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Póngamelo para llevar

Última jornada de la Fashion Week Madrid. La impecable colección «low cost» de Juanjo Oliva y los vaqueros comerciales de Hannibal Laguna acercan Cibeles a la calle. Y la calle a la pasarela. Precio para todos los públicos sin renunciar al diseño. Es posible y real

Una modelo desfila vestida por el diseñador malagueño David Delfín
Una modelo desfila vestida por el diseñador malagueño David Delfínlarazon

Buena, bonita y barata, es decir de calidad y con precios ajustados, ha sido la colección de Juanjo Oliva

No hay nada más aburrido para un niño que acompañar a su madre para comprar trapos. Sólo tiene tirón cuando se baja al semisótano para revolver en los montones. Oportunidades de Preciados. Los 80. El arte de poder descolocar algo sin temor a bronca alguna. No hay finalidad. Ver, enredar y marcharse. Esa sensación deja en ocasiones la Fashion Week Madrid. Nada pasa por caja. Se queda en las perchas hasta la edición siguiente sin más.

Pero, de repente, El Corte Inglés irrumpe en la pasarela. Última jornada. Ejerce de mecenas de Juanjo Oliva, un indispensable de Cibeles al que la crisis, como a todos, maltrató. Pero aparecieron los grandes almacenes para pedirle mano. Y con permiso de Jeff, se entregó. Contrato de por medio y ya es posible tener un Juanjo Oliva en casa. Empaquetado y para regalo. Pero no como los Oscar de plástico a la mejor madre o el Goya deluxe de la Cantudo, que sabe a premio de consolación. Cien por cien Juanjo. De 39,90 euros a 250. De la pasarela a la calle, bajo la firma Elogy. No hay más.

«He tenido libertad completa. No me han coartado ni los precios ni el mercado. De hecho, creo que me van a echar la bronca porque hay alguna falda por ahí que es más complicada de lo que pensábamos», se justifica Oliva. «En mi taller se hacen todos los prototipos, el patrón y las muestras de color», No le hace falta un argumentario. La colección que presentó ayer habla sola. Por el camino no se pierde una coma de diseño. «En cuanto pides 400 metros de tela, se abarata el precio un 60 por ciento», explica un exultante Juanjo sobre unas prendas que se producen íntegramente en la península.

Boquiaberto deja ver que sus túnicas que ahora juegan a ser monos y a las que añade unas cremalleras canallas no pierden un ápice de movimiento. Sin palabras para el uso que hace del neopreno, tanto en el forro de las prendas pues permite pegarlo al tejido sin necesidad de costuras, como para el exterior en una falda campana. Acertado el «print» inspirado en Esteban Vicente, atractivos los joggings, deliciosas las capas y primor en una sudadera que sabe a prenda de noche. Tampoco se quedan atrás los complementos de Jeff Bargues, con esas carteras con anillas que permiten separar la funda del iPad de la cartera.

No sobraba nada en la pasarela. Nada. Es más, si se mete todo el desfile en un mismo saco y se sacan dos prendas que no suman más de 150 euros, no sabe a oportunidades de Sepu, sino a fondo de armario de «nouvelle cuisine». Colección redonda a precio popular. Sí, es posible. ¿No se vuelve loco el personal cuando Isabel Marant se lanza durante una mañana al «low cost»? Pues bien, la fórmula Elogy da una vuelta de tuerca al concepto, reforzando en calidad.

Además, de paso, le devuelve la vida a Juanjo, que hasta piensa en París. «Creo que me he vuelto loco al ver que mis diseños están por todas las calles. Tanto es así que me paro a darle las gracias a las mujeres que veo con algo de Elogy y algunas me miran con cara extraña porque no me conocen», se sincera.

Realidad de Oliva. Sueños de Davidelfin. El malagueño se fue de Cibeles pensando que era incompatible desfilar con un «proyecto más ambicioso» que no llega. Un año después regresa a casa. Cambio de declinación, pero poco más. Apenas varía la paleta de colores. Sí lo hacen los estampados, a juego con su penúltimo tatuaje. Pocas modificaciones en los patrones de las sudaderas-faldas, los esmóquines andróginos y las camisas narciso que tanta gloria le dieron –se duplica la pieza boca abajo–. También cambió el saludo final, ahora de la mano de su pareja, el bloguero Pelayo Prince, que se atrevió con mosquetones y cuerdas de escalada para sus bolsos, un guiño para complementos de los que Ana Locking echó mano hace varias temporadas con mejor tino y argumentos. Quizá David no tiene la culpa, el problema puede ser del que mira, de expectativas ficticias. Pero lo que importa es que salga del hoyo y venda. «Hemos duplicado las compras a través de la web, sobre todo camisetas. No sabes el subidón que me da cuando llego a la oficina y veo paquetes para Finlandia, Australia o Canadá», asegura. Internet también le guiña un ojo a María Escoté que ha visto un filón para colocar sus básicos en lugares como Kuwait. En su desfile también se miró al ombligo para enriquecer sus clásicos: cazadoras de cuero cortadas a mano, «print» vaquero, vestidos de gasa con un estampado que imita a la costura... Su amigo Carlos Díez se divirtió con las sudaderas «Smiley» y unos cortavientos en verde «botellón» –Díez dixit– que protegen que da gusto.

También cocinó revisionismo Hannibal Laguna. Pero con otro tono. Cien colecciones a las espaldas. Su pasión por el detalle se detecta en cada vestido, sea en las medusas que no se arrugan, en los triples mikados, en el hilo de seda retorcido con la técnica de marcramé, en los velados que tamizan el brillo... Todo para que ella se vea la mejor de la fiesta. No una más. La mejor. También en vaqueros. Es la sorpresa de Hannibal. Vistos en percha, costaba hacerse a la idea de que un jean negro pitillo podría casar con sus cuerpos en organza. Matrimonio bien avenido en la pasarela que estilizan y dan más juego. No costarán más de 90 euros. Al alcance de la mayoría. O de una inmensa minoría, como acuña Verino.

«Overbooking» de universos paralelos

A Davidelfin no le caben más «celebrities» en el «front row». Se apretujaban tanto Bibi, Rossy, Olvi, Lomani, Vaquerizi, Benarrochi, Gatti... que antes del desfile se movían como peones al gusto del fotógrafo que hacía combinaciones imposibles con Nuria Roca, Mar Flores o Marc Clotet. Flashes de un lado a otro que dejaban en la penumbra a Soledad Lorenzo. «David es un creador que tiene la virtud de amar todas las ramas del arte», reivindicaba la creadora. Universo Fuencarral del que bebió en parte el «front row» de Juanjo Oliva –los que huyeron de Delfín se compensaron con Nieves Álvarez, Soraya o Natalia– y que nada tiene que ver con la constelación «glam» de Hannibal Laguna. Del ostracismo regresaron Rocío Carrasco –con parte de la cabeza rapada– y su Fidel. Del cine, Ana García Obregón, que en un mes se va a Estados Unidos a rodar. De la tele, María Teresa Campos con su hija Carmen. Un regalo escuchar su radiografía catódica y una sorpresa su confesión: «Tengo hipersensibilidad a la tinta y he llegado a leer los periódicos con mascarilla». Arrea. Menos mal que existe Orbyt...