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Historia

España

La antimovida

El libro «Alaska y los Pegamoides. El año en que España se volvió loca» aporta una visión desmitificadora de aquel fenómeno cultural

El grupo español de música pop, Alaska y los Pegamoides. De izquierda a derecha; Carlos Berlanga, Nacho Canut, Ana Curra, Eduardo Benavente y Alaska. (60250005)
El grupo español de música pop, Alaska y los Pegamoides. De izquierda a derecha; Carlos Berlanga, Nacho Canut, Ana Curra, Eduardo Benavente y Alaska. (60250005)larazon

La Movida no fue modernización sino, apenas, modernez. «Despedirse de los buenos modales y la honradez. Emborracharse y hacer el imbécil», escribe Patricia Godes, periodista y crítica musical, que estaba allí para verlo. En el libro «Alaska y los Pegamoides. El año en que España se volvió loca» (Lengua de Trapo), Godes toma como síntesis de la época la particular andadura de aquella banda. Un grupo icónico, el primer nombre que viene a la cabeza si se mencionan los ochenta, y que, incluso antes de grabar el único disco que publicó, ya había recibido una atención mediática desmesurada, también de la Prensa generalista, en esos años de España en el alambre. El doble relato (particular del grupo y general de la escena) que Godes construye (con un poco de mala leche) busca demostrar que el disco es representativo de un tiempo, caracterizado, según su enfoque, por cierta futilidad y por haber sido el telón tras el que esconder el pasado tenebroso de España, hacia la democracia del fosforito y las nuevas siglas: «Banda sonora de una España beoda e inconsciente».

Pretenciosa y elitista

Para no dejarlo en un libro de testimonio personal, Godes se documenta y con bastante malicia retrata las alabanzas de Umbral o Federico Jiménez Losantos desde una «percepción gazmoña» que trata de aprehender a Alaska y los suyos como remedio para «huir de la caspa». De Umbral dice que «en algún sitio escuchó campanas desafinadas y debió pensar que hablar de rock tenía mucho estilo, y se lanzó a la tarea con entusiasmo y total desconocimiento», y, con bastante sorna, le concede el papel de muñidor de «una orgía delirante de aplausos e idolatría». Pero en realidad, la revolución de los cardados, teñidos y el cuero no era más que una ruptura cosmética, según los testimonios a los que recurre para abordar las múltiples contradicciones de una generación a la que, con el tiempo, se ha querido elevar a categoría, como si se tratase de la del 98 o del 27. El relato de esta Movida se centra inevitablemente en la magnética presencia de Alaska, que aparecía hoy en «Interviú», mañana en «El país» o, mira, en la «Superpop» y que casi se convierte en ubicua hasta situarse, a finales de 1982 «por encima del bien y del mal». Pero en lo que la autora se muestra más crítica es en el viaje colectivo que hizo la Movida y que «más que abrir puertas aceptar ideas nuevas, fue creando sus propios dogmas. Dejó de ser musical y estudiantil para convertirse en pretenciosa, facciosa y elitista».

Uno de los aspectos en los que se centra es la ética y estética de los modernos de entonces y sus hipocresías. Por ejemplo, la acuñación del término «maruja» para referirse a las señoras del viejo régimen. «Sin embargo, dentro de cada posmoderno hay un marujón oliendo a peluquería de barrio y, literalmente, a laca», dice Godes sobre un tiempo en el que jactarse de las propias hazañas sexuales era tan importante como conocer las de los demás. El libro también se centra en los mecanismos de los poderes democráticos para autolegitimarse a través de festivales o fiestas patronales subvencionadas con la generosidad del dinero público.

Frivolidad

Sabino Méndez también estaba allí y coincide más con algunos pasajes más matizados del libro de Godes, que también los hay: «La Movida fue eminentemente frívola, pero hay que entender que veníamos de una época de excesiva trascendencia de la progresía que a todo le buscaba causas freudianas o sociológicas. Y debajo de la aparente banalidad se ocultaba un camino de sabiduría, una forma de pensamiento de los años 20 o 30 y que en realidad era muy reflexionada, pro sin gravedad ecuménica ni trascendentalismo barato», comenta. Alaska, efectivamente, reivindicaba a Gracita Morales o a Lola Flores, detestaba el bronceado en la era de la calentura española, y no salía jamás por las noches. Le molestaban las drogas. «Eran tiempos en los que necesitábamos un lenguaje nuevo», tercia Méndez. Puede que los más ruidosos de la Movida rompieran «con la cultura del antifranquismo, tan coñazo como podía serlo la del franquismo», según apunta Ferrán del Val Ripollés, profesor de la UNED, en el epílogo del libro.

Ah, por cierto, el disco, cuyas sesiones de grabación se prolongaron lo indecible (no es que la compañía Hispavox tuviese mucho interés en publicarlo) tuvo un enorme éxito comercial. El grupo ensayaba todos los días en contra de la leyenda, pero eran músicos mediocres: lo grabaron con un metrónomo marcando los tiempos. «Es un álbum en el que se mezclan influencias, lenguajes musicales y estéticas diferentes. Gusta y desconcierta a la vez. Pasados 31 años desde su publicación, las actitudes e intenciones de entonces se diluyen, y lo que en 1982 eran alusiones directas y tomas de postura claras, ahora parecen ''boutades'', guiños incomprensibles y pura frivolidad. ¿Por qué fueron tan importantes si al fin y al cabo todo son canciones veraniegas e imitaciones de la moda siniestra inglesa?», escribe la autora. Después del álbum, Alaska y los Pegamoides se disolvió. Las razones son sencillas: Carlos Berlanga no estaba para hacer galas en furgonetas de tercera y fundó Dinarama, adonde le siguió Nacho Canut. Eduardo Benavente y Toti (Árboles) se fueron a hacer la mili, así de poco romántico eran aquellos tiempos. Alaska, cual factoría Warhol, volvería a encontrarse con Berlanga y Canut en el futuro.

«Definir lo que fue la Movida resulta prácticamente imposible después de la escabechina informativa que tuvo y sigue teniendo lugar en la industria editorial de entonces y de ahora. La manipulación ha sido tan grande que una servidora (...) no es capaz de reconocer nada de lo que ahora cuentan. También es cierto que me sentí muy pronto incómoda y decepcionada con la sumisión feudal, el triunfalismo y los nuevos dogmas. ¡Y la mala música, no nos olvidemos!», escribe. El relato, ácido, cómico a veces, aporta una visión de ese tiempo necesaria aunque, en el actual desierto cultural puede que se eche algo de menos grupos con discurso como Radio Futura. Una ironía más: Alaska dijo alguna vez al comienzo de su carrera que no le interesaba tanto la música en sí misma, sino más bien en cuanto a moda, revistas y todo lo que la rodea, y resulta que hoy, con su voz se cantan algunos himnos intemporales de la cultura española del fin de siglo.