacino hasta Nelson Mandela, pero cuando su carrera estaba por despegar trabajó durante dos años para Richard Avedon, «una experiencia que me cambió la vida», asegura. «Me dijeron que en su estudio estaban buscando un asistente, así que corrí hasta allá. Era el final de la tarde y Dick me entrevistó en su baño, mientras se afeitaba, porque se estaba arreglando para ir al teatro», recuerda Corman, que lo admiraba desde que vio sus imágenes de moda en el Museo Metropolitano de Nueva York. «Le apasionaba la fotografía, pero era un amante del arte en general: iba al teatro con frecuencia y leía bastante. Pude conocerlo bien cuando viajé con él en coche por el oeste del país; pasábamos horas hablando de los personajes a quienes había retratado: Charlie Chaplin, Judy Garland, Andy Warhol...», dice Corman, que le acompañó mientras Avedon recopilaba las imágenes que luego formarían parte de su libro «In the American West», publicado en 1985. Uno de los artistas a los que su mentor plasmó fue Truman Capote, con quien en 1959 publicó el libro «Observations», en el que el escritor –que ese mismo año comenzó a escribir su mítica «A sangre fría»– comenta las imágenes. «Richard Avedon es un hombre con ojos talentosos», escribó de él. Más de 40 años después, David Miller, director del filme «Capote», le pidió a Corman que retrara a Phillip Seymour Hoffman, que lo interpretaba, de la misma manera en que lo hubiera hecho Avedon. «Nos fuimos a un estudio con una cámara de 20x25 cm (de gran formato). No es, por supuesto, una fotografía de Avedon, pero sí mi interpretación de su visión», explica. «Phillip Seymour Hoffman fue Capote desde que llegó hasta que se fue del estudio, con aquel modo de hablar tan agudo y un lenguaje corporal particular. Creó un personaje y, como me sucedió con Madonna, fui apenas un “voyeur”. En este caso, menos era más. Sólo tenía que seguirle», dice Corman, que recuerda ese posado como uno de los más icónicos de su carrera.