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Mentirosos y héroes: los hombres que conquistaron el Ártico

Cientos de aventureros han muerto en busca de los pasos del Noroeste y Nordeste, así como del elusivo Polo Norte. Un nuevo libro se basa en los diarios y cartas de los protagonistas para reconstruir 500 años de exploración polar

Robert Peary
Robert Pearylarazon

Cientos de aventureros han muerto en busca de los pasos del Noroeste y Nordeste, así como del elusivo Polo Norte. Un nuevo libro se basa en los diarios y cartas de los protagonistas para reconstruir 500 años de exploración polar

Para los espíritus aventureros John Franklin y Robert Peary son viejos conocidos, pero el entendimiento general de la conquista del Ártico –siempre dramática, a veces heroica– es bastante escaso. Eso, al menos, ha descubierto Javier Peláez tras años estudiando el tema y coleccionando los diarios de los intrépidos hombres que quisieron encontrar la gloria en los 90º N. Algunos de ellos han caído en el olvido por el simple paso del tiempo, pero una gran mayoría han estado a punto de desaparecer de la Historia por no relatar sus hazañas por escrito. Más allá del olvido de los protagonistas, una revisión de sus aventuras deja claro que el simple hecho de legar o no una nota, una carta o un diario de viaje tuvo consecuencias monumentales en los avances de la exploración del Ártico, sobre todo durante los primeros siglos.

Los monjes ermitaños irlandeses que seguramente merecen ser llamados los primeros en llegar a Islandia, por ejemplo, no dejaron registradas sus travesías. Tampoco lo hicieron los balleneros vascos «que hace más de mil años ya estaban pescando en latitudes increíbles, desde el mar Cantábrico hasta casi el mar Ártico. Pero esa gente no llevaba diarios ni dejaba nada por escrito; las pruebas que se tienen de su presencia allí son arqueológicas», explica Peláez. Para no caer en el mismo error, el escritor y periodista ha organizado en papel lo que primero fueron 15 capítulos de su podcast «Irreductible», en el que habla de expediciones, desde la conquista del espacio hasta la del Polo Norte.

«Una de las peores desdichas que le pueden suceder a un explorador que lo arriesga todo para descubrir algo nuevo no es morir en el intento, sino caer en el olvido o incluso ser acusado de mentiroso al conseguirlo», escribe Peláez en «500 años de frío» (Crítica). Piteas el griego padeció ambas. Geógrafo, matemático, astrónomo y marino, Piteas llegó a Gran Bretaña siglos antes de que los romanos se asomaran por allí y «fue el primer navegante documentado en adentrarse en el círculo polar».

Cuando regresó a Marsella, desde donde había partido, contó las maravillas que había visto –las auroras boreales, la oscuridad infinita, la gran barrera de hielo que en cierto punto no le permitió avanzar más– en «El mar», un relato de sus viajes que se quemó en el incendio de la biblioteca de Alejandría. Sus coetáneos, además, lo tildaron de mentiroso.

La calumnia y el fuego pudieron contra Piteas y las regiones que había explorado volvieron a considerarse tierra desconocida. «Llegó la Edad Media y el mundo hizo borrón y cuenta nueva en sus conocimientos (...). Volvíamos a estar rodeados por el vacío, por la ignorancia, por el miedo a lo desconocido», relata Peláez.

El desconocido descubridor de Norte América

Adelantamos mil años y llegamos a otro nombre si no desconocido mucho menos ilustre de lo que merece: John Cabot, el Colón de América del Norte. Cabot, nacido en Génova e hijo de un marino, llegó en 1497 –apenas cinco años después de que Colón avistara las falsas Indias– a las costas de la isla de Cabo Bretón, en Nueva Escocia, Canadá. La motivación de Cabot, como la de los españoles y los portugueses años atrás, era económica.

Su intención era encontrar una ruta hacia Oriente atravesando el Atlántico Norte, por lo que el suyo se considera el primer intento documentado de encontrar el famoso paso del Noroeste. Tras regresar victorioso a Bristol, desde donde había partido, y de hacer otros dos viajes hacia Norte América, la pista de Cabot se pierde. No se sabe exactamente dónde ni cuándo murió; a partir de 1499 a su nombre lo rodea el silencio.

Si a Piteas no le creyeron sus coetáneos las insólitas pero verdaderas historias que contó sobre los mares del norte, la Italia del siglo XVI resultó mucho más crédula. Los hermanos Nicolò y Antonio Zeno publicaron en 1558 un diario supuestamente escrito por un pariente suyo que alrededor de 1400 había navegado en nombre del rey Zichmini, supuesto monarca de una isla llamada Frislandia, por regiones desconocidas más allá de Islandia.

