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Mejor Gerona que Girona

El Instituto Cervantes presenta un libro sobre las dudas más frecuentes del español.
larazon

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El Instituto Cervantes presenta un libro sobre las dudas más frecuentes del español.
Se escribe agua y hielo o agua e hielo?, y, si decimos «el agua», ¿es correcto decir «mucho agua»? Las croquetas, ¿las he freído o las he frito?. De un tiempo para acá, los líderes políticos utilizan con frecuencia expresiones como «los ciudadanos y las ciudadanas» y «los trabajadores y las trabajadoras», ¿es correcto referirse a ambos géneros o se trata de una manida estrategia política? Estas son algunas de las preguntas a las que responde el libro «Las 100 dudas más frecuentes del español» (Espasa), que presentaron ayer en el Instituto Cervantes Florentino Paredes, coordinador del tomo, y el director de la institución, Luis García Montero, junto con Ana Rosa Semprún, directora de Espasa.

¿Te atreves a hacer el text?
«Las 100 dudas más frecuentes del español» comienza por despejar la más básica de las preguntas: ¿Cuál es el nombre de la lengua: castellano o español? Según el país hispanohablante, o la zona de España, se prefiere una u otro. En Suramérica, excepto en Colombia y El Salvador, se utiliza castellano. Sin embargo, en México, Centroamérica y el Caribe es más común usar español. En los territorios bilingües de España, en cambio, se prefiere castellano. En todo caso, el libro afirma que «castellano y español son, pues, dos sinónimos en igualdad de condiciones. El “problema” del nombre de la lengua es en realidad una falsa polémica, que debe considerarse ya superada y que, en cualquier caso, habría que dejar fuera de la controversia política o el enfrentamiento social».

Solo sugerencias

«El idioma es un territorio vivo y sus verdaderos dueños son los hablantes, pues se trata de un patrimonio común», reconocía el director del Cervantes sobre la ortodoxia de la lengua a ambos lados del Atlántico: «Es tan legítimo el español que se habla en Guatemala como el de Valladolid o Andalucía», explicaba García Montero en referencia a que no debe preguntarse dónde se habla mejor, sino quién lo habla mejor, es decir, que el buen uso del idioma es individual. Por su parte, Paredes ha apuntando que «es imposible hablar de lenguas sin referirse a la sociedad que las usa». Así, se trata de un título que en ocasiones «solo hace sugerencias de lo que es preferible utilizar, sin dictar sentencia», como comentaba el autor. Es el caso del uso de expresiones como «los ciudadanos y las ciudadanas», que no son incorrectas, aunque no deben utilizarse si entorpecen la comunicación. El tomo apunta: «El empleo del masculino no es un uso discriminatorio, sino un recurso básico de economía lingüística».
Asimismo (y el correcto uso de esta espinosa expresión también se explica en el libro), Paredes y los otros dos autores, Salvador Álvaro y Luna Paredes, sugieren que en el caso de los nombres de lugares de las zonas bilingües de España se opte por el nombre en castellano cuando es esa la lengua en la que se está hablando o escribiendo. Así, mejor Gerona que Girona y Orense que Ourense. A partir de allí, el libro aborda cuestiones de pronunciación, ortografía, puntuación y abreviaturas, así como dudas sobre el género y el número (¿se dice el salvamanteles o el salvamantel?), sobre la construcción de las frases, los verbos y el significado de las palabras.

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