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Música

Crítica de clásica: Los adioses del bávaro

Obras de Richard Strauss y Johannes Brahms. Jacquelyn Wagner, soprano. Orquesta Sinfónica de Madrid. Directora: Eun Sun Kim. 26 - XI-2025.

Imagen del Auditorio Nacional La Razón

Un concierto este que nos permitía escuchar tres obras maestras. La primera esa maravillosa página testamentaria para 24 instrumentos de cuerda que es Metamorfosis, en donde unas curiosas variaciones sobre la Marcha fúnebre de la Heroica de Beethoven permitían a Richard Strauss edificar una composición extrañamente confidencial y meditativa. La segunda el grupo tan conocido de los Cuatro últimos lieder del propio compositor bávaro, un destilado lírico maravilloso de un refinamiento, de una exquisitez y finura únicas, embargadas de un esencial postromanticismo. La tercera la Sinfonía nº 1 de Brahms, todo un compendio de formas clásicas elaboradas y actualizadas por la mano incandescente de un romántico de nueva hora.

La joven directora coreana Eun Sun Kim apechugaba con estos tres monumentos, a los que se ha enfrentado con diligencia, con arrojo, con una batuta clara y una disposición muy elegante en el podio. Aunque su presteza, su viveza y su buena visión de las cosas no han sido suficientes para dar auténtica categoría a la interpretación global. A las Metamorfosis les faltó concentración, profundidad, claridad expositiva, verdadera definición, contrastes, relieves y sentido de la meditación. Mandó la rutina.

Mejor el acompañamiento en las canciones del mismo compositor, cima expresiva y esencializada, en la que se establecen sutiles diferencias entre las intensidades y se crean las deseables e inacabables volutas hacia la consunción postrera de la vida en un fluir tranquilo. Ese adiós definitivo, que es expuesto con un tono evidentemente consolador, es un adiós que da gracias a las bellezas de lo vivido, un mensaje que el compositor sitúa en la voz de una mujer; como la de su esposa de toda la vida, la soprano Pauline de Ahna. El aura crepuscular, levemente teñido de nostalgia pero del que está ausente la tragedia, conecta, y da cima a toda una larga vida.

En esta ocasión se añadieron a los cuatro tan conocidos lieder otros tres escritos, y en algún caso no rematados del todo, en la misma época postrera de la vida del músico: Ruhe, meine Seele, Nacht y Malven. Kim acertó a servir con decoro e intención a la voz solista, aunque a la orquesta le faltó casi siempre transparencia y muchas veces intensidad. Pero acompañó con profesionalidad permitiendo casi siempre que la soprano se luciera, algo que hizo la norteamericana Jacquelyn Wagner con soltura y buenas maneras, y una afinación general sin mácula. Faltaron, es cierto, como en la orquesta, contrastes, matices, colores. En todo caso la cantante mostró, en centro y zona aguda, un timbre de lírica muy atractivo, un metal claro y sustancioso, un brillo espejeante. Fraseo en su punto. Lástima que en la zona grave el instrumento pierda sustancia, anchura, cuerpo.

La versión de la Sinfonía nº 1 de Brahms fue decorosa, sin especiales matices y una planificación perfectible. Hubo pasajes confusos, así en el desarrollo del primer movimiento, y faltaron delicadezas líricas en el Andante sostenuto. Poco grazioso el Allegretto y más bien rudimentario el Finale tras un Adagio bien expuesto. La coda resultó agreste y poco refinada en lo tímbrico. Éxito discreto. Y estupendas notas al programa de José Luis García del Busto. ¡En papel! Lástima que el tamaño de la letra y la poca luz de la sala impidiera, como otras veces, su cómoda lectura.