Eduardo Benavente: el ángel caído de la Movida
Ha quedado como el gran mito de la Movida y no solo por su muerte prematura, con 20 años: de su talento, actitud y universo creativo dejó una impronta en Alaska y los Pegamoides y en Parálisis Permanente
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De él ya se ha dicho muchas veces que fue una supernova, alguien que nació estrella del rock. Eduardo Benavente podría haber sido el Bowie español y la prueba es que lleva ya más tiempo muerto del que pudo vivir y no son pocos los que siguen recordando su aura, su impronta y su inteligencia. De su universo creativo, fecundo y particular, dejó una muestra indeleble en Alaska y los Pegamoides y en “El Acto”, el disco de Parálisis Permanente que apenas pudo tocar 4 veces en directo antes de fallecer prematuramente con 20 años. La desgracia le convirtió en mito y el infortunio nos privó de un enorme talento y de una actitud incomparable. En solo tres años se convirtió en uno de los símbolos de la Movida y el próximo domingo 30 de octubre, cuando habría cumplido 60, se le rinde un homenaje en la Sala El Sol de Madrid, donde se presentará también una biografía escrita por Pedro Munster y Aníbal J. Clar. Un libro («Eduardo Benavente. El genio detrás de la cortina», Dos Calaveras) que recoge detalles biográficos desconocidos.
En primer lugar, el libro proporciona valiosa información sobre su la infancia de Eduardo, un muchacho inquieto y con una capacidad lectora superior a sus compañeros. Se pasaba el día distraído y sacaba peores notas de las que podría. En 1974, con 11 años, se compra su primer disco, “Ger Yer Ya-Ya’s Out”, de los Rolling Stones. Poco a poco se le va cambiando el carácter. Es un poco más arisco y peleón. Comienzan las malas notas y la música le interesa cada vez más, hasta que repite curso y se mete en una pelea. El colegio amenaza con su expulsión y su madre le ingresa en un centro interno en El Escorial. El colegio está en el propio edificio del Monasterio y no hay más que visitarlo en invierno para sentir mil cuentos de terror. Ahí comienza a forjarse la querencia del joven Eduardo por lo siniestro. La biografía revela otro dato muy interesante, una lectura que le marcará para siempre y que un compañero no se atrevía a terminar. Le entrega a él “Otra vuelta de tuerca”, de Henry James, una historia que va más allá del un libro de fantasmas y de presencias sobrenaturales en un ambiente cerrado y angustioso. Es una narración psicológica con la sexualidad reprimida detrás de la cortina. Elementos todos estos que florecerán muchos años después, con Parálisis Permanente.
Los Benavente eran una familia de clase media, pero con posición desahogada. Vivían en Arturo Soria, en Madrid, una zona residencial. «No soy exactamente un chico de barrio y no me puedo poner a reivindicar lo que no soy, sin embargo un cincuenta por ciento de mis amigos sí lo son y tienen que buscarse la vida, pero para entenderme con ellos no necesito hablar ‘‘cheli’'», dirá el joven aspirante a cantante. El padre de Eduardo era chófer de vehículos de lujo o gran turismo, como se les conocía, y pasaba mucho tiempo fuera de casa. Era un hombre bueno con el que Eduardo siempre mantuvo una excelente relación. “Le llamaba cada mañana cuando salían de una ciudad para otra a dar un concierto: ‘’Papi, el concierto de anoche fue genial. Estamos aquí y salimos para allá’’. Nunca dejaba de llamarle”, dice Pedro Munster, autor del libro y quien tuvo la oportunidad de conocer a Eduardo una noche que estaba esperando, como el mayor fan de Alaska y los Pegamoides, a ver el segundo concierto que daban en el mismo día el grupo donde, en aquel momento, militaba Eduardo.
Eduardo se tomó muy mal que su madre le matriculase en el internado. Allí se concentra plenamente en la música y desarrolla aún más su capacidad de observar y captar las cosas para digerirlo hacia su mundo interior. El centro se anunciaba con “una línea de disciplina austera. El colegio no es un cuartel, sino un espacio de disciplina humanizada”, decían como autodescripción. Bueno, ya saben lo que se dice: excusatio non petita... En todo caso, los métodos educativos de hace medio siglo le pondrían los pelos de punta al AMPA más disciplinado de 2022. Así que aquello fue una “mili” para Eduardo, le curtió. “Su inteligencia simplemente capturaba y analizaba lo que podía ser interesante para su propio provecho y obviaba lo demás. Y eso fue siempre así en su vida. Él se ponía una meta y la conseguía, y luego otra, y otra más. Dejaba a un lado lo que no pudiera valerle para conseguir su objetivo. Ese le hizo ser selectivo y muy voraz con todo aquello que le podía hacer crecer intelectualmente y ser más fuerte”, dicen sus biógrafos en el libro, que ha recurrido a testimonios nunca antes recogidos.
