Selvático Animal
Alejandro Fernández: «En México se les quiere muchísimo a los españoles»
El popular cantante mexicano, que el próximo agosto visitará siete ciudades españolas, habla con LA RAZÓN de su carrera y de otros asuntos
Alejandro Fernández vino por primera vez a España hace dos décadas, en 2005, y publicó el disco «México-Madrid: en directo y sin escalas», grabado en vivo. En los últimos años algunos dirigentes mexicanos han ondeado la bandera de la leyenda negra española –el expresidente Manuel López Obrador exigió a España que pidiera perdón a su pueblo por la conquista española, algo que secundó la actual presidenta, Claudia Sheimbaum–, lo que ha motivado que muchos españoles piensen que, de todos los países de habla hispana, en México es donde menos se nos quiere o más se nos cuestiona. Por eso, la pregunta era casi obligada: ¿los mexicanos quieren a los españoles? «Creo que esa información se ha tergiversado muchísimo –responde–, porque acá en México se les quiere muchísimo a los españoles. No sé si es por la cuestión política de la conquista y todo esto, pero esas son épocas que ya no nos corresponden, pasó muchísimo tiempo. Evidentemente, sí nos da tristeza que haya muerto nuestra cultura, pero son cosas que pasan. Siempre se ha visto [a España] como la madre patria y se le ha tenido mucho cariño, y esta cuestión fue de ahora, tiene muy poco tiempo. Yo considero a España una segunda tierra; de ahí venimos la mayoría de los mexicanos, tenemos ascendentes españoles. Siempre que voy a España me la paso increíble. Es un país que me ha dado muchísimo cariño y me ha abierto las puertas y el corazón desde hace muchísimos años, y yo trato de llevarles un pedazo de mi tierra». El cantante llegará a España en agosto para visitar siete ciudades –Cádiz (8), Mallorca (10), Murcia (12), A Coruña (17), Marbella (20), Santander (22) y Pamplona (23)–, pero se extraña la ausencia de Madrid y Barcelona: «Hace un año estuvimos en el Starlite de Madrid y también en Canarias, y siempre que vamos a España –explica– tratamos de ir a ciudades que llevamos mucho tiempo sin visitar. Y esta vez la agenda nos ha dado para más, pero vamos a ir a ciudades en las que hacía mucho tiempo que no cantaba. Madrid, evidentemente, siempre está en nuestro radar y si no está esta vez, regresaremos el próximo año».
Comenzó este artista haciendo canción tradicional mexicana y luego dio el salto al pop. ¿Fue algo sentido, porque se le quedaba pequeño lo que hacía y había que abrir horizontes, o se debió a una presión de la industria? «Un poco de todo –dice–. Cuando empecé en la música, a pesar de que el género ranchero no estaba en su mejor momento, ya que no había mucha difusión ni estaciones de radio para los cantantes de música mexicana, a mí me estaba yendo muy bien. Uno de mis primeros éxitos, de los más grandes que tengo, es uno de música mexicana, “Como quien pierde una estrella”, y me llegó, gracias a Dios, en uno de mis primeros discos. En México, la percepción de la gente, cuando tienes un éxito así de grande y no lo logras superar, es que tu carrera va en picada, que ya no vas a hacer nada más, y traté de hacer una movida estratégica. Hubo mucha gente que no estuvo contenta cuando me moví al pop, entre ellos mi padre [Vicente Fernández, leyenda de la canción mexicana], porque, como te digo, me estaba yendo muy bien en el género ranchero. Pero, al final, mi papá se puso a analizar las cosas y me dio la razón por haberme movido al pop y tener más apertura y que me escucharan en más países. Aunque nunca me salí completamente de la música mexicana porque hacíamos un pop muy mexicano, con muchos elementos representativos del mariachi. Y cuando mi papá se retiró pensé que ya era el momento de volver a mis raíces, de plantar bandera y asegurarme la silla de la que mi padre estaba saliendo. Me fue muy bien con el disco “Hecho en México”, con el que regresé a la música mexicana. Y ahorita tenemos un disco que se llama “Te llevo en la sangre” y estoy muy contento con la respuesta de la gente».
¿Ser hijo de un mito de la canción ha pesado mucho en su carrera, se sintió enjuiciado, comparado de continuo con él? «Al principio fue bastante difícil, sí –concede–. Pero la cosa es perseverar, no caerte, no darte por vencido, tener claros tus objetivos y echarle para delante. Siempre vas a tener obstáculos en el camino y a mí me tocaron muchos, pero fueron los que más me hicieron aprender y me dieron más carácter para llevar mi carrera. Mi padre me enseñó que tenía que ser yo, que no intentara ser un Vicente Fernández ni tratar de superarle. Ser transparente y que lo que hiciera, lo hiciera siempre con el corazón. Porque así es como vas a transmitirle al público, a conectar con él».
Comienzos difíciles
Sus referencias e influencias mexicanas son inequívocas, pero ¿qué artistas españoles le han influenciado de una manera nítida? Aventuro nombres: ¿Sabina?, ¿Alejandro Sanz?, ¿Bosé?, ¿Julio Iglesias? «Alejandro Sanz es de mi época, pero los otros forman parte de mi carácter y de mi formación. Crecí con ellos, los escuchaba a todos cuando niño, es la música heredada, la que te ponían tu papá, tu mamá, tus tíos». Le digo que Sabina me contó que muchos mexicanos creen que su celebérrima canción «Y nos dieron las diez» es mexicana, lo que le arranca una carcajada: «En todas las cantinas y en todos los restaurantes en donde hay música en vivo no puede faltar esa canción. Aquí en México la adoptamos, siempre suena».
