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El Museo del Prado pone las obras maestras de cara a la pared: de los misterios de "Las Meninas" a la cara oculta de "La monja arrodillada"

La institución invita a conocer los enigmas que se encuentran detrás de la pintura y a reformular el concepto cuadro-objeto con su innovadora y bella muestra "Reversos"
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Estamos domesticados visualmente por la frontalidad de escaparate, por la contemplación directa, delantera, de las imágenes cambiantes que configuran nuestro imaginario, esta cosa un poco wildeana que aboga por la idea de que el verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible: miramos la realidad, las pantallas, las fotografías, la vida, de frente, con vocación permanente de anverso, parándonos rara vez a pensar en la infinidad de puertas que configuran el reverso de las cosas y que son capaces de dirigirnos a una dimensión secreta que todavía no conocemos y que sin saberlo, necesitamos.
«Nunca debería haber mirado detrás de un cuadro. Ahora, cuando paseo por los museos y las salas de exposiciones voy pegado al muro, atisbando tras los marcos esos espacios de sombra, secretos, que me absorben», confesaba ayer telúrico y poético el artista Miguel Ángel Blanco mientras cerraba su intervención en pleno corazón del auditorio del Museo del Prado durante la rueda de Prensa que tuvo lugar con motivo de la inauguración de la muestra «Reversos», una bellísima e innovadora invitación por parte de la institución en colaboración con la Fundación AXA al descubrimiento democratizado de la cara oculta de las obras de arte: privilegio hasta ahora concedido en exclusiva a expertos, conservadores, coleccionistas y autores beneficiarios del misterio, disfrutones aventajados de lo oculto.
Después de siete dilatados años de investigación, descubrimientos, cesiones generosas de instituciones internacionales como el «Autorretrato» de Van Gogh procedente del Van Gogh Museum de Ámsterdam, el «Retrato de hombre (¿Giulio Mellini?)», de un artista anónimo veneciano perteneciente al Louvre pero también nacionales como el fabuloso «Tela quemada 4», de Joan Miró cedido por la Fundación Joan Miró o el portentoso «Assemblage y grafitti» de Tàpies, cortesía de la Fundación Telefónica y de las tres semanas reivindicadas por el comisario de incansable trabajo de montaje a contrarreloj, «Reversos» acoge en las salas A y B del edificio de Jerónimos hasta el 3 de marzo de 2024 la exhibición de un total de 105 obras, con sus 105 dorsos, distribuidas sin jerarquía ni ordenación cronológica alguna.
Exposicion en el Museo del Prado, Reversos
Exposicion en el Museo del Prado, ReversosDavid JarLa Razón
Partiendo de la llamativa e iniciática contemplación predominante de una recreación de «Las Meninas», elaborada por el artista brasileño Vik Muniz en la que el reverso del enorme lienzo en el que trabaja Velázquez ocupa una quinta parte de la icónica obra -adquiriendo así una condición casi tridimensional-, la muestra fluye anárquica y desbocada por un espacio cuyas paredes nunca antes se habían pintado de negro en el Museo del Prado para reevaluar de manera integral los enveses de las obras y enriquecer la apreciación de la pintura cuando no nos limitamos a mirarla de frente.
En el caso de esta pintura excepcional del artista sevillano que retrata la familia de Felipe IV, algunos de los datos contextuales velados que proporciona la recreación de Muniz además de sus remaches, vetas de madera y cicatrices materiales, se corresponde con los 6.340 hilos de lino que contiene su lienzo y una suerte de manchas acuosas que empaparon el lienzo durante el proceso de creación y de las que se puede llegar a intuir que esa parte fue parcialmente repintada: «Velázquez lleva muchos años diciendo que hay que mirar detrás de los cuadros. La gran obra maestra del siglo de oro español nos recuerda a través de esa trasera que la pintura es artificio», subrayó Blanco.
Lo que permite esta propuesta fraccionada en diez áreas temáticas que van mucho más allá de girar los cuadros es, según el propio comisario, que «al voltear las obras, pervirtiendo su frontalidad y al obligarnos a rodearlas asumiendo como espectadores un rol más activo, inserta en el museo actitudes y creativas y experiencias contemplativas actuales que reivindican ese lado de la cultura al que no llega la luz». Como esa «Monja arrodillada» de Martin van Meytens el Joven que expone las virtudes y deleites del arte «bifronte» con un jocoso ejemplo de «soft-porn» al retratar la cara más piadosa y casta de una monja, al tiempo que el divertimento sicalíptico de su realidad contraria, mucho más sacrílega y licenciosa. Un ilustrativo ejemplo del juego lúdico impuesto por el misterio y adscrito temporal y artísticamente a la técnica del «paragone», o duelo renacentista entre la pintura y la escultura que impulsó la realización de cuadros a doble cara en los que una o varias figuras eran vistas por detrás y por delante.
O esos travesaños del bastidor original del «Guernica» de Picasso que aguardan silenciosos en la zona destinada a la tercera área temática denominada «El bastidor como cruz» en el que se aportan pruebas visuales fascinantes como la mencionada, sobre unos de los componentes esenciales de los reversos cuya disposición en forma de cruz resulta imprescindible para robustecer las obras y de paso, aportar una hermosa y metafórica condición penitencial al arte. Entendiendo la experiencia artística como algo más físico que contemplativo, algo en lo que todo el cuerpo, en todas sus dimensiones, puede llegar a participar, qué suerte que Miguel Ángel Blanco se atreviera a mirar detrás de los cuadros.

La cara oculta velazqueña

Aunque se trata de un facsímil del reverso, es la primera vez que el Museo del Prado expone el envés de «Las Meninas» y la primera vez que paradójicamente coexisten dos obras iguales dentro de la institución. El marco actual de esta icónica pintura es de la década de 1920 y está realizado por la familia Cano. Resulta particularmente interesante resaltar el hecho de que Muniz contactó con los herederos para intentar conseguir un elemento metálico que está abajo a la izquierda en el original y que desgraciadamente mente ya no se fabrica para terminar encontrándolo en el Rastro de Madrid. Además de esto, también se ha replicado el vestigio de un adhesivo que estuvo en la parte superior del marco.