Internado en el colegio, no podía dejar de pensar en la música. Poco antes de ser enviado allí había empezado a trastear con unos amigos, en un local que alquilaban por 500 pesetas con los instrumentos incluidos. Eduardo cantaba; su amigo Toti tocaba la guitarra; Luis Bolín, la batería; y otro muchacho, de nombre Nacho Cano, la guitarra. Se llamaban Prisma y nunca actuaron de cara al público, salvo una vez: en la primera fiesta del PCE, el 15 de octubre de 1977 en la Casa de Campo de Madrid. Con 15 años, terminado octavo de EGB, no piensa seguir estudiando. Es 1978 y Eduardo asegura que “se ha codeado con todos los pijos de Madrid” y por eso se zambulle en la escena musical local. Va a conciertos solo. De Burning, Coz, Tequila, Ramoncín...
Ya sin nacho Cano pero sí con Toti a la batería, Rafa Gutiérrez a la guitarra, Carlos Sabrafén también guitarra y Emilio Estecha al bajo, forman Plástico. Hicieron tres maquetas y unos pocos conciertos sin demasiada suerte. Una de aquellas grabaciones, con 13 cortes, fue fantásticamente rescatada por Subterfuge en 2014, aunque ahora está descatalogada. El caso es que hemos llegado a 1978 y Madrid arde. Lugares como el mítico Drugstore de la calle Fuencarral, 101. Un amplísimo espacio de comercios, tiendas de discos, librerías, boutiques y pastelerías que en algunos casos abrían 24 horas y por donde pasaron desde Iván Zulueta a Paco Umbral. Burning le dedicó una canción, “Las chicas del drugstore” y Eduardo lo visitaba como epicentro de una Malasaña en el filo de volverse mítica. La vida bullía frenética y en cada esquina estaba sucediendo algo. Nos asomamos a ocho años frenéticos de la vida de Eduardo y de una ciudad. Unos años que marcan su auge y decadencia y que son, casualidad o no, los de la vida de Eduardo Benavente. Una de esas cosas que pasaron rápido en el Madrid de la Movida fue Kaka de Luxe, que se convirtieron en Alaska y los Pegamoides con el tiempo suficiente de convertirse en míticos y en referencia del espíritu de la época. Pero, de nuevo, dan paso a Alaska y Los Pegamoides, donde, poco antes de grabar su primer EP, Eduardo Benavente asalta el puesto vacante de batería. Había aprendido a tocar el instrumento en una par de tardes que le robó a su gran amigo Toti, al que ocultó las razones de ese súbito aprendizaje. Todo iba rápido e incluso el romance entre Eduardo y Alaska duró lo que tarda en pasar una Semana Santa.
Rápida, muy rápida fue también la pelea de Eduardo y Ramoncín. Según sus biógrafos, una noche Alaska y los Pegamoides actúan en El Sol y, al cantar la canción de Paraíso (donde Alaska y Carlos Berlanga había militado) “Se Una Chica De Hoy”, cantan el verso “Sid Vicious ha muerto y a Ramoncín ya lo van a disecar” y, en ese momento, el cantante de Vallecas, que se encontraba entre el público, arroja un vaso contra el grupo yendo a dar en plena batería. “Eduardo se lanza sobre él como si tuviera muelles en los zapatos y comienza una pelea y un barullo de personas. Alaska y Ana Curra se enganchan con la novia de Ramoncín, Diana Polakov, y llegan a las manos. En medio de todo aquel estropicio de golpes y gritos, Ramoncín y Eduardo se van a los servicios y pasados tan solo unos pocos segundos salen tan amigos y charlando tranquilamente. Alaska y Ana se quedan perplejas, pero eso refleja también la personalidad de Eduardo, capaz de embarcar a uno en una aventura para después cambiar de opinión de repente y dejarte con un palmo de narices”, recogen en el libro.
Poco a poco, Eduardo va ganando protagonismo interno en un grupo que ya tiene dos cabezas con muchas ideas, las de Carlos Berlanga y Nacho Canut, a los que hay que sumar a la jovencísima Alaska, en plena formación musical pero cada vez con más ideas. El giro del sonido hacia lo oscuro lo propicia el recién llegado, que ha estado en Inglaterra tras una breve relación con una de las Mo-Dettes, June Miles-Kingston, de la que se enamora en Madrid y quien le regalaría una muñequera de Sid Vicious de la que no se separó nunca. Berlanga se va viendo cada vez más en minoría frente a las nuevas ideas de Eduardo, que seducen a Nacho y a Alaska. Y, entonces, el azar quiere que todo vuelva a cambiar de golpe. El 26 de septiembre de 1980, en un concierto histórico, el de los Ramones en la Plaza De Toros de Vistalegre, Nacho se rompe una pierna durante una carga policial. Su hermano tiene que llevarle a la universidad en coche, pero, en lugar de ir a clase, Nacho insiste en ir a pasar las mañanas a los locales de Tablada donde coinciden con Eduardo. Esas jornadas serán el embrión de Parálisis Permanente.