Junto al falso diario, los Zeno publicaron un mapa en el que combinaban lugares conocidos, como Noruega, con otros inventados, como Frislandia y el reino de Estatilandia. «Durante más de un siglo y medio docenas de barcos y cientos de marineros navegaron confundidos buscando aquellos territorios», asegura el autor, y añade que ante la expansión de España e Inglaterra hacia nuevas tierras los hermanos seguramente quisieron reclamar nuevos territorios para Venecia.

Aquel falso mapa también tendría importantes consecuencias en la exploración de los pasos polares porque representaba la entrada al paso del Nordeste como «mare e terre incognite», lo que hizo que los primeros intentos de llegar a las Indias por el norte se realizaran por ese camino.

Borough en el mar de Kara

Rastreando el poder de las palabras para moldear estas expediciones encontramos que fue justamente el relato de las terroríficas aventuras por aquel «mare incognitum», llevadas a cabo por uno de los primeros capitanes de la mítica Compañía de Moscovia, el que paralizó durante décadas la exploración de esa vía hacia Oriente.

Peláez explica que «los primeros que comenzaron a documentar los viajes fueron los ingleses», que se lo tomaron como una obligación: «Esta disciplina será fundamental en las exploraciones polares en el futuro: hombres que, a pesar de estar muriendo literalmente de hambre o de frío, llevan un registro diario de observaciones, descubrimientos y anotan todo lo que sucede, sin importar el estado en el que se encuentren o las penurias por las que estén pasando».

En la primavera de 1556 el ya experimentado Stephen Borough zarpa en busca de un paso a través del mar de Kara, al norte de Siberia. Lo que encontró fue «una gigantesca barrera congelada que les impedía el paso». Borough y su tripulación regresaron a Inglaterra y contaron que aquel camino estaba irremediablemente bloqueado por el hielo, espantando así a otros exploradores.

El siguiente en atreverse a navegar el mar de Kara sería el neerlandés Willem Barents, que además de marino era cartógrafo y que también llevó minuciosos diarios que permiten reconstruir sus aventuras. Aunque las primeras dos veces que lo intentó no tuvo éxito, Barents no se dio por vencido y en 1596 comenzó su «increíble y apasionante tercer viaje», en palabras del autor.

En ese trayecto descubrió el archipiélago de Svalbard, un lugar clave en la exploración ártica, pero también tuvieron que enfrentarse a los osos polares y sortear los enormes bloques de hielo que flotaban a su alrededor y que uno de los tripulantes describió como «blancos cisnes posados sobre la superficie marina».

Este mismo hombre, el carpintero Gerrit de Veer, anotó en su diario cómo el hielo destrozó su barco y les obligó a construir un refugio donde pasaron un gélido invierno: «Hacía un frío tan extremo que el fuego apenas despedía calor y cuando acercábamos a él los pies nos quemábamos las medias antes incluso de percibir el calor».

Aunque parte de la tripulación sí logró volver a casa, el 20 de junio de 1597, en el camino de regreso, falleció Barents. Nadie llegaría tan lejos otra vez hasta 1871, cuando el noruego Elling Carlsen realizó la misma ruta y hasta encontró la cabaña donde habían pasado el invierno aquellos neerlandeses. Dentro estaba todavía una de las cartas que el capitán había escrito tres siglos antes relatando su periplo.

«El Ártico es terreno abonado para mentirosos –afirma el autor–. En un entorno tan duro, tan solo y oscuro, se dan las aventuras más increíbles, pero también las situaciones más malvadas». La historia de la conquista del Ártico está llena de penurias, de hecho, son muchos más los fracasos que los éxitos en estos quinientos años de exploración. Y en momentos de hambre y frío extremos más de una tripulación ha recurrido al canibalismo y hasta al asesinato. También a la mentira.

Es el caso de la célebre carrera entre Robert Peary y Frederick Cook por ser el primero en llegar al Polo Norte. «El debate sobre quién llegó primero es una falacia. Ninguno de ellos lo consiguió. Los dos mintieron», escribe Peláez. La razón por la que Peary pasó a la historia como triunfador es simplemente que este era su primer embuste, mientras que Cook ya tenía mala fama y la sociedad no le creyó en esta ocasión.

Una consecuencia de esta falsa victoria fue que el Polo Norte dejó de ser un objetivo apetecible: nadie quiere ser el tercero en llegar a ningún lugar. Hasta Wally Herbert, que alcanzó los 90º N el 5 de abril de 1969. Del testimonio verídico de Piteas a las medias verdades de los hermanos Zeno y las mentiras de Cook y Peary, la conquista del ártico se ha labrado tanto con palabras como con barcos, trineos y la resiliencia de los cientos de aventureros que se enfrentaron al hielo.