Ha publicado 20 discos en 30 años, ¿le ha dado tiempo a vivir? Deja pasar un largo silencio antes de contestar: «Bueno, algo así como la canción de Julio Iglesias [“Me olvidé de vivir”], ja, ja, ja. Esa es una canción que me gustaba mucho y, de hecho, hice una versión, se la enseñé a mi padre y le encantó, y después la hicimos los dos. Fue de las últimas canciones que grabé con él. ¿La carrera o la vida? Sí, creo que preguntarte eso es parte del crecimiento como artista, nos pasa a mucha gente que nos dedicamos a este medio. Yo había visto cómo era la carrera de mi padre y cómo era esta vida, y sabía a lo que me estaba exponiendo y lo que iba a perder. Obviamente sí hubo muchos momentos en mi carrera en donde dije mejor tiro la toalla y me dedico a otra cosa. Pero en esos momentos, Dios siempre me hacía ver una luz en el camino y me daba un apoyo para poder seguir», concluye.
México en la garganta
Por Javier Menéndez Flores
El Zócalo carece de márgenes, salvo que los construya tu falta de imaginación. Porque los lugares mágicos son infinitos o deberían serlo. Y tantas veces ha pisado Alejandro el suelo de esa plaza, incluso desde otras ciudades, con los ojos cerrados y un pellizco en el corazón, que podría describir cada detalle que la viste como quien pronuncia en voz alta las estrofas de esa canción que viaja siempre consigo. Todo lo anterior podría resumirse con un «México mío» o «Yo amo México» o «México es mi vida», pero ¿por qué íbamos a sintetizar aquello que tanto placer les produce al paladar y a la vista? México, en fin, está ahí, en su sangre, en sus ingles, en las yemas de sus dedos. Varado por siempre en la garganta.
La infancia era una casa en una ciudad sin límites y esa granja de papá en donde a los caballos más hermosos del mundo los llamaba hermanos. El Potrillo se enamoró de Erica Alejandra en un instante, apenas penetró en su campo visual, como quien comienza a salivar ante el escaparate de una pastelería. Solo Dios sabe qué habrá sido de aquella niña que provocó sus más tempranos cataclismos interiores, la flor primera de un jardín al que los años hicieron crecer salvajemente. Ni recuerda las veces que ha hablado de ello y de otros tantos asuntos banales o irresolubles con su brother Rodrigo Ramos, quien eligió una ingeniería mientras que él decidió probar suerte en la cuerda floja de la canción. Pero a los dos amigos la vida les ha sido cómplice, y eso merece unos cuantos brindis con tequila o margaritas o con ese whisky Abasolo que te hermana en un solo trago con el fuego.
Hay un hombre vestido de mariachi que tiene algo de torero o de superhéroe. Quién te iba a decir, Alejandro, amigo, que continuarías la senda del coloso que presidía tu casa. La arquitectura perdió al muchacho inquieto y quienes hicieron caja fueron las rancheras y las baladas. Pero tú, tozudísimo, perseverante, remero infatigable, has levantado un edificio de veinte discos y varios miles de conciertos. Y ahí están «Como quien pierde una estrella», «Loco», «Niña amada mía», «Me dediqué a perderte»…, canciones que en México y en muchos rincones de toda Latinoamérica pertenecen ya a la calle, a la gente, a esa maravilla inefable que es la cultura popular.
El viaje ha dado mucho de sí y uno ha ido haciendo amigos altísimos y estrechando lazos inexplicables e irrompibles: Julio Iglesias, Plácido Domingo, José Carreras, Chayanne, Marc Anthony, Amaia Montero, Malú, Nelly Furtado, Antonio Orozco. Que vivan los hermanos que no llevan nuestra sangre, que nacieron en otros países y pertenecen a otras generaciones, pero con los que compartimos el gusto por la vida a lomos de una nube, ese sueño loquísimo hecho realidad.
Y en el Caesars Palace de Las Vegas te entregaron las llaves de la ciudad, Virgen bendita. Y Jalisco es también tu hogar y una parte de ti habita en cada casa como si fueses uno más de la familia. Y en el paseo de la fama de Hollywood estás grabado en el suelo igual que muchos de los gigantes que te inocularon el relámpago del arte y te emocionaron hasta la ebriedad. Y cada vez que aterrizas en Madrid te esperan el Retiro y Casa Lucio y la Gran Vía y una luz que te embriaga y un aroma que te deslumbra. Has visto con tus propios ojos el cielo de Velázquez y ese asombro de los sentidos ya nunca saldrá de ti.
Este hombre hecho en México, que jura que la lleva tatuada en la sangre, puede romperse en un segundo si suena «Eres tú», aquella brisa de Mocedades. Porque vuelve en el acto a la niñez y nota la mano firme de mamá sobre la suya. Cantar ha resultado ser tan emocionante como escuchar canciones, pero lo primero aventaja a lo segundo porque encima de un escenario no cuesta nada sentirse como el hijo de un dios o como un dios mismo, mientras los aplausos y los gritos humedecen la mirada.