La crisis en Alaska y los Pegamoides se acrecienta tras un incidente en la sede de Hispavox, cuando Nacho y Eduardo se niegan a dar la mano al director de la compañía e intercambian palabras subidas de tono. Carlos Berlanga se enfada mucho con ellos por su actitud y por suponer una amenaza para el grupo y pone como condición para continuar que se expulse a Eduardo Benavente. Según revelan sus biógrafos “de hecho, Hispavox renovará el contrato sólo de Alaska, Carlos y Ana, quedando Nacho y Eduardo como músicos de sesión”.
La crisis en los Pegamoides hace aflorar el miedo a la disolución y Nacho Canut bromea con sus estado de escayola perpetua en la pierna. ¿Se va a quedar paralítico? “Con parálisis permanente”, ríe Canut. El nuevo grupo se pone en marcha y hasta dan algún concierto de rodaje, mientras en los Pegamoides las cosas se arreglan. Firman la paz y Carlos acepta a Eduardo. Sin embargo, algo ha cambiado: el rosa da paso al negro para siempre. El giro del sonido hacia lo oscuro lo ha propiciado Benavente, que solía pasearse con una gorra de plato como la que vestían los nazis y que en pocos años acabaría subvertida del todo formando parte del vestuario gay. En el año 81, para promocionar un EP, el grupo se realiza una sesión fotográfica a cargo de Gorka Dúo en el Cementerio De La Almudena, en varias localizaciones dentro del recinto y en una en especial: las tumbas de los aviadores de la Legión Cóndor, unidad militar de la Alemania Nazi que combatió en la Guerra Civil Española. Ya en aquel momento, Eduardo Benavente solía ir con una gorra de plato al estilo Tercer Reich, aunque Pedro Munster precisa que es “por provocar, como hicieron también Gabinete Caligari, por ejemplo... en absoluto por convencimiento ideológico, nada más lejos”.
En Parálisis, que ya ha debutado formalmente, Eduardo asume el papel de vocalista porque su hermano se va a la mili. Primero de forma timorata, pero poco a poco se convierte en un verdadero “frontman”. En el grupo encuentra una vía para expresarse plenamente y llevar más allá las ideas que ya ha introducido en los Pegamoides. Sufrieron constantes agresiones: los heavies lanzaron una lata de cerveza llena de arena a Carlos Berlanga que le alcanzó en la cabeza; a Eduardo, además del incidente con Ramoncín, los punkis le arrojaron una tarta con una clara acusación de “pastelosos”. También insultaban a Alaska y a Ana Curra por sus atuendos con el insulto menos imaginativo concebible, por no hablar de monedazos e increpaciones cada vez que (sin ofender) visitaban lugares ajenos a esa estética de la modernidad.
Es en Parálisis donde desarrolla todo su potencial como compositor y cantante. En el grupo encuentra una vía para expresarse plenamente y llevar más allá las ideas que ya ha introducido en los Pegamoides. Es 1982 y los de Alaska arrasan con «Bailando». Giran sin descanso. El desgaste les llevará a disolverse en el año de su mayor éxito y transformarse en Dinarama. Mientras, Eduardo graba el primer disco de Parálisis Permanente, sin Nacho Canut. Le llaman para hacer la mili y Eduardo va, pero ya conoce la estrategia de los tiempos del internado en El Escorial. “Dejó de comer y pasaba mucho tiempo sentado sin hacer nada. Los mandos se dieron cuenta rápidamente del deterioro que estaba experimentando y terminaron por enviarle a la planta de psiquiatría del Hospital Militar Gómez Ulla. Allí él siguió el plan que tenía en la cabeza a rajatabla. Trató de hacerse pasar por loco. Comía poco, tenía la mirada perdida, pasaba las jornadas sin hacer nada. Los médicos le daban su medicación, pero él se las arreglaba para no tragársela y cuando no le veía nadie se deshacía de las pastilla. Le terminaron por dar provisionalmente inútil para el servicio”, cuentan los biógrafos. Y entonces se publica «El acto», que condensa su universo creativo, gótico y sexual, con el que ha pasado a la historia. Como casi todo lo que pasó durante la Movida, las cosas suceden rápido y sin sentido: cuando Parálisis Permanente acaba de despegar, un accidente de coche en 1983 acabó con la vida de Eduardo. Tenía solo 20 años.